PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD SINO EN TU PROPIO CORAZÓN?

lunes, 17 de mayo de 2010

SUPERANDO EL DOLOR

Cada ser humano siente la presencia del dolor en muchísimos momentos de su vida. Cada vez que hay un cambio significativo, este se hace presente. Un cambio de trabajo, una etapa escolar que termina, una mudanza a una nueva casa o apartamento, un divorcio, un animal de compañía extraviado y naturalmente con mayor intensidad, la muerte de un ser querido.

Algunos dolores son más intensos que otros. Algunos pueden hacernos añicos, dejándonos con la sensación que nuestra vida, como piezas de un rompecabezas, está tirada en el piso, rota en mil pedazos desordenados.

Cuando eso sucede, nos sentimos exhaustos ante tantas exigencias y tan poco consuelo. Nos sentimos asustados y tememos perder el control de nuestras emociones. Estamos lastimados, pero podemos hacernos más daño aún. Nos preguntamos y exclamamos: ¿por qué a mí? ¿Por qué debo vivir todo esto? ¡No podré soportar tanto dolor! ¡Dios es injusto conmigo! Y queremos darnos por vencidos.

Pero curiosamente, al mismo tiempo, algo dentro de Tí, Te hace sentir que quieres querer. Es la parte que busca extraer lo mejor de tí mismo y sacarme de la parálisis y la depresión que te domina. Cuando seas presa de la desesperanza, de la oscura soledad, tal vez sea bueno recordar que el momento más oscuro de la noche, se da, exactamente, en el instante previo al amanecer. Al ser golpeados por la muerte y cegados por el dolor, cuando creemos estar en el momento más oscuro de la noche de nuestra vida, comenzamos lentamente a buscar cómo superar nuestro dolor.

Elizabeth Kubler-Ross ha dado tal vez el aporte más importante al tema de la muerte. A través de sus muchísimos trabajos y libros publicados, nos ha ayudado a comprender y entender su significado con el fin de tener las mejores herramientas en nuestro proceso de superación del dolor.

Según ella explica, el proceso debe pasar por cinco etapas: negación, enojo, regateo, depresión y aceptación. Claro que no debemos entender esto como una receta mágica, porque no es un proceso típico, ni lineal. Si bien podremos encontrar elementos comunes, el dolor es único en cada ser humano. Ninguno es comparable a otro, y cada persona reaccionará y responderá de una manera diferente en cada etapa.

Cuando enfrentas la muerte, comienzas un viaje de sufrimiento que produce una sensación similar a la de estar perdidos y sin un mapa.

Por si fuera poco, es también la sensación de no estar muy seguro de saber hacia donde te diriges. Te encuentras buscando en el camino de tu vida una la salida en algún lugar entre el pasado y el presente.

Te unes a los demás desconsolados, que están en tierras desconocidas, rodeados de gente desconocida. Aun más angustioso resulta saber que no podemos regresar a nuestro punto de partida y desconocer cuánto tiempo estaremos perdidos.

Porque el dolor no tiene tiempo. No puedes fijarle una fecha límite y esperar que desaparezca. Y tú debes decidir tu propio camino.

Al enfrentarnos con una pérdida significativa, nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestra mente no pueden absorber en un instante la totalidad de esta nueva realidad. La negación nos da la posibilidad de absorber lentamente el golpe recibido. Pero actúa como olas, porque si bien en un momento podemos creer que comprendemos lo sucedido, minutos después podemos volver a exclamar, “no puedo creer que ya no esté aquí”.

Una parte central del ciclo es el enojo. Con la vida, con el cosmos; enojo con quien falleció, por habernos abandonado, por haber partido abruptamente y para siempre. Enojo por lo que dejamos de hacer o decir. Enojo con quien nos dice que debió haber una razón para la muerte. No hay consuelo. Sólo oscuridad y soledad, rabia y silencio. El enojo explota. Y con él la culpa. Lo que dijimos o callamos. Lo que dejamos de hacer, porque teníamos toda la vida por delante. Culpa porque yo estoy vivo y mi ser querido no. La culpa que me invade y domina.

El regateo puede ser contigo mismo, o, si eres una persona de fe, con tu Dios. A menudo, ofreceremos para intercambiar algo que nos aleje o esconda la realidad de lo sucedido. Trataremos de lograr algún acuerdo que nos permita recuperar a nuestro ser querido en un momento de su vida, anterior al momento de su muerte. Regateamos para recuperar lo que perdimos. No te sientas mal, es propio de la naturaleza humana querer volver al pasado que ahora creemos era más completo.

La muerte nos puede visitar en cualquier momento. Muchas veces de la manera más cruel. Curiosamente, los humanos, que nos sentimos tan poderosos ante muchas cosas, no tenemos ningún poder sobre las cosas más importantes de la vida, como la muerte. Yo voy a morir, todo lo que yo amo va a morir. Tiempo. Desesperanza. Desconsuelo. Depresión.

Con la depresión llega la parálisis. Dices, “en un minuto…”, “tal vez la próxima semana…”. Sabes que hay mucho para hacer, pero declaras: “luego lo haré”. Y el luego se transforma en semanas o meses. Nada importa. Estás caminando en círculos. Tu cuerpo quiere descansar. Tal vez no está mal, tal vez lo mejor es detenernos. Sentarnos y esperar que suceda lo que sea.

Algunos hablan sobre sus sentimientos, otros simplemente se vuelven contemplativos. El problema es que los sentimientos de dolor no desaparecen. Y la ausencia da lugar a las memorias.

Aun sin un mapa, finalmente puedes encontrar el camino a casa. Pero cuando llegas, descubres que las cosas ahora son diferentes. Tú eres diferente, otra persona.

Trabajar el proceso del dolor nos ayuda a reemplazar la negación por la aceptación. Entendemos, como en el poema, que aceptar significa acomodarnos a una nueva realidad. No significa olvidar, sino que has aprendido a crear dentro de ti un espacio, das lugar a la realidad de la pérdida. Aprendes a vivir así y se convierte en una parte de quien tú eres, para siempre.

Y comienzas a crecer, porque el dolor puede despertar dentro de cada uno nuevos valores y una apreciación más profunda de las personas o de las cosas. Puede ayudarnos a replantear nuestras prioridades. El dolor puede hacernos más sabios, por lo que aprendimos con la muerte. Porque nadie puede decir que sabe mucho sobre la vida, si su sabiduría no incluye una relación con la muerte.

Pero esta etapa última del ciclo presenta un problema. No es necesariamente final.
Si bien lo negativo del sufrimiento es que, como la muerte, es para siempre, lo positivo es que el crecimiento y el cambio que ofrece, también son para siempre.

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