PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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lunes, 23 de julio de 2012

EL SIGNIFICADO DE LA MUERTE

La humanidad comparte el concepto de la muerte como un proceso biológico natural que se manifiesta con el cese de las funciones vitales del ser humano, pero una visión más amplia nos permite concebirla también, como un proceso espiritual mediante el cual el espíritu abandona el cuerpo físico para continuar viviendo en otro plano o dimensión.

Las experiencias aportadas por quienes han estado en ese umbral, es decir testimonios que ilustran lo que se denomina "cuasi muerte", afirman que no se siente dolor alguno en ese momento. Lo que sí duele (en accidentes, paros cardíacos, enfermedades, etc.), son las sensaciones nerviosas que la materia consciente aún o semiconsciente, envía al cerebro y este registra como materia. Son estas impresiones nerviosas las que producen dolor, no el desprendimiento del espíritu del cuerpo.

Y esto se ha comprobado infinidad de veces en las ya citadas experiencias de cuasi muerte, donde las personas relatan que se ven flotando sobre su cuerpo herido o en una camilla, escuchando todo lo que sucede a su alrededor, pero sin sentir dolor. El dolor por sus lesiones lo experimentará luego, de regreso a la materia, cuando se encuentren asistidos y atendidos por sus dolencias.

La Dra. Elisabeth Kübler-Ross ("La muerte un amanecer"), que asiste a los enfermos en ese tramo de la vida, expresa así sus convicciones basadas en largos años de experiencias: "La muerte es sólo un paso más hacia una forma de vida en otra frecuencia. (...) la experiencia de la muerte es casi idéntica a la del nacimiento. Es un nacimiento en otra existencia... la muerte no es más que el abandono del cuerpo físico, es el paso a un nuevo estado de conciencia en el que se continúa experimentando, viendo, oyendo, comprendiendo, riendo y en el que se tiene la posibilidad de continuar evolucionando".

Luego del desprendimiento del cuerpo, el alma o espíritu atraviesa un período de "convalecencia", para recuperar sus fuerzas de espíritu libre de la materia. La lucidez de las ideas y la memoria de su vida retornan muy lentamente, de acuerdo con su grado de evolución espiritual o elevación. En este momento de "despertar" al mundo o plano espiritual, el espíritu nunca se encuentra solo: es asistido o recibido por su Ángel Guardián o Espíritu Protector y espíritus familiares a los que unió en vida el amor, clara expresión del cumplimiento de la Ley de Solidaridad Universal entre ambos planos. Sea cual sea la condición del espíritu, siempre se hallará contenido por esos seres espirituales que se encuentran ocupados y preocupados por su proceso evolutivo.

En este nuevo mundo, siempre apoyado por otros espíritus más evolucionados que él, repasa su vida, analiza sus errores y sus aciertos, ve, oye y se comunica a través del pensamiento y del sentimiento en forma directa, trata de intuir y apoyar a aquellos seres que dejó en la materia, porque el amor y el afecto conquistado son vínculos que no se interrumpen o destruyen con la separación física. A este mundo espiritual podríamos definirlo como imponderable porque no es mensurable por lo humano o material y en él, el espíritu deberá aprender a desplazarse sin el peso del cuerpo o la atracción de la ley de gravedad.

A pesar de todo esto, el dolor ante la muerte de un ser querido es inevitable, porque implica una separación transitoria y el dejar de experimentar la sensación física de su presencia y ello, naturalmente, deja un hueco que lleva un tiempo poder recomponer. Conocer y saber más sobre este proceso común en la vida de todo ser humano puede ayudar a encarar el tema desde otra óptica, más amplia y evolucionista de la vida.

El Dr. Rubén Bild, tanatólogo argentino, es decir especializado en la disciplina que se ocupa del fenómeno de la muerte en sí, como un proceso más del ciclo vital del individuo y de los fenómenos psíquicos que se producen frente a la misma, manifiesta: "La muerte es un tema eludido, soslayado, negado por nuestra sociedad moderna, que ha hecho un culto de la juventud. Olvidamos que es una parte de la existencia, como el nacer y que también en esa etapa final puede haber crecimiento y desarrollo. No es una enfermedad (...) ni una prisión de la que debemos escapar. Los que han tenido la fortuna de que la muerte les avisara su llegada por anticipado, tuvieron una posibilidad más de llegar a ser, en esos postreros momentos, plenamente humanos".

La certeza de la supervivencia del espíritu luego de la muerte del cuerpo físico, constituye una realidad trascendente al aportar conocimientos sobre la inmortalidad del alma y lleva serenidad y confianza en los procesos de la evolución.

El conocimiento espírita comparte con otras filosofías y doctrinas la seguridad de que el espíritu es inmortal y que guarda en sí todos los sentimientos cultivados en la vida material, porque estos no conocen de fronteras y límites terrenos.

Sin dudas, nos sentiremos más tranquilos y serenos al saber que cuando el espíritu recobre sus fuerzas en el mundo espiritual, podrá asistirnos mediante la intuición, la fortificación a nuestras luchas, acompañando nuestros pensamientos y sentimientos, siempre que nos predispongamos en la reflexión serena a recibir su ayuda. Podremos percibirlos entonces, de otra manera, y la calma y la conformidad que vayamos logrando a medida que transcurra el tiempo nos ayudará y ayudará también al ser que dejó el plano material a conseguir la suya.

La confianza en la energía creadora y el conocimiento de sus leyes que nos guían y protegen, aunque no siempre podamos razonarlas, nos darán más serenidad y entrega para saber que la muerte es sólo el comienzo de otra vida más plena, donde nos reencontraremos, en algún momento, con quienes luchamos, vivimos y amamos, para seguir aprendiendo y progresando.

Entre las diferentes experiencias que corroboran la inmortalidad del espíritu encontramos, las de "cuasi muerte". Son experiencias en el umbral de la muerte donde personas que, luego de un trance difícil-accidente, operación, paro cardíaco, etc. "visitan" momentáneamente el plano espiritual, para regresar luego a su cuerpo y a su vida material. Estas vivencias tienen un común denominador:

* Ausencia de dolor físico.

* Percepción de integridad corporal. La Dra. Kübler-Ross ("La muerte un Amanecer") narra experiencias de personas ciegas, que en ese trance veían y realizaban minuciosas descripciones de su entorno, o de otras que desde hacía tiempo, se encontraban en sillas de ruedas imposibilitadas para moverse y que podían hacerlo libremente. Todo indica que las limitaciones son de la materia y no del alma o espíritu.

* Nadie está solo en el momento de la muerte.

Independientemente de la vida que haya tenido en la materia, en el trascendente instante de la muerte, todos tenemos seres espirituales, nuestro guía y espíritus familiares, acompañándonos. Siempre hay alguien cuidándonos y esperándonos cuando se produce esta separación del cuerpo.

Básicamente estas experiencias posibilitan a quienes han tenido la certeza de la supervivencia, perder el miedo a la muerte, porque se produce un cambio interno en sus conciencias, un aprecio más grande por los seres, por la vida y una visión más optimista y universalista de la experiencia.

Esto no es un fenómeno de nuestros días, pues ya en el libro "La República" de Platón, encontramos el relato que hace un soldado herido en una batalla y dado por muerto, de su visita a ese mundo espiritual y su retorno a la vida material narrando todo lo observado. Platón hace especial hincapié en aclarar en que esto no se trata de un mito sino de un hecho real.

Es así que por diferentes vías: científicas, con testimonios reales, a través del análisis y estudio de los conocimientos espíritas obtenemos las mismas conclusiones a las que arribó Allan Kardec cuando en 1857 publicó "El libro de los espíritus": el espíritu es inmortal, la muerte es sólo un tránsito de un plano a otro, donde el espíritu continúa viviendo, experimentando, creciendo.

No podemos dejar de mencionar el aspecto emocional de la muerte, es decir lo que muchos llaman "morir con ternura". La ternura del intercambio entre el que se va y el que se queda. Christiane Joain, jefa de enfermeras del hospital Chambéry de París, expresa: "La única realidad que nos permite vivir y morir es la ternura.

Lo que espanta a algunos es la sensación de haber arruinado su vida, de no comprender más que cuando es demasiado tarde cómo deberían haber vivido, a quién y a qué deberían haberse dedicado. Ya que una vida bien vivida es una vida en la que se han cumplido las razones de vivir, donde se ha dado sentido a la existencia, en la que se ha amado y se ha sido amado. El instante de la muerte entonces, lleva en sí su propia eternidad, la de la Verdad del Amor".

A pesar de todo ello, la muerte sigue inspirando temor, tal vez alimentado por ese miedo ancestral que sentimos por ella.

Esta actitud tan humana y natural, es positiva. Si no fuera así, si no amáramos intensamente la vida, si no nos sintiéramos fuertemente comprometidos con ella a través de nuestras vivencias y nuestros afectos, si no deseáramos aferrarnos a ella y a todo lo que nos brinda, si no anheláramos vivir, si recordáramos las bonanzas de ese mundo espiritual, a la primera dificultad buscaríamos los medios para retornar a él y ese no es el sentido de la evolución y del progreso.

Los seres humanos necesitamos imperiosamente de la vida material o corporal para superarnos, para aprender, para desarrollar nuestros sentimientos, nuestras potencias y capacidades, que son las que nos acercan al saber, al amor y la libertad.

Rescatemos como trascendente la idea de comprometerse con la existencia, vivir la vida intensa y solidariamente, valorarla como fuente de aprendizajes, con sus desafíos, sus sinsabores y sus alegrías. Ella es nuestra escuela de aprendizajes, nuestra fragua espiritual.

Y tan importante es nuestra vida material, que ella está regida por una ley Universal: la ley de Conservación, que hace que amemos la existencia, que nos aferremos a ella con todas nuestras fuerzas para vivirla plenamente, a pesar de los dolores y los contratiempos.

Anclados a la vida, gozándola en la solidaridad de la familia, en el amor de quienes nos rodean, con la paz del sentimiento y la claridad de la mente orientada al progreso del ser, podremos luchar todos los días, caernos, levantarnos, llorar y sonreír.

Porque la vida constituye ese canto permanente que implica el trabajo, la unión, las experiencias, las luchas, pero armonizado por el conocimiento de la inmortalidad del espíritu y el amor incondicional que nos brinda el conocimiento de las leyes Universales que llenan de paz a los corazones y tranquilidad al espíritu.

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