PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE
¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD SINO EN TU PROPIO CORAZÓN?

jueves, 28 de abril de 2011

ESTAR PREPARADO ......NO ES FÁCIL

Entrevista a la doctora Anji Carmelo.


La enfermedad aparece en nuestras vidas sin rubor. Nuestra primera reacción es caer en un pozo oscuro, porque solo somos capaces de ver lo que perdemos.


No obstante, es preciso emprender el camino contrario y aprovechar el momento presente. Ante la enfermedad, empieza una nueva vida.




Anji Carmelo es doctora en metafísica y autora del libro "Enfermedad y vida. Una nueva oportunidad" (editorial Tarannà). Para Carmelo, la enfermedad tiene que entenderse como una oportunidad más para la vida. "Al reconocer la enfermedad, empieza un tiempo de fortaleza y renovación", afirma la doctora.


Una enfermedad supone un duelo de caos, desasosiego y mucho dolor, pero, aún así, podemos seguir haciendo nuestra vida y no hay que sentirse víctima, sino como "regentes de nuestras vidas", asegura la experta.

Sanarse por dentro, vivir por fuera



Al escuchar el diagnóstico, al paciente se le cae el mundo encima. Piensa "¿por qué yo?" Algunos se sienten abatidos, destrozados y perdidos. Otros se arman de valor e intentan vivir lo mejor posible.



"Sanar no es lo mismo que curar", arguye Anji Carmelo. Mientras que curar se refiere a "la desaparición de los síntomas físicos", sanar significa que "dejamos de vivirnos como víctimas y empezamos a comportarnos como regentes de nuestras vidas".



Carmelo apunta que, a pesar de no poder escoger qué vamos a vivir, sí que podemos decidir cómo vivirlo. Vivir el presente es conquistar la eternidad y es así como se encara la nueva vida, aunque eso signifique que, previamente, sea necesario enfrentarse a lo perdido.

La necesidad del duelo



La gran importancia de hacer el duelo bien es poder celebrar la vida después. Anji Carmelo sostiene que no se consigue nada con negar la evidencia de la enfermedad. "Hay que aceptarlo, aunque eso implique perder lo que teníamos antes: amistades, carácter personal, movilidad", reseña.



A veces, queremos ser lo de antes pero esto es imposible. El duelo empieza por la persona que éramos. "Hay que permitirse el enfado y la furia porque es cierto que la vida nos ha jugado una mala pasada, pero, a partir de aquí, empieza una nueva oportunidad", asegura la doctora. Una vez aceptado, todo lo nuevo supera la pérdida. Carmelo dice que si negamos, damos la espalda a la facultad de superarnos, que es precisamente lo que tenemos que poner en práctica.

Dolor y sufrimiento



"El dolor es la materia prima del duelo". Anji Carmelo cuenta que "el dolor es parte de la vida". El ser humano es doliente de por sí, a pesar de todo lo que hacemos para alejarnos. El dolor nos acompaña siempre. Lo que cambia es la manera de superarlo de cada uno.



Tenemos que evitar que el dolor se apodere de nosotros porque, cuando se instala, es cuando empieza el sufrimiento.
El sufrimiento no es nada más que un exceso de dolor que paraliza todas nuestras capacidades.



"Si salimos del sufrimiento, el dolor es mucho menos grave", asegura la doctora. Para combatir el sufrimiento, hay que reconocer y comprender el "para qué" de lo que está pasando. Entonces, adoptaremos una actitud que no nos haga daño.

La culpabilidad



La sensación de impotencia y rabia nos sobrepasa y entonces solo intentamos encontrar culpables a lo que no está ocurriendo. La culpa más dañina es "cuando empezamos a culpabilizarnos". Para la autora, no es normal que esta sensación de culpa nos haga más duros y más exigentes.



Con ello solo conseguimos restarnos autoestima, lo que juega a favor del dolor. "La culpa real está en nuestra incapacidad de mirarnos al espejo y reconocer a dónde podemos llegar". Carmelo sostiene que tenemos que "perdonarnos" porque este es el paso previo hacia el perdón a los demás.



Perdonar significa destinar la energía que produce el dolor a vivir con más ansias para transformar este sufrimiento en felicidad. "Para sobrevivir necesitamos muchos días perfectos", apunta en su libro. Es preciso averiguar qué y quién nos hace más felices para conseguir que todo funcione de maravilla.



Así se sana y, a la larga, se crea bienestar emocional, mental y físico y se crea un bienestar no sólo personal, sino colectivo con las personas que nos rodean.

Influencias externas



La visión negativa de toda enfermedad puede venirnos por tradición o por cultura. Carmelo apunta que la religión cristiana, por ejemplo, ha tendido a mitificar la condición de sano, con lo que la enfermedad se ha considerado siempre un factor muy negativo.



No es que no lo sea, simplemente es que esta visión empeora la manera de enfrentarla. Así, la aceptación y la superación cuestan de implantar.



También la publicidad, el elevado precio de la sanidad, que hace que en ningún caso deseemos tener que pasar por una situación así, o determinados pensamientos, tiende a agudizar este punto de vista pesimista.



La autora insiste en que la enfermedad debe entenderse como una nueva oportunidad para la vida, con todo lo que esto supone y que anteriormente ya hemos ido desarrollando. Cuando alcanzamos el punto de aceptación, nos damos cuenta de que la enfermedad forma parte de la vida

martes, 26 de abril de 2011

NUEVAS TECNOLOGÍAS PARA NUEVOS TIEMPOS Y PROBLEMAS ANTIGUOS



STELLA MARIS MARUSO TERAPEUTA


QUE APLICA LA

PSICONEUROENDOCRINOINMUNOLOGÍA:

¿Cuántos pacientes?
Casi 30.000 en los últimos 30 años, con enfermedades de todo tipo, cánceres...

¿Cómo los ayuda?
No tratando de no morir, sino de vivir hasta morir. De morir bien.






¿Qué es morir bien?
Vivir hasta el último instante con plenitud, intensamente. Vivir más no es más tiempo, sino sentirte alegre por estar aquí y ahora.



¿Acaso no vivían antes de enfermarse?
¡Muchos agradecen que su cáncer les haya enseñado a ser felices, a vivir! La enfermedad es una oportunidad de enriquecerse.

Mejor que no llegue.
¡Pero llega! El dolor entra en todas las casas. ¡Y esto hay que saberlo! Deberíamos aprender desde niños que morir es parte de la vida, y a fortalecernos en cada contrariedad.

No nos lo enseñan, es verdad.
Al no aprender a dominar la mente, vivimos arrastrados por ella. Eso es malvivir. ¡La mente es demasiado loca para confiarle tu vida! Confíale tus negocios, ¡pero no tu vida!

¿Por qué no?
La mente va de excitación en excitación, te impide gozar la vida. Los médicos dicen que padecemos "síndrome de déficit de deleite": ¡no sabemos gozar de lo que nos da la vida!
Yo lo procuro.

Un 10% es lo que te pasa y un 90% es lo que haces con lo que te pasa.
Cuestión de actitud. ¿Cuál es la mejor?
Sentir pasión ante la incertidumbre de la vida, ante lo que sea que vaya a traerte.

¿Sea lo que sea?
Sí. Los psiquiatras detectan que hoy padecemos de neurosis noógena: falta de responsabilidad y sentido de la propia existencia.

Pues sí que andamos mal.
Sí, pero la ciencia vanguardista trae buenas noticias: acudiendo a tu interior puedes obtener todo lo que necesites, producir endógenamente todas las drogas analgésicas, euforizantes... ¡Puedes aprender a sanarte!

¿Y prescindir de la medicina?
Hablo de la tercera revolución de la medicina: después de la cirugía y los antibióticos, llega la psiconeuroendocrinoinmunología.

A ver si me cabe la palabra en una línea.
Es la disciplina que integra psiquismo y biología, tras treinta años de investigaciones de sabios como Carl Simonson, Robert Ader, Stanley Krippner...

¿Qué postulan?
La interconexión del sistema nervioso central, el nervioso periférico, el endocrino y el inmunológico. Te lo resumo: ¡las emociones modifican tu capacidad inmunológica!

¿O sea que una emoción puede enfermarme?
La angustia ante lo incierto, el miedo, la desesperanza, el remordimiento, la rabia... ¡Cada una tiene su bioquímica! Y es venenosa, es depresora del sistema inmunológico.

¿De un día para otro?
La salud no es un estado: es un proceso, y muy dinámico. ¡Por tanto, siempre puedes reforzar tu salud si trabajas tus emociones!

¿Las trabaja usted con sus pacientes?
Sí. Hay pacientes ordinarios, sumisos a creencias establecidas, y pacientes extraordinarios, que generan creencias sanadoras.

Creer que puedes curarte.... ¿puede curarte?
Hay un viejo experimento famoso: a cuarenta mujeres con cáncer de mama, el médico les contó que la quimioterapia las dejaría calvas. Luego, sólo suministró quimioterapia a veinte mujeres y dejó que las otra veinte creyesen recibirla...

Y no me diga que...
Sí, sí: el 60% de las segundas quedaron tan calvas como las tratadas con quimioterapia. ¿Qué modificó la bioquímica interna de esas mujeres? ¡Sus propias creencias!

Inducidas por el médico.
Lo que demuestra el enorme poder del médico. ¡El médico puede estimular con su actitud la capacidad autocurativa del paciente! Un hijo mío es médico: a él y a todos los médicos les ruego que jamás le digan a un paciente que su condición biológica es irreversible. Ese es el único pecado médico.

Pues hay diagnósticos que desahucian.
Son condenas: matan más que el tumor. Acepta el diagnóstico que sea, ¡pero jamás aceptes un pronóstico! Jamás: si abandonas la esperanza de mejorar, de luchar por tu propia salud..., activas el suicidio endógeno.

Pero sembrar falsas esperanzas...
¿Falsas? A mi padre le pronosticó el médico tres meses de vida por un diagnóstico de cáncer de próstata diseminado al hígado. Trabajamos juntos con amor, relajación, meditación, nutrición... y al año no tenía células cancerosas. Vivió 18 años más.

¿Qué dijo su médico?
"Milagro", dijo. Remisión espontánea. Desde ese día cerré mi empresa y me volqué a ayudar a otros como a mi padre. Y yo hoy vivo en la frontera del milagro: la remisión es un efecto colateral en enfermos que han abrazado las fuerzas de la salud, la vida.

¿Cómo han dado ese abrazo?
Sintiendo que la enfermedad enriquece su vida y que morir no es un castigo, ampliando el círculo de lo que les importa y poniéndose al servicio con amor por la vida que nos traspasa, escapando de su cabeza y empezando a sentir: a reír, a llorar... Se han permitido asombrarse y han experimentado estados de trascendencia.

¿Qué entiende por trascendencia?
Liberarte de tu historia pasada y del temor por la futura. La meditación ayuda mucho. Y eso cambia tu bioquímica: estás sano, ¡vives! Por el tiempo que sea, estás vivo.
-----------
Stella Maris Maruso
terapeuta que aplica la psiconeuroendocrinoinmunología:

Tengo 55 años. Nací en Buenos Aires, donde vivo. Educo a personas que atraviesan crisis severas. ¿Política? Ayudar a los demás a vivir hasta el último instante. ¿Dios? No soy religiosa, soy espiritual: experimentar la trascendencia me sana



El cáncer de su padre le enseñó cómo ayudar a miles de pacientes desde su Fundación Salud (www.fundacionsalud.org.ar), en Argentina, avalada por científicos de primera fila que la invitan a la facultad de Medicina de la Universidad de Harvard a participar en seminarios de curación espiritual (sic): por aquí aún no nos suena, pero ella me asegura que será el nuevo paradigma médico, en el que el paciente dejará de ser visto como una máquina estropeada que tenga que ser reparada o desahuciada. Esta señora entusiasta me enseña que todo lo que como, pienso y siento va tejiendo mi salud, y que puedo aprender a tejer.

domingo, 24 de abril de 2011

UNA NUEVA TERAPIA REVOLUCIONARIA PARA TRATAR EL DUELO

La «comunicación post-mortem inducida» Una nueva terapia contra la tristeza por Michael E. Tymn.




Un psicólogo americano, Allan Botkin, ha puesto a punto una técnica terapéutica a base de EMDR (técnica de desensibilización por movimiento de los ojos) y de comunicación con los difuntos. ¿Alucinación o encuentro real? En todo caso, la curación es el reto.


Básicamente hay dos explicaciones para una nueva y revolucionaria terapia para tratar el duelo descubierta por el Dr. Allan Botkin, un psicólogo clínico que ejerce en Libertyville, Illinois. O los pacientes con duelo alucinan o entran en contacto con los muertos.


La terapia, denominada “Comunicación inducida con el más-allá” (Induced After-Death Comunication – IADC) provoca que los pacientes vean a sus seres queridos fallecidos y se comuniquen con ellos y, ocasionalmente, también con sus enemigos ya muertos. La IADC es una evolución de la terapia de “Desensibilización y reelaboración mediante movimientos oculares” (Eye Movement Desensitization and Reprocessing – EMDR) que fue descubierta en 1987 por la Dra. Francine Shapiro, de California.


Tal y como explica en su sitio web, Shapiro estaba un día paseando por un parque cuando se dio cuenta de que los movimientos oculares parecían reducir las emociones negativas asociadas con sus propios recuerdos dolorosos.


La experimentación dio como resultado el procedimiento que inicialmente denominó “Desensibilización mediante movimientos oculares” (EMD).En la EMDR, después de haber analizado profundamente el problema emocional del paciente y desarrollado un plan de tratamiento, el paciente y el terapeuta se centran en los sucesos dolorosos que, aparentemente, han provocado su trastorno emocional. Se instruye al paciente para centrarse en una imagen concreta o pensamiento negativo mientras, simultáneamente, mueve los ojos de acá para allá, siguiendo los deseos del terapeuta, que se mueven alrededor del campo de visión del paciente durante 20º 30 segundos. Se pide el paciente que deje su mente en blanco y tome nota de cualquier pensamiento, imagen o recuerdo que se le presente. Después, se le pide que se centre en un concepto positivo, identificado como tal al principio de la sesión, y de nuevo en el suceso emocionalmente doloroso.



Tras varias series de movimientos oculares, los pacientes refieren, generalmente, crecimiento de su confianza en el pensamiento positivo y disminución del trastorno emocional.En la terapia IADC se pide a la persona que está sufriendo por la muerte de alguien que durante los movimientos oculares se centre directamente en la tristeza. Una sesión típica de IADC conlleva que el paciente ve a la persona fallecida, que ésta le comunica que todo va bien y que no hay motivo para afligirse.


En muchos casos, el fallecido aporta información desconocida previamente para el paciente. El terapeuta trabaja con personas de todas las creencias, incluidos ateos y escépticos. Al final, la mayoría de los pacientes superan su dolor.Botkin está razonablemente seguro de que los muchos pacientes que se han beneficiado de la terapia no sueñan, ni imaginan, ni fantasean ni alucinan, pero prefiere no especular sobre si los pacientes entran realmente en contacto con el mundo espiritual.


Sea cual sea la explicación, la terapia, según Botkin, funciona en el 70 % de los casos.“Como psicólogo que se interesa básicamente en curar a la gente que sufre profundamente, tengo por principio no ocuparme de los argumentos de las creencias” explica. “Creyentes y escépticos llevan mucho tiempo inmersos en su pelea. Creo que si tomara partido y me colocase de uno de los lados sería más difícil para mí ayudar a quien lo necesita”. Más aún, Botkin precisa que su posición neutral permite al paciente interpretar la experiencia sin ser influenciado por la creencia del terapeuta.


Aunque Botkin descubrió la IADC en 1995, su trabajo hasta hace tres años como psicólogo en el Departamento de Veteranos le impidió promocionarla activamente entre sus colegas y dirigir la atención del público sobre ella. La terapia contra el duelo aceptada desde hace muchos años ha sido la de extinguir los lazos emocionales con los fallecidos, del tipo “están muertos y se han ido, así que olvídalos”. Sin embargo, la terapia IADC presenta una nueva forma de abordar el asunto y con una opinión opuesta: la de un contacto continuo y saludable con el fallecido.


Como esta aproximación choca con la ciencia materialista – que nos ha adoctrinado con la creencia de que la vida es solo un camino hacia la aniquilación y la nada – es ignorada y rechazada por muchos terapeutas. “Es todavía muy reciente, pero ya comienza a extenderse” dice Botkin. Su libro “Comunicación inducida con el más-allá”, escrito junto con el filósofo R. Craig Hogan, se publicó en 2005 y está ya en su segunda edición, coincidiendo con que la televisión comienza a mostrar interés. A la par que ha realizado esta entrevista para NEXUS, Botkin acaba de terminar un documental para la cadena estadounidense HBO que aparecerá muy pronto en el programa “Good Morning America”.


Tras doctorarse en Psicología por la Universidad de Baylor en 1983, Botkin comenzó a trabajar en el Hospital de Veteranos del área de Chicago. Durante los siguientes veinte años se especializó en tratar a los veteranos combatientes de la II Guerra Mundial, Corea, Vietnam e Irak que sufrían estrés postraumático, una condición conocida desde los años 70 como “neurosis de guerra”. Esta condición aparece como consecuencia de haber experimentado o presenciado los horrores de la guerra. En muchos casos los efectos son a largo plazo. Muchas veces los recuerdos quedan enterrados en el subconsciente y muchos años más tarde afectan perjudicialmente a la personalidad del individuo, de forma no siempre claramente ligada a las experiencias del campo de batalla.


Durante los primeros doce años de su práctica Botkin se frustraba frecuentemente por los pobres resultados de la “terapia de exposición”, el método habitual de tratamiento, en la que se pedía a los pacientes que, en un entorno seguro y cómodo, reviviesen sus experiencias traumáticas, con la esperanza de que así su respuesta emocional decrecería en intensidad.
Resultados más positivos aparecieron cuando durante los primeros años 90 Botkin se formó en EMDR. Mientras que con la terapia convencional frecuentemente tardaba años en obtener resultados, Botkin comenzó a observar cambios dramáticos con una sola sesión de EMDR y la encontró especialmente efectiva para curar el duelo.


Según Botkin, muchos pacientes en duelo experimentan tres emociones: culpa, rabia y tristeza. Descubrió que la culpa y la rabia solo servían para proteger al paciente de su profunda tristeza y comenzó a presionar a sus pacientes para ir directamente a su tristeza de fondo, puenteando la culpa y la rabia. Comprobó también que los pacientes respondían mejor cuando, tras una sesión de movimientos oculares, cerraban los ojos. Al centrarse en la tristeza la culpa y la rabia desaparecían.


Experiencias con la terapia IADC


Botkin descubrió la IADC accidentalmente durante una sesión con un paciente al que, por confidencialidad, nombra como Sam. Durante su actuación en Vietnam Sam protegió a una niña vietnamita de 10 años, huérfana, llamada Le. De hecho, había decidido adoptarla y llevarla consigo a casa.


Un día, mientras Sam y otros soldados ayudaban a Le y a otros huérfanos a subir a un camión para llevarlos a un orfanato, cayeron bajo fuego enemigo. Cuando Sam descubrió el cuerpo sin vida de Le en el barro, junto al camión, quedó desolado y su dolor le acompañó permanentemente hasta las sesiones con Botkin en 1995.Durante la sesión de EMDR Sam vio a Le como una mujer preciosa, con largo pelo negro y un traje blanco, rodeada de una luz radiante. Ella le habló y le dio las gracias por cuidarla antes de su muerte. Sam estaba extasiado. Estaba convencido de que realmente había comunicado con Le y que había sentido sus brazos abrazándolo.


Inicialmente Botkin asumió que Sam había alucinado. Estaba preocupado porque hubiera perdido su capacidad para distinguir entre realidad y fantasía. Pero tras experiencias similares referidas por otros pacientes decidió experimentar.
Su primer ADC o “contacto con el más-allá” inducido intencionalmente fue con un paciente llamado Gary, cuya hija Julie había muerto a los trece años. Al haber sufrido hipoxia severa durante el nacimiento, Julie nunca desarrolló una capacidad mental más allá de la propia de un niño de seis meses. Tras sufrir un ataque cardíaco y ser llevada al hospital necesitó de soporte vital. Como más tarde mostró signos de ser capaz de respirar por sí misma se la desconectó del respirador. Luchó por respirar, pero murió en los brazos de Gary.“Las lágrimas caían por las mejillas de Gary mientras me contaba la historia”, recuerda Botkin. “Le expliqué mi nuevo procedimiento y le pregunté si quería intentarlo. Dijo que colaboraría si yo pensaba que eso podría ayudar, pero que estaba convencido de que no funcionaría, porque era ateo y no creía en tales cosas”.


Después de que Botkin realizó con él el procedimiento completo Gary cerró los ojos. “Cuando los abrió tenía una expresión de sorpresa” relata Botkin. “He visto a mi hija. Estaba jugando feliz en un jardín lleno de colores brillantes y luminosos. Parecía sana y podía moverse sin los problemas físicos que había tenido en vida. Me miró y pude sentir su amor hacia mí”. “Hablamos de su experiencia. Gary estaba convencido de que su hija estaba todavía viva, aunque en un lugar muy diferente”. Pero la expresión de sorpresa de Gary se convirtió en una de tristeza. Cuando Botkin le preguntó qué iba mal Gary respondió que todavía se sentía triste por haber perdido a su hija. Botkin le realizó otra sesión de movimientos oculares y le pidió que mantuviera ese pensamiento en su mente. Gary cerró sus ojos y permaneció así durante unos minutos. “Cuando Gary abrió sus ojos sonreía”. Dijo: “Estuve en el jardín otra vez y pude ver a Julie mirándome. Me dijo: Todavía estoy contigo, papá”. Gary le dijo a Botkin que Julie nunca pudo hablar cuando vivía. Abandonó la sesión sintiéndose feliz y en conexión con su hija. Un año más tarde Botkin contactó con Gary, quién le informó de que seguía sintiéndose en contacto con su hija. Su nueva creencia era que “las personas no mueren realmente; pasan a una forma diferente y viven en un sitio diferente, que es precioso”.


Un veterano de Vietnam ha contado voluntariamente para este artículo su experiencia con IADC, aunque prefiere permanecer en el anonimato. Le llamaremos Mark. Como artillero de helicóptero, Mark mató a mucha gente durante sus 18 meses en Vietnam, pero el enfrentamiento que más le angustió se relacionaba con cuatro botes llenos de soldados vietnamitas. Inidentificados y sin banderas los botes se introdujeron en un canal militar y Mark y otros cuatro artilleros, siguiendo órdenes, atacaron los botes y “los escupimos fuera del agua”. Recuerda haber visto los cuerpos volando por el aire. Dos semanas más tarde fue informado de que se trataba de tropas amigas. “Se queda en tu mente y realmente te aplasta” se lamentaba Mark y añadía que le habían disparado siete veces y herido dos.


En 2002 Mark solicitó tratamiento en el Hospital de Veteranos. Cuando el terapeuta le explicó el procedimiento de la IADC y le preguntó si le gustaría intentarlo se mostró más que colaborador. Tras la sesión de movimientos oculares Mark se centró en el accidente del bote.“Lo que ocurrió entonces es que vi una formación de vietnamitas que venían hacia mí” contó Mark, con el recuerdo todavía muy vivo en su mente. “Lo curioso es que estaban en formación rusa, no americana. Dos de los comandantes avanzaron y comenzaron a hablarme en vietnamita”. Mark no les comprendió hasta que realizó otra sesión de movimientos oculares. Continuaban hablando en vietnamita, pero Mark, de algún modo, telepáticamente, sabía lo que estaban diciendo. “Me dijeron que comprendían que hice lo que tenía que hacer, que no me guardaban rencor, porque estaban en un lugar mejor, y que no merecía preocuparse por ello. Entonces se marcharon. Fue muy tranquilizador y se me quitó un gran peso de encima”.


En otra sesión de IADC Mark vio a una mujer llevando a su propio hijo mayor, que había muerto de niño en 1978. Como se concentró en su hijo, de primeras no reconoció a la mujer como a su propia madre muerta. En esa sesión el niño no habló, pero en sucesivas sesiones el niño volvió a aparecer, primero como un jovencito y luego como un adulto. “Mi hijo me dijo: No te preocupes, papá. Estoy bien. Te veré pronto. No supe qué hacer, si es que voy a morir pronto o qué, pero fue sorprendente”.


Mark volvió a ver también uno de sus accidentes de helicóptero, incluido el dolor y su intensidad. Se esfuerza en explicar las imágenes: “La calidad y la claridad de las imágenes era mayor que en un sueño. Eran absolutamente tridimensionales y estaban contigo. Tienes que experimentarlo para saber cómo es. No es como el hipnotismo. Lo contaría, pero solo sería una parte. Lo principal es que te da un sentido y la vida tiene más significado de tener una experiencia así. Hay una sensación de continuidad. Es muy reconfortante”.


Iván Rupert, otro veterano, estuvo preocupado durante años por el recuerdo de una carnicería en Vietnam. Como fotógrafo de guerra, fue reclamado para realizar fotos a un autobús vietnamita que había sido destruido. “Había cuerpos y miembros por todo el lugar”, recuerda, “pero lo que realmente se clavó en mi mente fue la imagen de una mujer embarazada. Pude ver su niño y el cordón umbilical que les unía “La escena volvió a aparecérsele a Rupert una y otra vez en sus sueños durante muchos años, hasta entrar en la terapia IADC con el Dr. Botkin. Lo que especialmente le angustiaba era que en ese momento había estado más interesado en sacar unas buenas fotos que incómodo por aquello de lo que estaba siendo testigo. Durante la IADC la mujer vietnamita se comunicó con él. “Me dijo que estaba en un sitio mucho mejor y me ayudó a comprender que yo no era el monstruo que yo pensaba.


Me dijo que no me culpaba de nada”. Rupert no puede decir con seguridad si la mujer habló en vietnamita o en inglés. “Era como mente a mente, corazón a corazón”, explica, añadiendo que no ha vuelto a tener sueños desagradables sobre la escena. En la mente de Rupert no hay duda de que realmente comunicó con la mujer vietnamita. “Al principio yo era muy escéptico cuando me lo explicaron. Parecía como un cuento chino, pero fue real. Estoy seguro de que no aluciné y de que no fui hipnotizado. Deseo que la Administración de Veteranos lo apoye y lo ofrezca. Puede dar mucha paz a muchos veteranos”.


Testimonios de otros terapeutas en IADC


Desde que comenzó su ejercicio privado Botkin ha estado enseñando la técnica IADC a otros terapeutas. Una de ellos, Laura Winds, de Bellingham, Washington, cuenta que ha observado cambios dramáticos en los pacientes bajo IADC.


“Lo que realmente me lo confirma es la sensación de paz con la que viven”, dice. Recordando una IADC en la que una cliente vio a su esposo fallecido, que había cometido suicidio disparándose, relata la reacción del cliente: “¡Qué raro!¡Que raro! Jim está aquí. ¡Está en la puerta!”. Jim volvió para decirle a su esposa que no debía sufrir. Otra paciente, cuyo hijo de dos años había sido asesinado por su novio, vio a su hijo durante la IADC y fue capaz de superar gran parte de su duelo. Antes de su sesión de IADC la mujer era escéptica sobre la vida después de la muerte, pero ahora está segura de que existe y de que algún día volverá a ver a su hijo otra vez.


Winds calcula que habrá usado la IADSC con 20 o 25 clientes y todos menos tres han experimentado una curación total o parcial. “Puedes sentir el significado del amor y de la paz que acompañan a la curación”, dice.


La Dra. Katty Parker, una terapeuta de Roselle, Illinois, cree que habrá usado la IADC en 50 o 60 pacientes, con un 80 % de éxito. Una de las sesiones más dramáticas se trató de una mujer que había sido oficial del gobierno de un país africano y que había visto a su tía pisar una mina y volar en pedazos. La tía apareció en la IADC, sonriendo y diciéndole a su sobrina que siempre estaría con ella. “El nivel de curación que se obtiene así es realmente sorprendente”, dice Parker. “Hay un misterio en ello, pero es completamente real para mí y es completamente real para mis pacientes”.


Hania Stromberg, una terapeuta de Albuquerque, Nuevo Mexico, ha conducido 30 sesiones de IADC, aproximadamente, y solo tres de ellas pueden considerarse como fracasos. Stromberg se lamenta de que muchas personas en duelo no aprovechen esta terapia dinámica. “Conozco mucha gente para la que sería apropiada y desearía que se incorporaran a ella, pero no quieren. La principal razón es porque no están abiertos a ella. En general, la gente no cree en que los muertos están todavía a nuestro alrededor y que influyen en nosotros. He intentado interesar a algunos de mis amigos terapeutas, pero solo he recogido silencio cuando los he abordado. La mente científica es muy cerrada cuando se trata de este tipo de cosas”.


Stromberg parece tener capacidades de clarividencia y clariaudiencia y por eso ha sido capaz de participar en algunas experiencias. En una de ellas un cliente sufría el duelo por la muerte de su madre y se sentía culpable por no haber cumplido algunas obligaciones. Cuando estaba realizando los movimientos oculares Stromberg notó que una presencia entraba en la habitación y vio a una mujer con vestido de colores y tacones altos. La mujer, la madre del cliente, se dirigió a éste con un apelativo cariñoso y comenzó a discutir con él sobre sus problemas. Acabada la sesión Stromberg comparó sus notas con lo que el cliente relataba y todos los detalles coincidían: el vestido de colores, los tacones altos, el nombre cariñoso y el tema de la conversación. Stromberg nunca se ha visto a sí misma como poseedora de capacidades mediumnicas y nunca se había interesado por estas cosas antes de estas experiencias. “Soy muy sensitiva, pero siempre me he mantenido al margen de la gente que tiene estas experiencias. Nunca me han atraído”. Cuando al cliente le llega información muy confidencial Stromberg no la escucha. “No soy digna de ello y no participo en ello”. Igual que Botkin, Stromberg tiene una posición neutra sobre lo que ocurre, dejándolo a la interpretación de los clientes.


Las IADC no son alucinaciones


Botkin afirma que el procedimiento EMDR/IADC no implica la hipnosis. “La hipnosis induce al paciente a un estado de pensamiento relajado y concentrado”, explica. “La EMDR, por el contrario, incrementa el proceso de información cerebral”.


Le gusta comparar esto con un proyector de cine: durante la hipnosis el proyector va a cámara lenta mientras que en la EMDR se acelera. Rechaza también la afirmación de que las IADC son alucinaciones. “La evidencia más convincente es que todas las personas que han tenido experiencias IADC las refieren como muy diferentes a cualquier otra experiencia. Las alucinaciones, técnicamente, son percepciones sin estímulo real, lo que quiere decir que solo existen en el cerebro y no tienen nada que ver con cualquier realidad que exista aparte de nosotros mismos. Suelen tener un contenido muy negativo, variando considerablemente entre una persona y otra y suelen ser síntomas de serios desórdenes psíquicos.


Sin embargo, es evidente que el contenido de las IADC es uniformemente positivo, constante de una persona a otra y curativo psicológicamente hablando. Además, dice Botkin, poder participar en la experiencia – como en el caso de Stromberg y su paciente – redunda contra la teoría de la alucinación. Menciona también que en la Universidad del Norte de Tejas se siguen estudios científicamente controlados sobre la IADC y espera, optimista, que confirmarán las miles de observaciones clínicas que él mismo y otros terapeutas de IADC llevan realizadas.“Siento que tengo una obligación moral de aportarlo al mundo. Mi objetivo primordial es ofrecer ayuda a la gente que la necesita, como los veteranos que vuelven de Irak y Afganistán y los supervivientes de desastres”. Si la IADC es lo que muchos pacientes y terapeutas creen que es, Botkin puede haber realmente realizado el mayor descubrimiento del siglo pasado y quizás del milenio.


Anexo. LENTA ACEPTACIÓN DE LA TERAPIA IADC


Podríamos pensar que algo con implicaciones tan profundas como la comunicación inducida con el más-allá debería ser motivo de una amplia atención en el campo de la salud mental, en los principales medios de comunicación y entre el público en general. Incluso aun careciendo de pruebas absolutas, la evidencia sugiere seriamente que durante las IADC los pacientes en duelo entran en contacto con sus fallecidos. ¿Qué podría ser más estremecedor y noticiable que esto?


Pero su aceptación ha sido lenta, sin duda porque la comunicación con los muertos es un fenómeno que excede el “umbral de sobresalto” de mucha gente, especialmente de aquellos que han sido programados para creer que todo debe cumplir unos estrictos criterios científicos antes de ser considerado seriamente como verdad.


El término “umbral de sobresalto” fue acuñado por Renée Haynes, un investigador psíquico y escritor británico, para definir el punto a partir del cual somos incapaces de aceptar algo como real y surge el escepticismo. Durante finales de siglo XIX y principios del XX algunos distinguidos científicos investigaron a fondo el fenómeno de la mediumnidad. Descubrieron algunos fraudes, pero concluyeron que “los muertos hablaban a través de los verdaderos médium”.


A pesar de su reconocimiento entre la comunidad científica, estos investigadores fueron atacados por sus colegas, que creían que habían sido engañados. Sir Williams Crookes, distinguido físico y químico británico, fue uno de los maltratados. Croques respondió diciendo: “Nunca dije que fuera posible; solo dije que era verdad”. Cualquier persona que se tome el tiempo suficiente para examinar estrictamente las investigaciones realizadas por Croques, Sir William Barret, Dr. Richard Hodgson, Sir Oliver Lodge, Dr. James H. Hyslop y otros concluirá que hay un predominio de la evidencia – si no una evidencia más allá de la duda razonable – a favor de la supervivencia de la consciencia a la muerte y, de forma paralela, de un mundo espiritual en el que los espíritus habitan en varios niveles de evolución.


Más recientemente la ciencia oficial viene ignorando las evidencias que sugieren que las “experiencias cercanas a la muerte” y los fenómenos de “voces electrónicas” se relacionan con la vida después de la muerte. Los escépticos afirman que estos fenómenos no pueden reproducirse y que, en consecuencia, no son dignos de someterse a la experimentación científica.


“Lo que ocurre es que muchos de ellos no pueden ser controlados o medidos de una forma científica”, dice R. Craig Hogan, filósofo, coautor con Allan L. Botkin, psicólogo, del libro “Comunicación inducida con el más-allá” (Hampton Roads, 2005). “Consecuentemente, no se ha prestado mucha atención a la IADC”. Como observa Hogan, la gente que se opone a ello está estancada en un paradigma mecanicista, según el cual el mundo físico es fundamental, y se remontan hasta principios del siglo XIX y la “era de la razón”, cuando los científicos proclamaban que el único conocimiento válido es el que procede de la comprobación y la medición, que solo los científicos pueden comprender. “El pueblo simplemente lo aceptó”, afirma Hogan. “Al fin y al cabo, la gente normal había asumido hasta tal punto que el conocimiento pertenecía solo a la Iglesia que no se sentían sus propietarios en absoluto.


La persona interior, según la Iglesia, era pecadora, depravada, ingenua y dada a ser influida por el diablo. Cuando la Ciencia le dijo a la gente que esa persona era, además, propensa al error, a la superstición y a una ignorancia infantil con respecto a los hechos del universo movieron la cabeza asintiendo”. Los medios de comunicación han contribuido al problema, cree Hogan. “Han buscado el enfrentamiento entre el médium y el escéptico y así no puede haber acuerdo”.


Convencido, según parece, de que la IADC implica un contacto real con el mundo espiritual, Hogan explica que el terapeuta debe tomar una posición neutral, dejando la interpretación al paciente. “El papel del terapeuta no es juzgar el origen de la experiencia o el sistema de creencias del paciente sobre el tema. Creo que cualquier terapeuta planteará la discusión en los términos con los que el paciente se sienta más a gusto”


Pero Hogan cree que en algún momento los buscadores de la verdad deberán olvidar los fundamentalismos científicos. “Debemos dejar de intentar ajustar nuestros métodos y estudios a los estrechos paradigmas de las cosas que pueden ser controladas y medidas. No debemos inclinarnos ante las exigencias de aquellos que insistan en el control y la medición.


Al fin y al cabo, la mayor parte de lo real no está en esa realidad ”El objetiv de la terapia IADC es la superación del duelo, pero Hogan ve algo mucho más grande naciendo de ella. “La terapia es valiosa porque alivia el sufrimiento, pero esto es mucho menos importante que aquello a lo que nos conduce. Al Botkin ha descubierto chispazos de electricidad, pero lo importante será poder iluminar todas las ciudades”.


Michael E. Tymn

sábado, 23 de abril de 2011

¿EL DOLOR Y EL SUFRIR SON INEVITABLES?



Aunque crea malestar, muchas personas pueden convertirse en adictas al sufrimiento. La mejor opción es no temer a mirar en uno mismo, aceptar los cambios y poder observar desde el desapego para tener una perspectiva clara que ayude a ver la dirección correcta.



El dolor y el placer nos impulsan a la acción, al deseo y al cambio. Ambos pueden crear adicción.


El dolor lo sentimos en el cuerpo. A nivel emocional y mental experimentamos sufrimiento.


Un sufrir que surge en la mente por pensar negativamente de uno mismo, de los demás y de la vida misma, viviendo con rabia, en la frustración y sumergido en las quejas.


“El dolor viene como una señal, para informarnos de que algo se ha desviado de la normalidad y requiere de nuestra atención”


“Hay personas que se aíslan en su tristeza. En el fondo quieren cariño y ayuda. Pero se encierran dificultando ese apoyo”


Cuando uno se vuelve adicto a estas formas de sufrir llega a identificarse con ellas. Intentar superarlas puede sentirse como una amenaza hacia su propia identidad. No se ve a sí mismo dejando de sufrir. Muchas personas no quieren o no saben cómo salir de ese estado.



Hay personas que se aíslan en su tristeza y dolor. Exclaman: “No me entiendes”. Se separan de las personas que pueden ayudarle. En el fondo quieren su cariño y ayuda. Pero se encierran dificultando e incluso impidiéndose ese apoyo. Quieren ayuda, pero bloquean la posibilidad de aceptarla.


Estas emociones negativas se transforman en rasgos comunes del paisaje de nuestra vida cotidiana. Rechazamos la idea de eliminarlos, con la creencia de que es natural sufrir y que eso es la realidad, y somos incapaces de imaginar la vida sin nuestra dosis diaria de negatividad y de adrenalina.



SIN MIEDO



“Dile a tu corazón que el miedo a sufrir es peor que el sufrimiento mismo” (Paulo Coelho)


Impartí un curso de pensamiento positivo y meditación a un joven entusiasmado con sus aprendizajes en clase. Su madre, al verle tan satisfecho, también se apuntó. En pocas sesiones se sentía mucho más tranquila. Aun así, decidió dejar de meditar y abandonó el curso a medias porque estaba dejando de sufrir y de tener miedo por lo que les podía pasar a sus siete hijos. La meditación estaba despertando en ella un amor libre de miedos que le provocó un choque interno: creía que amar a alguien es sufrir por él.


En nombre del amor sufrimos. En vez de amar desde un espacio de libertad, intentamos ayudar desde la preocupación y el miedo, y así agobiamos, controlamos y dependemos. No dejamos ser.


Cuando hay demasiado dolor no podemos asentarnos en nuestro poder verdadero y experimentar nuestra energía de amor. El miedo al amor y a la grandeza de lo que puede conseguir con su poder le impide levantarse para recuperar su potencial. Tememos nuestra grandeza, y este miedo nos mantiene en un estado restringido y doloroso. Solo el poder del amor verdadero puede ayudarnos a sacar el sufrimiento reprimido del subconsciente a la conciencia consciente. El amor no se aferra a las cosas: libera el pasado y desbloquea la energía.


SOLO SI LO PERMITE


“Nadie puede herirte sin tu consentimiento” (Eleanor Roosevelt)


Lo que nos daña, mucho más que lo que nos ocurre, es nuestro consentimiento a lo que nos sucede. Nadie le puede herir, excepto si usted lo permite. ¿Cómo lo permite? Siendo una aspiradora que hace suyo todo lo del otro, lo bueno y lo malo. Sus expectativas y su insatisfacción constante le llevan a esperar del otro. Y esto le abre a sufrir, sus deseos se multiplican y permanece el vacío interior.


Revise sus expectativas, sus deseos, sus proyecciones, y entre en su silencio interior para aprender a soltar. Abra su corazón y deje que salga el dolor. No lo necesita. No lo justifique. No acumule más sufrimientos.


Un estado emocional, mental y espiritual sano rebosa de paz, amor y bienestar. El estado normal del cuerpo es de salud. Cuando enferma, siente malestar y/o dolor. El dolor viene como una señal, para informarnos de que algo se ha desviado de la normalidad y requiere de nuestra atención. Por tanto, aunque pueda parecer que el dolor causa sufrimiento, la paradoja es que está sirviendo como una señal para prevenir complicaciones mayores y para que pueda dar tratamiento inmediato al mal.


El sufrimiento es un mensajero. Nos señala que tenemos los ojos cerrados frente a nuestra verdadera naturaleza espiritual. Lo que ocurre es que en lugar de escuchar, con frecuencia tapamos y negamos que el problema existe o lo justificamos, con lo que no permitimos que se disuelva. Lo importante es percibir que se puede convertir en un estímulo para la transformación.


Cuando sufrimos, buscamos el origen del malestar. Pero la tendencia es buscar culpables fuera de nosotros. Para sanar el dolor hemos de ir hacia el interior. Solo así nos daremos cuenta de que quizá las causas están en nuestra manera repetitiva de pensar, en nuestras actitudes defensivas o en nuestra incomprensión de nuestras relaciones y del mundo que nos rodea. Aceptar y tolerar nos sana, y una parte consiste en ver el sufrimiento como un proceso de aprendizaje. Tolerar no es aguantar, sino comprender y amar. Desde ahí crece la compasión.


LA MENTE COMO CALMANTE


“El sufrimiento deriva del apego” (Julio César)


El dolor físico, emocional o mental invita a incrementar el poder interior y a desapegarte. En el dolor físico, el aprendizaje del desapego facilita soltar el “nudo” y calmar la sensación de dolor. Este entrenamiento empieza por concentrar la energía en el interior del centro de la frente, detrás de los ojos, tener pensamientos de paz y desde este punto, considerado como el tercer ojo, irradiar rayos pacíficos por todo el cuerpo. Después de enfocar la energía en el centro de la frente, te desapegas del cuerpo, te centras en crear paz. Con tu mente calmas el dolor.


La solución espiritual es impedir que aparezcan las emociones que nos llevan al sufrimiento extrayendo del núcleo de nuestra conciencia cualidades de amor y paz, empleándolas en pensamientos y actitudes con motivación de entrega dirigidas al mundo que nos rodea. Se trata de concentrarnos en nuestras cualidades positivas naturales y no obsesionarse ni dar espacio a las negativas para que estas se vayan disolviendo.


Cuando vive una situación que le está provocando dolor, estabilícese entrando en el silencio. Observe de dónde viene ese dolor para soltarlo. La respuesta suele estar relacionada con la forma en que los demás actúan con usted. Sus deseos y expectativas le atrapan en el dolor. No acepta lo que es tal como es.


En situaciones de relaciones o circunstancias difíciles, la práctica del desapego reduce e incluso termina con el dolor. Puede estar involucrado cuando las cuerdas emocionales están enredadas o en manos de otro. O bien puede ser un observador desapegado con una perspectiva clara que le ayude a dar los pasos necesarios en la dirección correcta, la que le desenreda emocionalmente y clarifica su mente. Si está atrapado emocionalmente, el sufrimiento permanece y el dolor crece, provocándole amargura y malestar. Reacciona desde la angustia en vez de la compasión.


En silencio, con desapego, verá con claridad cómo en algunos casos ha sido su ego el que se ha dolido. El ego y el apego crean ataduras e imposiciones hacia otros, le coaccionan a actuar en contra de sus valores y le quitan libertad. Es necesario darse cuenta y aceptar la causa para pasar a fortalecer su poder de transformarlo.


Para disolverlo se puede involucrar en acciones elevadas, sirviendo o cuidando a otros. En vez de sentir el dolor como un martirio, veamos cómo nos invita a escuchar su llamada; a comprender con aceptación, tolerancia y compasión; a soltar y a desapegarnos; a amar con libertad dejando ser y hacer sin expectativas; a ser solidarios y a servir al prójimo.


Fuente : El País

miércoles, 20 de abril de 2011

NO DEJEMOS QUE EL DOLOR OCUPE EL LUGAR DEL QUE NOS FALTA



El dolor a veces, acompaña al que sufre, en el mismo lugar que antes acompañaba la persona. No importa qué lugar ni cuánto ocupaba el desaparecido en tu vida, el dolor está listo para ocupar todos esos espacios.



Y esta sensación de estar acompañado por el dolor no es agradable, pero por lo menos no es tan amenazante como parece ser el vacío. Por lo menos el dolor ocupa el espacio. El dolor llena los huecos. El dolor evita el agujero del alma.



¿Qué pasaría si no estuviera el dolor llenando los huecos? Quizás simplemente podría vivir en mi interior las cosas que el otro dejó.



A veces el proceso es el de aceptar renunciar a alguien que no murió, pero que ya no está, porque su enfermedad o el paso del tiempo lo cambiaron tanto que ya no es de la manera en que era. Puede estar aquí físicamente, tiene su misma cara pero no la misma expresión, tiene su misma voz pero no sus mismas palabras. Ya no es la misma persona. Ya no es. Y sin embargo está. No allá afuera sino aquí, adentro.



Y cuando puedo llegar a darme cuenta de eso puedo recuperar la alegría de estar vivo. Porque estar vivo significa poder sostener vivo a este otro que vive en mí.



La vida es la continuidad de la vida, más allá de la historia puntual, cada momento se muere para dar lugar al que sigue, cada instante que vivimos va a tener que morirse para que nazca uno nuevo, que nosotros después vamos a tener que estrenar.



Hace falta estrenarse una nueva vida cada mañana si es que uno decide soportar la pérdida. Pero si seguís llevando la anterior, la anterior y la anterior, tu vida se hace muy pesada.



A mí me parece que la vivencia normal de una pérdida tiene que ver justamente con animarse a vivir los duelos, con permitirse padecer el dolor como parte del camino. Y digo el dolor y no el sufrimiento, porque sufrir como veremos es, más bien, resignarse a quedarse amorosamente apegado a la pena.



Quiero poder abrir la mano y soltar lo que hoy ya no está, lo que hoy ya no sirve, lo que hoy no es para mí, lo que hoy no me pertenece. No quiero retenerte, no quiero que te quedes conmigo “porque yo no te dejo ir”.






No quiero que hagas nada para quedarte más allá de lo que quieras. Mientras yo deje la puerta abierta voy a saber que estás acá porque te querés quedar, porque si te quisieras ir ya te habrías ido.



Hay un poeta argentino, que se llama Hamlet Lima Quintana, un hombre cuya poesía admiro muchísimo. Y él escribió “Transferencia” que dice:



Después de todo, la muerte es una gran farsante. La muerte miente cuando anuncia que se robará la vida, como si se pudiera cortar la primavera. Porque al final de cuentas, la muerte sólo puede robarnos el tiempo, las oportunidades para sonreír; de comer una manzana, de decir algún discurso, de pisar el suelo que se ama, de encender el amor de cada día. De dar la mano, de tocar la guitarra, de transitar la esperanza. Sólo nos cambia los espacios. Los lugares donde extender el cuerpo, bailar bajo la luna o cruzar a nado un río. Habitar una cama, llegar a otra vereda, sentarse en una rama, descolgarse cantando de todas las ventanas. Eso puede hacer la muerte.
¿Pero robar la vida?… Robar la vida no puede. No puede concretar esa farsa… porque la vida… la vida es una antorcha que va de mano en mano, de hombre a hombre, de semilla en semilla, una transferencia que no tiene regreso, un infinito viaje hacia el futuro, como una luz que aparta irremediablemente las tinieblas.



Y a mí me parece que Lima Quintana tiene razón.






La desaparición del otro, que uno asocia con la muerte, solamente puede ser vivida así si uno no puede interiorizar a los que ha perdido.






Si uno se anima, entonces la muerte es una gran farsante. La enfermedad es una gran farsante.






Pueden llevarse algunas cosas de ese otro. Pero no pueden robármelo porque de alguna manera ese otro sigue estando dentro de mí.

Jorge Bucay El camino de las lágrimas

sábado, 16 de abril de 2011

SABER Y PODER PERDONAR


Hay muchas cosas en un círculo familiar que vale la pena perdonar y olvidar. Ninguna relación es perfecta.


Todas tienen sus heridas y rencores. Siempre debe llegar un tiempo para perdonar y olvidar. Mas no podemos osar olvidar quiénes somos y todo lo bueno que provino de aquellos que nos hicieron ser lo que somos.

En definitiva somos un poco de todos cuantos compartieron nuestra vida, aunque solo fuera un breve momento.

Siempre debemos recordar todo lo bueno que traen consigo nuestros seres queridos, especialmente nuestros padres. A pesar de que no todo lo que hicieron resultó bueno, con frecuencia dejamos que nuestra memoria se vuelva borrosa y nos vuelva ciego a todo lo que fue bueno. Recuerden, nuestros padres entregaron todo desde su corazón y su alma.

Si sentimos que algo hacía falta en nuestra relación con ellos, no hay nada que ellos puedan hacer ahora al respecto. ¡Déjenlos descansar en paz!

Pero hay algo que sí podemos hacer: lo mejor posible para asegurarnos de que nuestros hijos no vayan a sentir que había algo que faltaba en nosotros.

Algún día ellos nos recordarán. ¿Qué es lo que recordarán? ¿Que siempre estuvimos ahí para ellos? ¿O que estábamos demasiado ocupados para estar con ellos? A final de cuentas, el tiempo es la mejor inversión que podemos hacer por nuestros hijos.

Debemos darles tiempo: calidad y cantidad, puesto que esto es lo que creará sus recuerdos de nosotros. Para dejar recuerdos correctos, tenemos que aprender a combatir el tipo de Alzheimer que tantos de nosotros tenemos en nuestro interior al recordar las palabras que nuestros padres solían decirlos: “¡presta atención!” y “¡no se te olvide!”.

Siempre tuve la sensación de que cuando recordamos a nuestros seres queridos las puertas del cielo se abren. Es un momento para el diálogo. Y si nos concentramos, podemos oír a nuestros padres hablarnos y podemos hablar con ellos. ¿Y qué es lo que han de estar diciendo? ¿Te quiero? ¡Seguro! Pero si escucháramos con cuidado quizá podamos percibir palabras que nunca oímos antes, sentimientos que sabíamos estaban ahí, pero nunca fueron expresados con palabras. Sentimientos de amor y devoción que sabíamos que nuestros seres queridos tenían por nosotros.

Quizá también los escuchemos decir: “Lo siento. Intenté hacerlo lo mejor que pude, pero ahora me doy cuenta de que no siempre tuve la razón. Mis intenciones fueron buenas. Por favor, compréndeme”.

Nosotros, también, tenemos la oportunidad de hablar con nuestros padres y seres queridos. Y hay algunas cosas que tal vez queramos decirles: “Lo comprendo. Así que por favor compréndeme a mí. Por todas las promesas que no cumplí porque era demasiado difícil o era demasiado joven, o no tenía suficiente sabiduría o fui demasiado débil.

Por favor, perdóname. Por todas las promesas que tú no cumpliste, yo te perdono. Por concentrarte en todo lo que hacía falta, sin nunca apreciar por completo todo lo que dabas, te agradezco con todo mi corazón. Por las lágrimas que no fueron derramadas, los besos que no fueron dados y la atención que no fue dada porque yo estaba muy ocupado viviendo mi vida, por favor debes saber que siempre serás parte de mi vida”.

Ahora es el momento de decirles, ya sea por primera o por enésima vez, “te amo, te quiero, te extraño, te doy las gracias, siempre te recordaré”. Recuerden, presten atención.


No olviden, simplemente perdonen y mantengan el amor vivo hacia quienes nos quisieron y quisimos estén donde estén, dejándoles un hueco en nuestro corazón donde vivirán, hasta que nos volvamos a ver.

Y sobre todo no estar triste porque se marcharon, sino darles las gracias por el tiempo que pasamos con ellos y pudimos compartir juntos, con el deseo de reencontrarnos muy pronto con ellos.

jueves, 14 de abril de 2011

LA MUERTE ES UNA ESPERIENCIA GOZOSA


Este escrito de Neale Donald Walsch (de “Conversaciones con Dios”) es sumamente importante en estos tiempos en que muchas almas están desencarnando, en millares a veces (como en Japón).

Walsch lo expresa brillantemente al decir que “el Alma de nuestro ser querido que partió se ha hecho una con nosotros, en cuerpo y alma”. Una aclaración al respecto: esto sucede cuando podemos aceptar y liberar al Alma.

Si continuamos sufriendo (en negación, en cólera, en rechazo) o si dejamos de vivir nuestra vida o si nos aferramos a ellos continuamente o los invocamos para que nos “salven”, ese dolor y apego impide esta unión amorosa que Donald expresa. Mi hermano y mi madre partieron con poca diferencia. Jamás sentí que se “fueron”; ni los lloré ni los extraño: están en mí siempre.

La Nueva Historia Cultural: La Muerte es una Experiencia Gozosa La Nueva Historia Cultural que se nos ofrece en Conversaciones con Dios nos dice que la muerte no existe. No, por lo menos, como nosotros la definimos. No es el final de la vida, porque la vida nunca se termina, dice la Nueva Historia, sino que sigue por siempre y para siempre, y aún más para siempre.

Por lo tanto, la fecha en que una persona “muere”, en la Nueva Historia se la conoce como el Día de la Continuación de esa persona. Es más, la Nueva Historia nos dice que el evento que los humanos llamamos muerte es una experiencia extática, marcada por un gran despertar a lo que es Realmente, una alegre reunión con cada ser querido que hayamos conocido (en esta vida o cualquier otra), y una feliz fusión con lo Divino. Por último, las afirmaciones de la Nueva Historia que bien podrían producir el mayor choque cultural son sus anuncios de que la muerte nunca es y nunca puede ser impuesta a nadie, sino que siempre es elegida – y, lo que es aún más sorprendente, la muerte no es definitiva. Todo esto es cierto, dice la Nueva Historia, debido a Quienes Somos.

Cada alma es una individuación de la Divinidad, dice la Historia, y como tales, nada le puede pasar AL Alma, sino que todo pasa A TRAVÉS del Alma. Esto incluye la muerte. Por lo tanto ningún Alma muere nunca de ninguna manera, ni en ningún momento, que no sea de su propia elección. Tampoco le sucede nada a Lo Divino que sea en contra de la Voluntad de lo Divino. Ya que lo Divino es Todopoderoso y Omnipresente en Todas Partes y en Todo, un evento que ocurra en contra de su voluntad es, por definición, funcionalmente imposible.

La muerte es una experiencia sagrada, llena de verdad y de gracia, cuando Lo Que Es se conoce totalmente y no es simplemente imaginado; cuando todo dolor y sufrimiento de cualquier tipo, físico o emocional, se disuelve; cuando el miedo y la incertidumbre y la infelicidad se evaporan; y cuando la suave y gentil conciencia de la presencia eterna de Dios y la dulzura del amor incondicional de Dios se vierte en la Esencia de Nuestro Ser, revelando allí que es, y que siempre ha sido, nuestra Esencia misma.

Reconciliando las Historias: Por qué la Gente Elige Morir Si se va a creer la Nueva Historia Cultural, muchas preguntas deberán ser contestadas. Muchas de ellas tendrán que ver con la Intención del Alma, si es que en efecto está eligiendo marcharse de esta vida física por su propia voluntad. Muchas personas en duelo me dicen: “¿Quieres decir que mi esposa (esposo, madre, padre, hijo, etc.) en realidad eligió dejarme? ¿Qué me estás diciendo? ¿Qué me dice eso acerca de lo felices que eran conmigo?”

Si no tenemos cuidado, sin darnos cuenta vamos a convertir la Nueva Historia en una ocasión para la cólera. De hecho, todos hemos conocido personas que, incluso estando inmersas en la Vieja Historia Cultural, se han enojado con un ser querido por morir.

Las dos Historias se reconcilian cuando comprendemos plenamente y abrazamos la verdad que nos cuentan las dos historias: que quien muere nunca nos deja realmente, sino que siempre está con nosotros. Con nuestro simple pensamiento sobre ellos, su Esencia vuela a nosotros a la velocidad de la luz, revoloteando a nuestro alrededor, y de hecho, impregnando nuestro cuerpo.

Podemos sentirlos con nosotros y dentro de nosotros. Y aunque mucha gente diga que eso no es tan reconfortante como su mano cálida en la nuestra y su cuerpo para abrazar, encontramos un consuelo diferente, mucho mayor que el físico, en la fusión de la Esencia que duplica lo que ocurre entre nosotros y Dios en el momento de nuestra propia muerte.

Puede haber una dicha en esta fusión que iguale la maravilla y la alegría del contacto físico; porque cuando se tocan las Almas, los cuerpos igualmente experimentan el éxtasis. Yo he conocido esto en mi vida cuando he sido tocado por Dios, y en algún momento incluso por pensar en alguien más. Otros lo han conocido también, y han escrito de eso en poemas y canciones. Aun así, si el Alma de nuestro ser querido tan amado estaba tan feliz con nosotros, ¿por qué, realmente, se marchó?

Esa sigue siendo la pregunta apremiante. La respuesta es que no se marchó, sino que elige ahora quedarse con nosotros en una nueva forma, una forma mediante la cual nos puede mostrar más amor, y experimentar más unicidad y felicidad con nosotros, que cualquier otra expresión de vida en lo físico podría haber permitido. Cuando un Alma parte del cuerpo, lo hace porque ha completado su viaje en esta expresión particular de vida.

Ha experimentado lo que vino a experimentar, y ahora está lista para lo que podríamos llamar, en términos terrenales, su recompensa final, su premio mayor, y su mayor experiencia: la oportunidad de amar a sus Amados tan plenamente que, literalmente, se convierte en nosotros en una unión eterna de la Esencia de vida.

El Alma de nuestro ser querido que partió se ha hecho una con nosotros, en cuerpo y alma. Y no hay cielo mayor que ése. Imaginen poder impregnar el cuerpo de su Amado, hacerse Uno a un nivel sub-molecular, incluso mientras las Almas que están en el cielo hacen lo que quieren. Y así será, cuando su ser querido muera, en la Tierra como en el Cielo.

Si creen interesante el tema y les gustaría leer los tres libros de “conversaciones con Dios I, II y III” basta con que nos los pidan por correo y se los enviaremos gratuitamente.

Lo dicho vayan…………………………….CON DIOS.

lunes, 11 de abril de 2011

LA ESPIRITUALIDAD Y EL DECIR ADIÓS A UN SER QUERIDO


Decir adiós

Tus muertos se van por una puerta,

Que tú no puedes trasponer, ¡Ahora!

Porque se cerró tras ellos.

¡No los esperes ahí…! Despídelos,

Para que puedas correr

Y espéralos llegar por otra puerta,

¡Al final De tu duelo!


Si buscas un camino

Para reencontrarte con tus muertos,

No lo busques, llorando, en tu pasado;

Búscalo, más bien, esperanzado,

Andando tú camino, hacia el futuro


Este sí que es un tema difícil de verdad.

Perder a un ser querido puede dar la vuelta a una persona, poner en jaque sus creencias, provocar una crisis tremenda… ; o reafirmar sus convicciones, apoyar sus ideas previas, acentuar sus prácticas.

En este sentido, he visto de todo. Cada duelo, cada persona, cada circunstancia es un universo.

A algunos les consuela creer en la pervivencia del espíritu y en que volverán a encontrar al que se fue. Otros tienen que despedirse para siempre.

Lo que sí puedo contar es que he visto a familiares desesperados buscando al añorado entre prácticas esotéricas extrañas. Angustiados por encontrar una respuesta al porqué más terrible de nuestras vidas: por qué se fueron.

Hay que evitar caer en manos de desaprensivos, iluminados, fanáticos, ilusos…

Bienintencionados o no, pronto se descubre. Pero no hay que dejarse el alma en el camino.

Muchos aseguran que la pérdida fue un revulsivo que les hizo enfrentar la vida de otra manera. Que se han vuelto más espirituales (aunque no sea siempre de las religiones establecidas), más empáticos, más preocupados por sus familias, la gente, la Tierra…

No comparto, sin embargo, la tesis de algunos que aseguran que las muertes se produjeron para que ellos fueran castigados; o cambiaran, crecieran, aprendieran a las malas… Hay un largo repertorio, pero no merece la pena glosarlo.

El consuelo de las creencias de cada uno, los grupos religiosos a los que ya se pertenecía, los sacerdotes o religiosos que conocemos puede ser fundamental. Y dichoso aquel que se sienta arropado por ellos.

A menudo me cuentan lo contrario: que todo son frases hechas “Dios lo quiso así”, “Sólo se lleva a los buenos”, “Dios no da más de lo que uno puede soportar”, “Ya tienes un angelito en el cielo”… pero poca ayuda espiritual efectiva. Hay más de uno que huye de los dolientes, de sus penas, de darles apoyo. Con lo que provoca auténticas crisis de desconsuelo en los que confiaban en su ayuda.

En nuestro caso, notamos que hemos sufrido tantísimo emocionalmente que estamos cansados, pero más abiertos a lo espiritual. Parece como que sólo con la meditación, la oración, la contemplación conseguimos que nuestros espíritus se serenen.

Cada religión tiene sus prácticas y todas deben ser repetidas: cada día, cada semana, determinadas festividades. Comprobamos que hay que practicar con una cierta asiduidad, porque si no lo cotidiano nos arrastra en la vorágine de lo imprescindible, y no deja espacio para “lo esencial que no se ve con los ojos”.

Nos sentimos defraudados por la iglesia católica en la que nos criamos, pero seguimos ejercitando el alma. Tal vez sea un prejuicio educacional. Sin embargo también aporta calidez, serenidad, esperanza y hasta gotitas de alegría a nuestras vidas.

Lo único que sabemos aconsejar es que cada uno busque aquello que le dé paz.

Creemos firmemente que ante cualquier cosa que no satisfaga la intuición y que suene a falso, hay que dar siempre preferencia a la intuición.

Creemos que, en el silencio, en el fondo de cada ser, Algo inmanente, tal vez Dios, se hace escuchar.

Es una colaboración de J.M.G.C.

viernes, 8 de abril de 2011

CONOCIMIENTO, CONCIENCIA Y DUELO


Creo que los primeros pensamientos significativos que cruzaron por la mente del primer ser humano capaz de tener pensamientos profundos fueron: “¿Qué soy?”¿Quién soy?

Hace unos 2500 años, los salmistas lo parafrasearon de este modo: “¿qué es el hombre, qué es ese ser que Tú has creado?”. El ser humano es la única criatura que representa un problema para sí mismo. Abraham Maslow escribió:

“La especie humana es la única especie que encuentra difícil ser una especie”. Para el gato, no parece haber problema en aceptar su condición gatuna. Solamente los humanos tienen una búsqueda de identidad, solamente nosotros somos autoconscientes.

Al tratar de hallar las respuestas a las interrogantes universales, hay quien expone razones fáciles y rápidas. Especialmente resultan de muy poca ayuda las respuestas que nos hacen imaginarnos con menos valía de la que poseemos: “El hombre es un animal noble” (sir Thomas Browne); “Un mero insecto” (Francis Church); “Un animal que razona” (Séneca); “Tan sólo una bestia” (Thomas Percy)… Pero no somos bichos ni bestias.

Algunos pensadores recurren a frases tales como “Pequeñas patatas” (Kipling); “Nacido libre” (Rousseau);”Es un prisionero” (Platón); “Maestro de su destino” (Tennyson); “Ciertamente, completamente loco”(Montaigne). Las citas siguen y siguen. Pero todas ofrecen más resplandor que iluminación. Dicen más acerca de la psiquis de sus autores que de la naturaleza de la humanidad.

Algunos pensadores intentan imprimir su enfoque en cada pieza del bagaje teórico; desean con fervor traducir cada una de nuestras preguntas —y evaluar cada uno de nuestros actos— en función de un sistema particular.


Por lo tanto, Marx nos vio en términos económicos; Freud nos vio en términos de nuestras funciones sexuales; Becket nos dejó colgando sobre el abismo epistemológico, esperando a Godot; la Secretaría de Hacienda nos percibe como números, que cobran vida cada año.

La respuesta de los salmistas es más poética que el resto, pero no es de mucha más utilidad para nuestro entendimiento: “El hombre es un simple infante en el universo… Insignificante ante lo vasto de los mundos… Hecho a la imagen de Dios, pero un poco menos que la divinidad…”

Tales respuestas no hubieran ayudado al depresivo filósofo Arthur Schopenhauer. Caminando una noche por Berlín, su mente sitiada por los acertijos de la existencia, encontró el camino hacia un parque público. Ahí, un policía lo confundió con un vagabundo. El oficial lo señaló con su bastón: “¿quién eres?, ¿qué demonios estás haciendo aquí?”. “Precisamente —respondió Schopenhauer—, ojalá yo lo supiera”.

Ahora bien, existe un enfoque opuesto a toda esta filosofía. Hay muchos que simplemente ignoran las preguntas y se dedican a lo suyo. Para ellos, las preguntas no tienen relevancia alguna. Como en el caso de un pasajero ocasional de un tren que sintió curiosidad al ver a un trabajador de la estación golpeteando las llantas de cada carro con un martillo de metal. Sin conocer el propósito de este acto, el pasajero se acercó al trabajador y le preguntó qué hacía. “No sé. Solamente lo hago porque me pagan”.

¿Cuántas cosas damos por hecho? ¿Cuánto hacemos solamente porque siempre lo hemos hecho?

Sócrates dijo: “No vale la pena vivir la vida que no es examinada”.

Un día vi por casualidad un programa acerca del padre de la antropología estadunidense, Franz Boaz, nacido en Alemania y profesor de la universidad de Columbia por más de 40 años. Era conocido por su estudio de los esquimales y los pueblos indios de Norte y Sudamérica.


El fue responsable, en gran parte,de dos axiomas antropológicos: primero, no hay una persona inherentemente superior a otra (este dardo al corazón del etnocentrismo puso las teorías de Hitler en evidencia). Segundo, todas las culturas se hacen las mismas preguntas (el “porqué” de la vida) y buscan las respuestas a la enfermedad, la muerte y la felicidad.

La cultura es relativa, nos enseñó Boaz. Lo que nos hace diferentes es nuestra manera personal de soportar las realidades de la vida.

Entonces, ¿qué somos? Creo que nunca lo sabremos. En realidad, tal vez solamente Dios lo sepa. Pero si no sabemos por qué estamos aquí, por lo menos debemos estar conscientes de que estamos aquí mientras estemos aquí. Como alguna vez dijo Woody Alien en uno de sus instantes lúcidos:

“El 80 por ciento de la vida es simplemente aparecer”. El significado en la vida se manifiesta con sólo vivirla al despertar cada día, a cada momento, sin importar lo que venga.


El significado viene de buscar bendiciones en cada brisa, en cada acto, en cada nueva experiencia; de encontrar la belleza en cada aspecto de la vida, de la naturaleza del amor y el dolor que, generalmente, nos toma por sorpresa.


El significado viene de aparecer y atravesar. De encontrar el humor en la tristeza y la humildad en el triunfo; de hallar fortaleza en nuestra vulnerabilidad y solaz durante las tormentas.

¿Qué es el hombre y de qué se trata? Insisto, puede ser que jamás lo sepamos. Pero durante la vida hemos sido bendecidos para vivir, disfrutar la brisa y sobrepasar las ráfagas. Somos como cristales en el viento que cuando se encuentran su música y su melodía, de alguna manera, perdura. El valor para afligirse y lamentarse ¿De qué se trata la vida, si nuestro destino es simplemente morir, si la vida es un desperdicio? ¿Acaso la vida de quienes nos precedieron valió la pena, tuvo significado? ¿Es ahora el mundo un lugar mejor gracias a que vivieron o acaso los días de su vida fueron en vano? A

l buscar las respuestas a este misterio entendemos que este es el momento para afirmar algunas de las verdades esenciales del luto, de qué sucede cuando los que amamos mueren.

Lo primero que tenemos que afirmar es que hace falta afligirse. Cuando nuestros seres queridos y amigos mueren, tenemos una necesidad natural de dejarlos ir, de expresar nuestro sentimiento de pérdida.

Hay demasiadas personas que buscan atajos en el proceso del luto o que lo ignoran por completo. Un maestro comentó, “Aunque tenga que caminar por un valle oscuro”, que uno tiene que caminar por el valle, no puede evitarlo ni siquiera tomar una desviación. Pues sí: es necesario caminar por el valle oscuro, no alrededor, no por encima ni por debajo. En otras palabras, existe una necesidad de confrontar a la muerte, de enfrentar nuestra tristeza.

Algunas personas intentan eliminar por completo el proceso de la pena. Con frecuencia tratan de explicarlo diciendo que no quieren molestar a nadie, de causar un inconveniente o ser una carga. Es cierto que es un comportamiento muy considerado de su parte, pero no están satisfaciendo sus necesidades. Están convencidos de que no tienen esa necesidad.

Segundo, tenemos derecho a afligirnos. Con frecuencia, nuestros amigos y parientes bien intencionados nos quitan este derecho. Actúan de buena fe, ni dudarlo, cuando le dicen a quien ha sufrido una pérdida que llorar es un comportamiento infantil. Intentan alejar al enlutado de la situación de pena y hacen las cosas que él debe hacer por sí mismo. Distraen al doliente, hablan de cualquier cosa y de todo, excepto de las cuestiones sobre las que el enlutado necesita hablar y tiene el derecho a hablar.

A las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido se les dice que “sean fuertes”, como si fueran piedras. Los seres humanos tenemos que darnos el permiso de llorar y esa es una de las razones por las que tenemos conductos lacrimales.

Y finalmente, necesitamos reconocer que el afligirse también requiere valor.


El duelo es la última prueba de la vida. Porque el afligirse es un modelo para el crecimiento y para encontrar el sentido en nuestra vida.

Enfrentarse a la pena y pasar por todo el proceso de lo que ella representa significa enfrentarnos a nuestros sentimientos con honestidad, expresarlos y aceptarlos durante todo el tiempo que le tome a la herida sanar. Para la mayoría de nosotros, esto es algo bastante difícil. Por eso, afligirse requiere valor.

Hace falta tenerlo para sentir nuestro dolor y enfrentarnos a lo desconocido. También hace falta tener valor para afligirse en una sociedad que, erradamente, valora la reserva y donde nos arriesgamos a enfrentar el rechazo de los demás por ser abiertos o diferentes.

Tener valor para afligirse conduce a tener valor para vivir, amar, arriesgarse y disfrutar los frutos de la vida sin temor o inhibiciones. Tener valor para enfrentarse a la pena, la frustración, las dificultades, invariablemente genera una vida de más recompensas.

Tener valor para confrontar la muerte con honestidad, significa que examinamos nuestra vida, valores, ideas, y lo que tiene significado para nosotros, con lo que eventualmente creamos una existencia satisfactoria y con un propósito.

Al aceptar a la muerte como un proceso natural de la vida, podemos vivir nuestra vida con más gusto y profundidad. Ahora, ¿qué es lo que tenemos para ayudarnos a desarrollar ese valor? No es algo que se encuentre en un catálogo y nos puedan entregar por mensajería; tampoco lo hallaremos en un aparador o lo conseguiremos por debajo de la mesa. Pero es accesible a todos nosotros.

Un profesional en apoyo emocional sugiere tres fuentes de ayuda. Lo único que hace falta es usarlas. Son el apoyo a uno mismo, el apoyo del ambiente y el apoyo de nuestro sistema de creencias o nuestra filosofía.

El primero, el apoyo a uno mismo, es importante. No podemos tener valor para afligirnos o para encarar a ninguna crisis hasta que nos enfrentemos a nosotros mismos, Y esto significa honrar a nuestros sentimientos y necesidades. Aunque de ninguna manera desprecio el hacer cosas por los demás, hay legitimidad en hacer cosas para uno mismo.

Otra cosa que debemos estar dispuestos a aprovechar es el apoyo que hay en nuestro ambiente. Podemos obtener mucho de otras personas. Nuestros amigos, parientes, vecinos, colegas, médicos de familia, sicoterapeutas, clero, abogados, consejeros financieros, personas de negocios, todos pueden ayudarnos.

Además existen otros apoyos: cursos, cambio de profesión, trabajo voluntario, clubes, mascotas, viajes, arte, música, danza, grupos de duelo, deportes, meditación. No son un escape. Son ayudas que tenemos a nuestro alcance.

El tercero es nuestro sistema de creencias. Nuestra filosofía de vida afecta mucho la forma en que nos enfrentamos al dolor y a los problemas. El significado que le damos a la vida, al sufrimiento y a la muerte es fundamental. Vivir una vida con significado, cualquiera que sea, es más fácil que vivir sin nada.

Vive, ama, arriesga y disfruta de los frutos de la vida sin temor ni inhibiciones. Permitamos que la vida sea, para ti y para mí, un tiempo así, un tiempo para que adquiramos el valor de afligirnos.

En nuestra sociedad, con demasiada frecuencia, se nos enseña que la muerte es un tema que debe evitarse, ignorarse, incluso negarse. Sin importar cuál sea tu origen cultural o étnico, cada vez que permites que tus emociones salgan a la superficie, te sorprenderá notar el poco apoyo que recibirás para realmente desahogar tu pena o expresar tu dolor.

No obstante, debes permitirte lamentarte. Posponer la confrontación de tus sentimientos al llenar cada día con actividades sólo aumentará la reacción de la pena. Recuerda que cuando uno sufre una gran pérdida, expresar los sentimientos es una muestra de fuerza, no de debilidad.

No hay una forma correcta para experimentar la pérdida y ajustarse a una vida sin el que ha partido. Perder a la pareja, a un hijo, madre o padre, amiga o amigo, hermana o hermano, es perder una parte de ti. Por lo tanto es natural lamentarse por esta pérdida. Quizá sufras emociones de una intensidad inimaginable. Pero aunque estés en agonía, por más terrible que todo parezca ser, tu pena es sana y correcta. Y debes darte permiso para lamentarte.