PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE
¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD SINO EN TU PROPIO CORAZÓN?

lunes, 31 de diciembre de 2012

PARA DESPEDIR EL AÑO

 
 
¿Dónde nace la esperanza?
 
LA VIDA CON SUS LECCIONES, SUS PROBLEMAS, SUS SINSABORES, MUCHAS VECES SE ASEMEJA A UN RÍO EL CUAL DEBEMOS CRUZAR PARA LLEGAR A LA OTRA ORILLA.
 
Algunos pueden llegar más fácilmente al otro lado, otros podrán encontrar pasos menos exigentes, otros deben prepararse para cruzarlo a nado, y sortear los inconvenientes, pero a pesar de ello, es posible vislumbrar la otra orilla y ver que con frecuencia, está más cerca de lo que creemos. Sólo se necesita para llegar a la otra orilla el trabajo y esfuerzo continuo, la voluntad imperiosa al servicio de un objetivo firme de progreso y la confianza en uno mismo de poder lograrlo.
 
LA CONFIANZA EN UNO MISMO SE CONSIGUE RAZONANDO Y APLICANDO LA HUMILDAD EN LA ACEPTACIÓN DE LAS PRUEBAS A LAS QUE NOS SOMETE LA VIDA EN NUESTRO CAMINO POR ELLA; SE BASA EN EL CONOCIMIENTO PROFUNDO DE UNO MISMO, DE LAS CIRCUNSTANCIAS QUE RODEAN NUESTRA VIDA Y DE NUESTRO DESTINO COMO SERES EN CONSTANTE EVOLUCIÓN.
 
Al ser humano que se mueve con autentica confianza en si mismo, lo anima también una visión positiva de la vida en la que, lejos de ignorar las dificultades, intenta descubrir las soluciones, y ver para qué le sirven dichas dificultades. Procura reflexionar sobre el para qué de las cosas, qué aportan, en qué enriquecen, qué enseñanzas dejan, y no se cuestiona tanto el ¿porqué a mí?, creyéndose víctima de las circunstancias adversas.
 
La confianza en uno mismo y el optimismo son flujos de una corriente de energía positiva, vigorosa, que no sólo hace que el ser humano se sienta vivo y pleno, sino que a la vez contagia a los demás y le permite ver la vida con todos sus defectos pero también con todas las posibilidades de cada día aprender un poco más. El optimismo se alimenta de una valoración profunda de los seres con los que se comparte la vida, siempre hay algo para agradecerles, algo por lo que se los pueda estimular, afecto para demostrar en actitudes y palabras sinceras.
 
Comparando a la vida como una aventura marina, el escritor Enrique Rojas sostiene que el optimista, cuando sobrevienen el peligro o las dificultades, no pierde la calma; tiene fortaleza y serenidad; relativiza y no dramatiza los hechos. Lucha contra los elementos adversos, está atento a todo, pero mirando la lejanía, porque los vientos favorables volverán...
 
El ser humano que proyecta su vida de acuerdo a estos estados de valoración, de confianza en si mismo y esperanza, vive siempre hacia delante, en la confianza y el deseo de que el objetivo trazado llegará a cumplirse algún día. La esperanza es la fuerza que empuja, arrastra, fascina por su contenido y pone en marcha la motivación...
 
Tener ilusión es tener confianza en nuestro trabajo y esfuerzo diarios, es alimentar la esperanza de que las cosas que anhelamos pueden ser posibles, en función de nuestro compromiso interno con ellas; es estar vivo, programar objetivos, soñar con dar lo mejor de uno, superar las dificultades y llegar a esa cima que de joven uno se planteó.
 
Qué importante sería dinamizar con esperanzas y renovadas ilusiones los propios proyectos, darles energía, luchar contra la monotonía y el desgaste, porque sólo así se irán desgranando los esfuerzos por alcanzar lo mejor. Y cualquier naufragio resultará positivo porque enseñará una lección concreta, de la que siempre se aprenderá algo.
 
La vida se compone de escenas que requieren de esa mirada positiva, de un sentimiento de aliento, de confianza y esperanza que nos acompañe, y esos estados anidan en cada uno de nosotros, cuando se cultivan con la serenidad del pensamiento y el sentimiento, cuando el ser humano se conecta espiritualmente solicitando fuerzas para las luchas, agradeciendo y valorando lo que tiene y recibe cada día.
 
EL LATIDO DE LA VIDA ESTÁ ALLÍ, EN CADA GRIETA Y EN CADA ESPACIO Y COMO EXPRESA ERNESTO SÁBATO (...) "SÓLO NECESITA UN LATIDO PARA SEGUIR VIVIENDO, Y A TRAVÉS DE ÉL PUEDE COLARSE LA PLENITUD DE UN ENCUENTRO, COMO LAS GRANDES MAREAS PUEDEN FILTRARSE AUN EN LAS PRESAS MÁS FORTIFICADAS. O UNA ENFERMEDAD PUEDE SER LA APERTURA, O EL DESBORDE DE UN MILAGRO CUALQUIERA DE LA VIDA. UNA PERSONA QUE NOS AME A PESAR DE NUESTRA CERRAZÓN COMO UNA GOTA QUE GOLPEARA INCESANTEMENTE CONTRA LOS ALTOS MUROS".
 
ENTONCES, ALLÍ ES DONDE NACE LA CONFIANZA Y LA ESPERANZA, EN CADA PLIEGUE DEL ESPÍRITU QUE INTENTA NO DESILUSIONARSE, PORQUE LO SOSTIENE, UN SENTIMIENTO AUTENTICO JUNTO A LA MÁS ÍNTIMA Y PROFUNDA CONFIANZA EN SU UNIÓN CON TODO LO CREADO Y SE SIENTE PARTICIPE DE ESA CREACIÓN.

sábado, 29 de diciembre de 2012

REFLEXIONES PARA EL FIN DE SEMANA

LA DESOLACIÓN
 
LA DESOLACIÓN, CUNDO SUFRIMOS LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO ES INEVITABLE, SABEMOS QUE NOS ACOMPAÑARA DURANTE UN TIEMPO, SIENDO UN CAMINO QUE DEBEMOS RECORRER ACOMPAÑADOS SOLO DE NOSOTROS MISMOS.
 
La desolación es una profunda tristeza que sentimos algunas veces cuando estamos atravesando situaciones para las que no estamos preparados en la que no sabemos cómo actuar.
 
En la desolación sentimos que alcanzamos lo más profundo del dolor, pero está en nosotros no permanecer mucho tiempo en este estado y lograr emerger con fuerza y con una clara mirada sobre lo que realmente queremos para nosotros, lo que nos hará mucho más fuertes y más optimistas a la hora de enfrentar situaciones adversas.
 
Como seres humanos cometemos errores y nos hundimos con pánico en la desolación, parece que el error o las situaciones adversas son las mejores excusas para permanecer desolados.
 
Es en ese abismo que debemos permanecer un tiempo conveniente.
 
Meditar, reflexionar y hacer un cambio, ese tiempo de luto debe durar el tiempo adecuado, pero es de valientes y osados pasar la página con un gran impulso y continuar trabajando en nuestras meditaciones en el día a día, en la relación con amigos, vecinos, familiares para lograr un cambio en nuestro desenvolvimiento interior.
 
La desolación nos lleva de melancolía, tristeza, energías negativas, en este estado vemos todo oscuro, pero cuando logramos salir de ese abismo realmente cambiamos la visión de las situaciones y estas pasan a ser aprendizajes que nos fortalecen y que nos permiten ir aprendiendo que en la adversidad lo que más debemos hacer es crecer y llenarnos de fuerza, practicando la humildad de corazón y la renuncia.
 
ASÍ CON EL ALMA ABIERTA CAMINAMOS, TROPEZAMOS, APRENDEMOS, NOS LEVANTAMOS, SONREÍMOS Y CRECEMOS.
 
NUESTROS DOLORES ESTÁN ARRAIGADOS EN LO MÁS PROFUNDO DE NUESTRO SER, ENFRENTARLOS Y SANARLOS EN NUESTRO INTERIOR, NOS IMPULSA A SEGUIR NUESTRO CAMINO DE INFINITAS POSIBILIDADES.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

COMPARTIENDO SENTIMIENTOS (UNA HISTORIA REAL)

23 AÑOS Y LA MUERTE‏
 
PARA MÍ FUE MUY FUERTE Y RESOLVIÓ UN NUDO QUE TENÍA DESDE HACE MUCHO TIEMPO Y QUE MANTENÍA LATENTE POR AHÍ, EN UN RINCÓN AL CUAL DE VEZ EN CUANDO LE ECHABA UNA MIRADITA Y LO REPASABA MUY POR ARRIBA, ASÍ SIN MÁS.
 
Era algo que consideraba doloroso e injusto porque me había hecho perder una relación que me hacía sentir muy bien .Una mochilita sin desempacar. Es difícil entender los momentos en que sufrimos. Es fácil decir que todo sirve para aprender. NO SIEMPRE LOGRAMOS EXTRAER LO IMPORTANTE DE ESOS MOMENTOS, SÓLO LOS SUFRIMOS, pasan, sanan, con el tiempo o con la voluntad que le ponemos para olvidar.
 
Hoy me enteré de la muerte de alguien a quién quise, pero no me había dado cuenta de cuánto. Había quedado en el pasado, 23 años atrás. Es mucho tiempo para nuestras vidas de seres humanos. Cuando vi la noticia de su muerte en un diario viejo, del año 2010, se me secó la boca.
 
Significaba mucho para mí. Creía que lo había dejado atrás, que lo había superado.- De vez en cuando me reprochaba haber cometido un error con él. No lo había entendido. Lo había querido enmendar pero él no me lo permitió. Tanto le había dolido?
 
Me senté mirando la nada en el sofá del salón, frente a la ventana y cerré los ojos. Pasó más de una hora cuando mi gato me trajo a la realidad por sentarse sobre mi pié.
 
Y cuando abrí los ojos ya lo sabía. Eduardo había pasado por mi vida para darme una lección de amor- De amor incondicional, como debe ser el amor y como él lo sentía y lo esperaba de mí. Yo no supe corresponderle, no lo merecía ni a él ni a su amor. Yo no estaba a su altura. Debería pedirle perdón por haberlo hecho sufrir, con decepción, por haberlo dejado solo cuando me necesitó.
 
Pero ya no importa. Sé que por su forma de ser ya me perdonó aunque me hubiera gustado poder escucharlo. Eduardo fue importantísimo en mi vida- Hoy después de 23 años y de haber vivido tanto, con su muerte me terminó de explicar lo que es el amor. Tardó pero llegó. Valió la pena sufrir, conocer a Eduardo para después perderlo.
 
Claro, él ya había cumplido su misión en mi vida. Quise compartir esta historia corta de mi vida porque muchas veces buscamos explicación inmediata, queremos saber para qué todo. Siento que tuve el amor encapsulado en un rincón de mi alma, guardado para él, era el dueño.
 
Hoy se liberó, lloré, ya no se lo puedo dar, no se lo puedo decir. Igual para que, no tendría sentido. Yo le fallé, pero aprendí. Él, tan noble, honesto, sincero, generoso, amoroso, él me enseñó.-Y lo voy a seguir amando porque vive en mí.
 
GRACIAS, EDUARDO POR HABERME DADO ESTE PRECIOSO REGALO DE NAVIDAD- SIGO LLORANDO SÍ, POR TÚ Y POR MÍ, POR LOS DOS, PERO AHORA CON AGRADECIMIENTO TAMBIÉN.
 
ES UNA COLABORACIÓN DE E.G.S.
 
GRACIAS POR COMPARTIR TUS SENTIMIENTOS Y YA SABES PARA LO QUE NECESITES TODO EL EQUIPO DE ALBORADA ESTA A TÚ DISPOSICIÓN

martes, 25 de diciembre de 2012

RELATOS DE AUTOAYUDA CONTRA EL MIEDO A LA MUERTE

FRASES PARA SUPERAR EL MIEDO A LA MUERTE Y NO CAER EN EL ABISMO DEL DUELO
 
COMPARTIMOS UN PASAJE DEL LIBRO “EL PODER DEL AHORA”, DE ECKHART TOLLE, QUE PUEDE AYUDARNOS A VER CON OTROS OJOS LA REALIDAD EN AQUELLOS MOMENTOS EN LOS QUE NO ENCONTRAMOS SALIDA, FRENTE A LA PÉRDIDA DE UN FAMILIAR QUERIDO O ANTE NUESTRO PROPIO MIEDO A LA MUERTE.
 
Eckhart Tolle, el autor de “El poder del ahora”, fue una persona que sufrió un profundo cuadro depresivo en una etapa de su vida, llegando a pensar seriamente en el suicidio. Sin embargo, pudo salir adelante y transformarse en un especialista en temas espirituales y crecimiento personal. Hoy recorre el mundo gracias a sus libros y conferencias.
 
En este pasaje de “El poder del ahora”, denominado “Cuando el desastre golpea”, Tolle nos ayuda a comprender el verdadero sentido de la muerte y a afrontarla de otra manera, ya sea desde la propia experiencia o ante el duelo por la pérdida de un ser querido:
 
“Las situaciones límite han producido muchos milagros. Ha habido asesinos condenados a muerte que en las últimas horas de su vida, esperando su ejecución, experimentaron el estado de no ego y la profunda paz y alegría que lo acompañan. La resistencia interior a la situación en la que se encontraban se hizo tan intensa que produjo un sufrimiento insoportable y no había ningún sitio a donde huir ni nada que hacer para escapar de él, ni siquiera un futuro proyectado por la mente.
 
Se vieron forzados a una aceptación completa de lo inaceptable. Se vieron forzados a la entrega. De esta forma, pudieron entrar en el estado de gracia con el que viene la redención: la liberación completa del pasado. Por supuesto, no es realmente la situación límite la que hace sitio al milagro de la gracia y la redención, sino el acto de entrega.
 
Siempre que lo golpee un desastre, o que algo ande muy "mal" -enfermedad, incapacidad, pérdida del hogar o la fortuna o de una identidad socialmente definida, ruptura de una relación cercana, muerte o sufrimiento de un ser amado, o la cercanía de su propia muerte- sepa que hay otra cara en ello, que usted está sólo a un paso de algo increíble: una transmutación alquímica del metal bajo del dolor y el sufrimiento en oro. Ese paso se llama entrega.
 
NO QUIERO DECIR QUE USTED SE SENTIRÁ FELIZ EN ESA SITUACIÓN. NO SERÁ ASÍ. PERO EL MIEDO Y EL DOLOR SE TRANSMUTARÁN EN UNA PAZ INTERIOR Y UNA SERENIDAD QUE VIENE DE UN LUGAR MUY PROFUNDO, DE LO NO MANIFESTADO. ES LA "PAZ DE DIOS, QUE SOBREPASA TODA COMPRENSIÓN". COMPARADA CON ESO, LA FELICIDAD ES ALGO MUY SUPERFICIAL.
 
CON ESTA PAZ RADIANTE VIENE LA COMPRENSIÓN -NO EN EL NIVEL DE LA MENTE SINO EN LA PROFUNDIDAD DE SU SER- DE QUE USTED ES INDESTRUCTIBLE, INMORTAL.
 
ESTA NO ES UNA CREENCIA. ES UNA ABSOLUTA CERTEZA QUE NO NECESITA EVIDENCIA EXTERNA O PRUEBA DE ALGUNA FUENTE SECUNDARIA”.

lunes, 24 de diciembre de 2012

FELIZ NAVIDAD

Cada uno desde su forma de sentir y sus creencias hara la celebración de estas siempre entrañables fiestas, como le dicte su conciencia y todas y cada una de las formas de celebración serán correctas, porque cada uno escogerá la mejor para él.
 
ASÍ QUE DESDE EL RESPETO A TODAS Y CADA UNA DE LAS FORMAS DE PENSAR Y SENTIR ESTAS FECHAS NAVIDEÑAS DESDE ESTE VUESTRO BLOG, TODOS LOS MIEMBROS DE ALBORADA LES DESEAN QUE SUS CORAZONES SE LLENEN DE FELICIDAD.
 
Ya están aquí otra vez estas fiestas tan entrañables y que, por eso mismo, tanto duelen a quienes hemos sufrido la perdida de seres queridos o aquellos que les falta algo muy querido.
 
Esta Navidad 2012, para todos aquellos que han sufrido la perdida de un ser querido, pero en especial a los padres que sufrieron el dolor de perder a un hijo, sigue como todas las anteriores siendo unos días de recuerdos y momentos de dolor.
 
El sufrimiento, bien es cierto que con el paso del tiempo, se ha ido diluyendo, dejando en su lugar un amoroso recuerdo y una nostalgia infinita por lo que pudo ser y no será nunca.
 
NOS DUELE SU SILLA VACÍA, SU HABITACIÓN SOLITARIA, SUS ROPAS QUIETAS EN EL ARMARIO.
 
Nos duele que no venga a cenar esta Nochebuena, ni a comer la Navidad, ni a tomar las uvas la Nochevieja, ni a cantar y reír con los demás. Nos duele su joven vida truncada, la soledad de su hermano, la destrucción de tantos planes de futuro de nuestra familia. Pero vamos a vivir la Navidad en su honor, con su nombre en nuestro corazón y el amor que nos une inundando nuestras almas al unísono.
 
Vamos a disfrutar de lo que aún tenemos: la mutua compañía, el cariño y el respeto, la familia y los amigos. Tal vez no sea tan plena como antes, pero será.
 
Un abrazo solidario a todos los dolientes que nos leen. A los nuevos que empiezan con lágrimas continuas, nuestro amoroso abrazo y una llamita de esperanza. A los que nos acompañan desde hace más tiempo, el sendero compartido, las palabras intercambiadas, la complicidad conseguida a base de aunar esfuerzos. A todos nuestros mejores deseos de serenidad y amor.
 
INTENTEMOS PASAR, ESTAS NUEVAS FIESTAS DE FORMA SENSATA E INTIMA: SIN DEJARNOS ARRASTRAR NI POR LA PENA DOLOROSA, NI POR LA EUFORIA FALSA, NI POR LAS APARIENCIAS, NI POR LA RABIA CONTENIDA.
 
HAY QUE INTENTARLO, YA QUE SOLO SE CONSIGUE AQUELLO QUE SE INTENTA, QUE POR ….. INTENTARLO NO QUEDE.
 
QUERIDOS AMIGOS Y AMIGAS DE ALBORADA
 
¡¡¡¡ “FELIZ” (CADA UNO A SU MODO) NAVIDAD !!!!

sábado, 22 de diciembre de 2012

PARA REFLEXIONAR EN EL FIN DE SEMANA

 
DESIDERATA (LO DESEADO)
 
Camina plácido entre el ruido y la prisa
y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio.
En cuanto sea posible y sin rendirte,...
mantén buenas relaciones con todas las personas.
 
Enuncia tu verdad de una manera serena y clara
y escucha a los demás, incluso al torpe e ignorante,
también ellos tienen su propia historia.
 
Esquiva a las personas ruidosas y agresivas,
ya que son un fastidio para el espíritu.
Si te comparas con los demás, te volverás vano y amargado,
pues siempre habrá personas más grandes
y más pequeñas que tú.
 
Disfruta de tus éxitos lo mismo que de tus planes.
Mantén el interés en tu propia carrera
por humilde que sea, ella es un verdadero tesoro
en el fortuito cambiar de los tiempos.
 
Sé cauto en tus negocios pues el mundo está lleno de engaños,
mas no dejes que esto te vuelva ciego
para la virtud que existe.
 
Hay muchas personas que se esfuerzan por alcanzar nobles ideales.
La vida esta llena de heroísmo.
 
Sé sincero contigo mismo, en especial no finjas el afecto
Y no seas cínico en el amor,
pues en medio de todas las arideces y desengaños,
es perenne como la hierba.
 
Acata dócilmente el consejo de los años
abandonando con donaire las cosas de la juventud.
 
Cultiva la firmeza del espíritu,
para que te proteja en las adversidades repentinas.
 
Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad.
 
Sobre una sana disciplina, se benigno contigo mismo.
 
Tú eres una criatura del universo.
 
No menos que las plantas y las estrellas, tienes derecho a existir.
Y sea que te resulte claro o no, indudablemente el universo marcha como debiera.
 
Por eso debes estar en paz con Dios
cualquiera que sea tu idea de El.
Y sean cualesquiera tus trabajos y aspiraciones,
conserva la paz con tu alma en la bulliciosa confusión de la vida.
Aún con toda su farsa, penalidades y sueños fallidos, el mundo es todavía hermoso.
 
SÉ CAUTO, ¡ESFUÉRZATE POR SER FELIZ!.

jueves, 20 de diciembre de 2012

LA MUERTE Y LOS NIÑOS

Hoy en día al niño se le aleja lo más posible de la presencia real de la muerte. Por un lado, procuramos que “sepa” lo menos posible, así que, si pregunta, es posible que cambiemos de conversación, zanjemos el tema o respondamos con evasivas:
 
- «Papá, Carlitos me ha dicho que su abuelo ya no le va a ver más porque se ha muerto. ¿El abuelito también se va a morir?»
 
- «Bueno hijo, el abuelito está bien y te quiere mucho, no pienses en esas cosas»
 
Asimismo, si en el entorno familiar tiene lugar una muerte, normalmente tratamos de alejarlo de esta experiencia cuanto sea posible: se le aparta, se le lleva a casa de algún amigo o vecino para que esté distraído, se procura no hablar, ni llorar, ni “sentir” delante de él con la firme convicción de que lo mejor que podemos hacer por nuestros hijos es evitarles el dolor y el sufrimiento que la muerte de nuestros seres queridos provoca.
 
Pero, ¿por qué este empeño en alejar a nuestros hijos, a nuestros alumnos, a los niños, de la realidad de la muerte? Esta pregunta tiene varias respuestas:
 
ALEJAMOS LA MUERTE PORQUE A TODOS LOS SERES HUMANOS NOS INQUIETA Y NOS ANGUSTIA ENFRENTARNOS A ELLA
 
La muerte es una realidad cuanto menos inquietante, que pasamos toda la vida tratando de mantener a raya. Cuando nos angustia, cuando nos visita, es entonces cuando no nos queda más remedio que sufrir lo “inevitable”. Se hace muy difícil poder ayudar a los niños, acompañarles en sus inquietudes, curiosidades y en su dolor (cuando la muerte les toca de cerca) si nosotros mismos como adultos también sufrimos, nos inquietamos y nos angustiamos por ello.
 
Así pues, procuramos alejar a nuestros hijos, alumnos y niños de la muerte, movidos fundamentalmente por nuestras propias ansiedades. Pensamos que, si les ocultamos su existencia, podremos ayudarles a que crezcan sin esa inquietud tan molesta. En general, pensamos que es un hecho demasiado traumático para ellos.
 
TODOS LOS ADULTOS SENTIMOS LA NECESIDAD IMPERIOSA DE PROTEGER A LOS NIÑOS DEL DOLOR Y DEL SUFRIMIENTO QUE SUPONE PERDER A UN SER QUERIDO
 
Somos los adultos quienes, no pudiendo soportar el dolor y la pena del niño, tratamos de evitarle por todos los medios la posibilidad de sufrir “en exceso” por la muerte de un ser querido. Es como si, por resultarnos insoportable su dolor, quisiéramos fingir que no ha pasado nada, negamos, alejamos, racionalizamos lo que sucede con el fin de evitar lo que tanto tememos: al niño y su dolor. Así que nos convencemos con argumentos como estos:
 
“Cuanto menos sepa, menos sufrirá”; “Se le pasará pronto”; “Que no nos vea tristes y así no lo pasará mal”; “Hay que distraerle”; “No le puede afectar tanto, es muy pequeño”; “Si te pregunta, dile que no pasa nada, que todo está bien”; “No le hables de lo que ha pasado, se puede asustar y no queremos que lo pase peor”; “No puede afectarle, todavía no se entera”.
 
ENSEÑAMOS A VIVIR A NUESTROS HIJOS ALEJÁNDOLOS DE LA MUERTE
 
Hoy en día vivimos muy preocupados por que nuestros hijos vivan una vida lo más cómoda y fácil posible, queremos que no sufran, que no lo pasen mal, que las cosas no les cuesten demasiado, que lo tengan todo, que se sientan los mejores, etc. Con estos paradigmas de “una vida sin limitaciones”, donde todo es posible y sufrir es evitable, la muerte -la mayor de nuestras limitaciones- no tiene lugar y nos angustia tanto que la alejamos todo lo que podemos.
 
Algunos pedagogos y filósofos afirman que la enseñanza está derivando hacia lo que ellos llaman “una pedagogía de la infinitud”. En los proyectos educativos no se contempla ni el sufrimiento, ni el fracaso, ni la muerte. Los niños no están preparados para todo lo que sea inevitable y doloroso, así que, cuando se encuentran con alguna limitación, su frustración es tan grande y sus recursos son tan escasos que la posibilidad de una elaboración adecuada se hace tremendamente difícil.
 
Sería muy beneficioso si se incluyera en el proyecto educativo de las escuelas un trabajo preventivo sobre el desarrollo de recursos para cuando aparecen situaciones difíciles o dolorosas, como puede ser la muerte de un ser querido.
 
Estas son algunas de las motivaciones que nos mueven a mantener la experiencia de la muerte lejos de los niños. Sin embargo es importante que nos hagamos algunas preguntas:
 
¿DE VERDAD APARTANDO A LOS NIÑOS, INTENTANDO QUE NO SEPAN O NO VEAN, DEJAN DE SUFRIR?
 
¿ESTAMOS SEGUROS DE QUE PROTEGEMOS A NUESTROS HIJOS APARTÁNDOLOS DE ESTA REALIDAD?
 
¿SABEN LOS NIÑOS MÁS DE LO QUE NOSOTROS DESEARÍAMOS?

martes, 18 de diciembre de 2012

EXPLICAR LA MUERTE A CADA EDAD: LO QUE LOS NIÑOS ALCANZAN A COMPRENDER EN LAS DISTINTAS ETAPAS DE SU DESARROLLO (3ª PARTE)

LA MUERTE EN LOS PREADOLESCENTES: DE DIEZ A TRECE AÑOS
 
Los preadolescentes entienden perfectamente todos los componentes que conforman la muerte. Saben que es irreversible, por lo que la persona no va a volver; universal, de modo que a ellos también les sucederá; y absoluta, se produce una finalización completa de todas las funciones vitales. Por tanto, pueden hablar en términos biológicos de lo que le sucede al cuerpo: parada respiratoria, del corazón, etc.
 
Los preadolescentes comprenden también el significado de los rituales funerarios y piden participar de ellos. Además, comprenden y saben cómo murió la persona y entienden el impacto y la reacción que provoca la muerte en sus familiares y en ellos mismos.
 
En esta etapa suelen hacerse muchas preguntas sobre las creencias religiosas o culturales que comparte la familia, pueden mostrar razonamientos críticos y sentirse escépticos al respecto. Además, desean saber más cosas sobre el más allá y sobre aquellas creencias en las que hayan sido educados. Se preguntan qué es el cielo o la resurrección. También sienten curiosidad por saber cómo viven la muerte otras culturas como, por ejemplo, aquellas que defienden la reencarnación.
 
Los preadolescentes son más conscientes y más capaces de proyectarse en el futuro y ver de qué forma la muerte del ser querido va a cambiar su vida. El hecho de tener una mayor conciencia de lo que significa la muerte a todos sus niveles -y de cómo ésta no les es ajena en absoluto- puede hacer que en ocasiones no quieran hablar de ello por lo sobrecogedor que les resulta que pueda ser “tan posible”. Comprender la muerte no es lo mismo que tener recursos para abordarla.
 
En este periodo evolutivo suelen reflexionar a menudo sobre su propia mortalidad. Sin embargo, les cuesta mucho poner palabras y verbalizar sus inquietudes. Tienden a bloquear estos sentimientos, precisamente por el coste y la dificultad que les supone afrontarlos.
 
¿QUÉ PODEMOS HACER Y DECIR?
 
Si los preadolescentes nos preguntan sobre la muerte, probablemente lo hagan movidos por sus propias inquietudes o temores. En este momento en que ya tienen más conciencia del impacto que puede causar la muerte en sus vidas, será muy importante que nos mostremos serenos y les hagamos ver cómo, aunque su mundo cambie, no va a desmoronarse.
 
En esta etapa puede ayudarles mucho que compartamos con ellos nuestros sentimientos o que les hablemos de las experiencias de duelo que hayamos atravesado cuando éramos más jóvenes. Necesitan escuchar que, aunque la muerte duela, podemos seguir adelante.
 
NUESTRO TESTIMONIO ES EL EJEMPLO MÁS FIABLE PARA ELLOS.
 
A esta edad es importante que favorezcamos la participación de los preadolescentes en los ritos funerarios, ya que ahora más que nunca -y por tener plena conciencia de lo que ha sucedido- necesitarán despedirse de la persona querida de la misma forma que el resto de sus parientes.
 
RECORDAR: LOS PREADOLESCENTES
 
Comprenden el significado de la muerte en su totalidad y lo que implica: irreversible, universal y fin de las funciones vitales.
 
Son plenamente conscientes de su propia mortalidad (y puede producirles mucha inquietud).
 
Se muestran muy interesados sobre el más allá, así como por las creencias religiosas o culturales que rodean a la muerte. Pueden mostrarse inquisitivos y escépticos.
 
Desean conocer más a fondo los ritos funerarios. Es aconsejable que participen en ellos.
 
Tienen una mayor conciencia de los cambios que la muerte traerá a sus vidas y a su futuro. Es necesario tranquilizarles al respecto.
 
Les cuesta mucho verbalizar lo que sienten y piensan sobre la muerte. Pueden sentirse abrumados al respecto. En ocasiones se muestran reacios a hablar.
 
Es importante que respetemos su tiempo y nos mostremos cercanos y accesibles.
 
También es fundamental darles seguridad sobre su propia vida. Hacerles ver que nosotros nos haremos cargo en lo posible de todo lo que necesiten.
 
Les resulta de gran ayuda conocer nuestras propias experiencias de duelo y saber que se puede volver a llevar una vida normal aunque alguien a quien queramos fallezca.

lunes, 17 de diciembre de 2012

¿DIOS LE DA A LA GENTE LO QUE SE MERECE?

La idea de que Dios le da a la gente lo que se merece, de que la causa de nuestro infortunio son nuestros errores, es una solución prolija y atractiva al problema del mal, pero tiene varias limitaciones graves.
 
Como hemos visto, enseña a la gente a culparse a sí misma. Crea culpa aun cuando no existen bases para ella. Hace que las personas odien a Dios, mientras al mismo tiempo se odian a sí mismas. y lo que es aún más perturbador, ni siquiera se ajusta a la verdad.
 
Quizá si hubiéramos vivido antes de la era de las comunicaciones masivas, podríamos haber creído esa tesis, como la creyeron muchas personas inteligentes de otros siglos. En ese entonces era más fácil creer en ella. Sólo era necesario ignorar unos pocos casos de cosas malas que le sucedían a gente buena. Sin los diarios, sin la televisión, sin los libros de historia, era posible pasar por alto la muerte ocasional de un niño o de un vecino santo. Pero en la actualidad, sabemos demasiado acerca del mundo.
 
¿Cómo podría alguien que reconoce los nombres Auschwitz y My Lai, o que ha recorrido los pasillos de los hospitales y asilos, atreverse a responder a la pregunta del sufrimiento del mundo citando las palabras de Isaías: “Diles a los justos que ellos no sufrirán”? Para creer eso en la actualidad, habría que negar los hechos que nos acosan desde todos los ámbitos, o definir la palabra “justo” a fin de incluir hechos ineludibles. Deberíamos decir que una persona justa es la que vivió muchos años y bien, haya sido o no honesta y caritativa, y que una persona malvada es la que sufrió, aunque su vida haya sido digna de elogio en todo otro sentido.
 
Con frecuencia, las víctimas del infortunio tratan de consolarse con la idea de que Dios tiene Sus razones para que eso les suceda a ellas, razones que no está en sus manos juzgar. Esto me recuerda a una mujer que conozco llamada Helen.
 
El problema comenzó cuando Helen notó que se cansaba después de caminar varias cuadras o permanecer de pie haciendo cola. Lo atribuyó a los años y al exceso de peso. Pero una noche, cuando regresaba a su casa después de cenar con unos amigos, tropezó con el umbral de la puerta de entrada, tiró una lámpara al piso y se cayó de bruces. Su esposo trató de restarle importancia y le dijo en broma que se había emborrachado con dos sorbos de vino, pero Helen sospechó que era una cuestión seria. A la mañana siguiente, concertó una cita con el médico. El diagnóstico fue esclerosis múltiple. El médico le explicó que era una enfermedad degenerativa del sistema nervioso y que empeoraría gradualmente, quizás en forma rápida, quizás en forma lenta, en el curso de varios años. En un momento determinado, comenzaría a tener dificultades para caminar sin ayuda. Eventualmente, quedaría confinada a una silla de ruedas, perdería el control de los esfínteres y su invalidez iría en aumento hasta que falleciera.
 
El mayor temor de Helen se había confirmado. Al escuchar el diagnóstico estalló en llanto. -¿Por qué tenía que pasarme esto? Traté de ser una buena persona. Tengo esposo e hijos pequeños que me necesitan. No me lo merezco. ¿Por qué Dios me hace sufrir de este modo? Su esposo tomó su mano e intentó consolarla: -No puedes hablar de ese modo. Dios debe de tener Sus razones para hacer esto, y nosotros no somos dignos de cuestionarlo. Debes creer que si Él desea que mejores, mejorarás, y si no lo desea, será porque tiene algún propósito.
 
Helen trató de encontrar paz y fortaleza en esas palabras. Deseaba hallar consuelo en la idea de que su sufrimiento tenía algún propósito que ella no podía comprender. Deseaba creer que su problema tenía sentido. Durante toda su vida, le habían enseñado -en la escuela religiosa y también en las clases de ciencias- que el mundo tenía sentido, que todo lo que sucedía, sucedía por una razón. Deseaba seguir creyéndolo con desesperación, aferrarse a su convicción de que Dios controlaba todo, porque si no era así, ¿entonces quién lo hacía? Era difícil vivir con la esclerosis múltiple pero mucho más difícil era vivir con la idea de que a la gente le sucedían cosas sin razón alguna, de que Dios había perdido contacto con el mundo, de que nadie ocupaba el asiento del conductor.
 
Helen no deseaba cuestionar a Dios ni estar enojada con Él. Pero las palabras de su esposo la hicieron sentirse más abandonada y desorientada. ¿ Qué clase de propósito elevado podía justificar lo que ella tendría que enfrentar? ¿Cómo era posible que eso fuera, de algún modo, bueno? Por más que se esforzaba por no enojarse con Dios, se sentía furiosa, dolida y traicionada. Había sido una buena persona; quizá no había sido perfecta pero sí honesta, trabajadora, servicial, tan buena como la mayoría y mejor que muchos de los que gozaban de buena salud. ¿Qué razones podía tener Dios para hacerle eso? Y, además, se sentía culpable por estar enojada con Dios. Se sentía sola en un momento de temor y sufrimiento. Si Dios le había enviado ese pesar, si Él, por alguna razón, deseaba que ella sufriera, ¿ cómo podía pedir en un rezo la curación?
 
En 1924, Thornton Wilder intentó responder esta importantísima pregunta en su novela El puente de San Luís Rey. Un día, en un pueblito de Perú, se rompe un puente colgante y las cinco personas que lo estaban cruzando caen al abismo. Un joven sacerdote católico que observa el hecho queda Consternado. ¿Se trató de un mero accidente o fue la voluntad de Dios que esas cinco personas murieran de ese modo? Investiga sus vidas y llega a una conclusión enigmática: las cinco personas acababan de resolver una situación problemática y estaban por iniciar una nueva etapa de su vida. El sacerdote piensa que quizá fue el momento adecuado para que ellas fallecieran.
 
Confieso que esa respuesta me resulta básicamente insatisfactoria. Sustituyamos los cinco peatones del puente colgante de Wilder por los doscientos cincuenta pasajeros que viajan en un avión que se estrella. Escapa a la imaginación suponer que cada uno de ellos acababa de superar una encrucijada en su vida. Las historias de interés humano que publican los periódicos después de un accidente aéreo parecen indicar lo contrario: que muchas de las víctimas estaban a la mitad de un trabajo importante, que muchas dejaron hijos pequeños y planes incompletos. En una novela, donde la imaginación del autor puede controlar los hechos, es fácil que haya tragedias cuando la trama lo pide. Pero la experiencia me ha enseñado que la vida real no está organizada de ese modo.
 
HAROLD S. KUSHNER Natick,
 
Extracto del libro:CUANDO LA GENTE BUENA SUFRE

viernes, 14 de diciembre de 2012

EXPLICAR LA MUERTE A CADA EDAD: LO QUE LOS NIÑOS ALCANZAN A COMPRENDER EN LAS DISTINTAS ETAPAS DE SU DESARROLLO (2ª PARTE)

LA MUERTE EN EL NIÑO DE PREESCOLAR: DE LOS TRES AÑOS A LOS SEIS AÑOS
 
En este periodo del desarrollo evolutivo los niños tienden a ser egocéntricos, predomina la subjetividad y el pensamiento mágico y tienen una forma muy literal de interpretar las cosas que suceden a su alrededor.
 
Los niños de estas edades conciben la muerte como un estado temporal y reversible, pueden asemejarlo a dormir o a una forma de sueño, por lo que imaginan que la persona que ha fallecido despertará o volverá en algún momento.
 
En esta etapa evolutiva no son todavía capaces de comprender lo que significa el fin de las funciones vitales e imaginan que la persona fallecida sigue viva de alguna manera y puede comer, pensar, hablar y mirarnos desde donde esté. El concepto de insensibilidad post mortem está todavía en construcción.
 
A esta edad pueden creer que la muerte o las enfermedades que causan la muerte son contagiosas y que otras personas de su entorno también pueden morir. Esto se alterna con la creencia de que sus padres y ellos mismos son eternos y nunca morirán. Todavía no son capaces de comprender en su totalidad el concepto de universalidad de la muerte.
 
¿QUÉ PODEMOS HACER Y DECIR?
 
Lo más importante, y teniendo en cuenta la forma literal que tienen de interpretar los acontecimientos que suceden a su alrededor, es poder utilizar un lenguaje claro, preciso y real a la hora de explicar todo lo que tenga que ver con el hecho de morir o la noción de muerte. En este periodo los niños muestran mucha curiosidad por el lugar donde está y por cómo se encuentra la persona que ha fallecido.
 
Estas son algunas de sus preguntas más frecuentes:
 
- ¿DÓNDE ESTÁ?
 
- ¿TIENE FRÍO, PUEDE COMER Y BEBER?
 
- ¿PUEDO HABLAR CON ÉL O ELLA?
 
- ¿CUÁNDO VAMOS AL CIELO?
 
- ¿POR QUÉ NO VIENE?
 

Es importante que respondamos a estas preguntas con sinceridad y de la manera más concreta posible. La mejor forma de saber lo que nuestros hijos o alumnos entienden sobre la muerte es dialogar con ellos. Preguntarles qué piensan sobre ello nos servirá para saber qué es lo que comprenden sobre lo sucedido, así como para despejarles las dudas y preocupaciones que nos puedan plantear.
 
Los niños de estas edades no necesitan recibir una explicación extensa o metafísica sobre la muerte, pero sí debemos ofrecerles un conocimiento práctico y fundamentado en hechos que les ayude a ir comprendiendo qué sucede, por qué sucede y cómo reaccionamos ante la muerte.
 
Debemos ayudarles a entender que la muerte es irreversible y que nunca volveremos a ver a las personas que fallecen. También podemos explicarles, ante su duda de si nosotros también vamos a morir, que lo haremos cuando seamos “muy, muy, muy mayores”. El uso de múltiples “muy” implica que las personas suelen fallecer cuando son ancianas, lo que implica que ellos ya serán personas “adultas”. Es una forma de dar seguridad a su estado “niño”.
 
Si la muerte ha sido a consecuencia de una enfermedad, también haremos hincapié en que las personas mueren cuando están “muy, muy, muy enfermas” para diferenciar los niveles de enfermedades y ayudarles a que comprendan que, cuando se está “malito”, no suele existir riesgo de muerte.
 
Por último, es importante explicarles que cuando un ser vivo muere (una persona o un animal) el cuerpo detiene su funcionamiento por completo y ya no puede ver, respirar, caminar y sentir. Debemos hacerles entender el hecho natural del fin de las funciones vitales -o de la insensibilidad post mortem- para que puedan ir comprendiendo lo que la muerte tiene de irreversible, absoluta y definitiva. Debemos evitar términos metafóricos para explicar la muerte como “El abuelo se ha ido” o “Se ha sumido en un profundo sueño” o “Nos está viendo desde el cielo”, porque estos argumentos serán tomados de forma literal, lo que alimentará más aún su confusión.
 
LA MEJOR FORMA DE QUE COMPRENDAN LO QUE OCURRE CUANDO UNA PERSONA O ANIMAL MUERE ES UTILIZAR UN LENGUAJE BASADO EN HECHOS QUE SEA LO MÁS SENCILLO Y LITERAL POSIBLE.
 
RECORDAR: LOS NIÑOS ENTRE 3 Y 6 AÑOS
 
A.- Creen que la muerte es temporal y reversible.
 
B.- El concepto de insensibilidad post mortem está todavía en construcción: creen que la persona puede seguir viva, y experimentar sentimientos y sensaciones una vez fallecida (pueden vernos, escucharnos, mirarnos).
 
C.- No creen que la muerte sea universal. Piensan que sus padres y ellos mismos no van a morir.
 
D.- Interpretan de forma literal cualquier explicación que les demos sobre la muerte.
 
E.- Si se les dice que alguien ha ido al cielo preguntarán cómo pueden ir ellos también.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

EXPLICAR LA MUERTE A CADA EDAD (I Parte)

LO QUE LOS NIÑOS ALCANZAN A COMPRENDER EN LAS DISTINTAS ETAPAS DE SU DESARROLLO
 
La muerte es un concepto complejo y se tarda tiempo en conocer su significado total. Los niños van a comprender y a reaccionar de diferentes maneras ante la muerte, dependiendo de su edad, su momento evolutivo, sus experiencias vitales, su desarrollo cognitivo, su grado de madurez, su mundo emocional y su capacidad de conceptualizar.
 
Por otra parte, el estilo de comunicación y las actitudes que la familia posea para afrontar la muerte también influirán en la adquisición del significado y abordaje que el niño pueda ir haciendo sobre la muerte.
 
LA MUERTE EN LA PRIMERA INFANCIA: DEL BEBÉ AL NIÑO DE DOS AÑOS
 
Para los bebés y los niños de pocos años la muerte no es más que una palabra. Desconocen su significado y no están preparados todavía para comprender este concepto en toda su dimensión. Sin embargo, casi desde el principio de la vida, entre los seis y los ocho meses, los niños desarrollan la que se conoce como “Noción de permanencia de objeto”, es decir, los bebés ya son capaces de sentir la ausencia de la persona con la que han establecido unvínculo fuerte (generalmente la madre), porque ya sienten que la persona permanece en su recuerdo aunque no esté presente, anhelando de nuevo un reencuentro con ella.
 
Este hito en el desarrollo evolutivo, que ya se produce a estas edades tan tempranas, constituye el primer prerrequisito para la formación del concepto de muerte que empieza a construirse desde las experiencias que vivimos de separación y encuentro con los objetos que nos rodean.
 
Esto quiere decir que, aunque no sepan qué significa la palabra muerte, los bebés y los niños muy pequeños sí perciben la NO PRESENCIA de la persona fallecida, especialmente si se trata de una figura de referencia. Perciben entonces la muerte como una ausencia y son conscientes de los cambios que este hecho tiene en sus rutinas.
 
Hacia los dos años de edad, experimentan un importante avance en el desarrollo de la memoria, la autonomía, la socialización y el lenguaje. A medida que van creciendo, también lo hace la fortaleza de sus vínculos, son más capaces de interactuar y sentir las emociones y estados de ánimo de los demás, por lo que sus reacciones ante las pérdidas serán más intensas.
 
¿QUÉ PODEMOS HACER Y DECIR?
 
Lo más importante que podamos hacer cuando los niños son tan pequeños es mantener sus rutinas, horarios y ritmos. Dar continuidad y seguridad a su mundo es lo que verdaderamente necesitan. En la medida de lo posible es vital tratar de mantener sus espacios tal y como estaban antes de la pérdida, minimizando así la aparición de cambios que puedan crearles más inquietud, desconcierto o inseguridad.
 
RECORDAR: DEL BEBÉ AL NIÑO DE DOS AÑOS
 
La muerte sólo es una palabra. No hay comprensión cognitiva de su significado.
 
Perciben la muerte como una ausencia. Sienten la no presencia de la persona fallecida, fundamentalmente si se trata de la figura de referencia (generalmente la madre).
 
Perciben los cambios que se puedan producir en su entorno y sus rutinas como consecuencia del fallecimiento de un familiar.
 
Son sensibles al estado de ánimo negativo que puedan experimentar sus cuidadores como consecuencia de la muerte de un ser querido

lunes, 10 de diciembre de 2012

EL SENTIMIENTO DE CULPA

HAY UNA SOLA PREGUNTA QUE REALMENTE IMPORTA: ¿POR QUÉ LE PASAN COSAS MALAS A LA GENTE BUENA?
 
Prácticamente todas las conversaciones significativas que he sostenido con otras personas sobre el tema de Dios y la religión comenzaron con esa pregunta o fueron a parar a ella. La mujer o el hombre angustiado que acaba de salir del consultorio del médico con un diagnóstico desalentador tienen algo en común pero también lo tienen el estudiante universitario que me dice que ha decidido que Dios no existe o el desconocido que se me acerca en una fiesta en el instante en que estoy por pedirle mi abrigo a la anfitriona y me dice: “Así que es un rabino; ¿cómo puede creer que … ?” Todos están preocupados por la distribución injusta del sufrimiento en el mundo.
 
El infortunio de los buenos es un problema, y no sólo para la gente que lo sufre y los seres que los rodean. Lo es para todos los que desean creer en un mundo justo y equitativo y habitable. Es inevitable que se formulen preguntas acerca de la bondad, la generosidad e inclusive la existencia de Dios.
 
Soy rabino de una congregación de seiscientas familias, o sea de alrededor de dos mil quinientas personas. Los visito en los hospitales, celebro sus funerales, trato de ayudarlos a superar el dolor causado por un divorcio, un quebranto comercial, la infelicidad de la rebeldía o el alejamiento de sus hijos. Los escucho cuando me cuentan historias sobre esposos o esposas con una enfermedad terminal, padres seniles para quienes una vida larga es una maldición en lugar de una bendición, personas a las que aman contorsionadas por el dolor o abrumadas por la frustración. Y me resulta muy difícil decirles que la vida es justa, que Dios les da a las personas lo que ellas se merecen y necesitan. En muchas ocasiones, he visto que las familias e inclusive toda la comunidad se unían para rezar por la recuperación de una persona enferma pero sus esperanzas y oraciones no eran escuchadas. He visto enfermar, sufrir y morir jóvenes a las personas equivocadas. Como cada uno de los lectores de este libro, al leer todos los días el periódico, mis ojos captan nuevos desafíos a la idea de la bondad del mundo: asesinatos sin sentido, bromas fatales, gente joven fallecida en accidentes automovilísticos cuando se dirigía a su boda o regresaba a su casa de su fiesta de graduación. Sumo esas historias a las tragedias personales que he conocido y no puedo más que preguntarme: ¿Puedo, de buena fe, continuar enseñándole a la gente que el mundo es bueno y que un Dios bondadoso y afectuoso es responsable de todo lo que sucede en él?
 
No es necesario que las personas sean seres humanos santos y extraordinarios para enfrentarse a ese problema. Es probable que no nos preguntemos con frecuencia: ¿por qué sufre la gente que es generosa, la gente que nunca hace nada malo?”, pero eso es porque conocemos a muy pocos individuos así. Lo que sí nos preguntamos con frecuencia es por qué la gente común, los vecinos amables y amistosos, que no son ni extraordinariamente buenos ni extraordinariamente malos, deben enfrentar repentinamente la agonía del dolor y la tragedia. Si el mundo fuera justo, no se merecerían ese dolor. No son mucho mejores ni mucho peores que la mayoría de la gente que conocemos; ¿por qué ha de ser más difícil su vida? Cuando nos preguntamos: “¿Por qué sufren las personas buenas?” o “¿por qué le pasan cosas malas a la gente buena?”, nuestra preocupación no está limitada al martirio de los santos y sabios; es un intento por comprender por qué la gente común -nosotros y las personas que nos rodean- debe soportar una carga extraordinaria de pena y dolor.
 

Era un rabino joven en los inicios de mi carrera cuando me llamaron para que intentara ayudar a una familia que atravesaba una tragedia inesperada y casi insoportable. Se trataba de un matrimonio de mediana edad que tenía una hija brillante de diecinueve años que cursaba el segundo año en una universidad de otro estado. Una mañana, mientras estaban desayunando, recibieron un llamado telefónico de la guardia médica de la universidad. “Debemos darles una mala noticia. Su hija sufrió un colapso cuando se dirigía a clase esta mañana. Aparentemente, estalló una arteria en su cerebro. Falleció antes de que pudiéramos hacer nada. Lo sentimos muchísimo.” Aturdidos, los padres llamaron a un vecino para que fuera a ayudarlas a decidir los pasos que debían dar a continuación. El vecino notificó a la sinagoga y fui a visitarlos ese mismo día. Cuando entré en su casa me sentía inepto, no encontraba las palabras para aliviar su dolor. Pensaba que encontraría ira, conmoción, dolor, pero no esperaba oír las primeras palabras que me dijeron: “Sabe, rabino, no ayunamos el último Yom Kippur”.
 
¿Por qué lo dijeron? ¿Por qué supusieron que eran responsables, de algún modo, por esa tragedia? ¿Quién les enseñó a creer en un Dios que fulminaría sin advertencia previa a una joven atractiva e inteligente, como castigo porque otras personas no cumplieron con los ritos? Uno de los modos en que la gente intentó dar sentido al sufrimiento del mundo, en cada generación, fue suponiendo que nos merecemos lo que recibimos, que nuestro infortunio es, en cierto modo, un castigo por nuestros pecados:
 
i Feliz el justo, porque le irá bien, comerá el fruto de sus acciones! ¡Ay del malvado, porque le irá mal, se le devolverá lo que hicieron sus manos! (Isaías 3:10-11)
 
Al justo no le pasará nada malo, pero los malvados están llenos de desgracias. (Proverbios 12:21)
 
Recuerda esto: ¿quién pereció siendo inocente o dónde fueron exterminados los hombres rectos? (Job 4:7)
 
Esta es una actitud que veremos más adelante en el libro cuando hablemos de la cuestión de la culpa. Hay momentos en que es tentador creer que las cosas malas le pasan a la gente (especialmente a los demás) porque Dios es un juez justo que les da exactamente lo que se merecen. Si creemos eso, el mundo nos parece ordenado y comprensible. Le damos a la gente el mejor motivo posible para ser buena y evitar el pecado. Y podemos conservar la imagen de un Dios afectuoso y todopoderoso que ejerce el control total. Dada la realidad de la naturaleza humana, dado el hecho de que ninguno de nosotros es perfecto y de que cada uno de nosotros, sin demasiada dificultad, puede recordar cosas que hizo y que no debería haber hecho, siempre podemos encontrar un motivo para justificar lo que nos sucede. ¿Pero hasta qué punto nos consuela esa respuesta? ¿Hasta qué punto es adecuada desde el punto de vista religioso?
 
La pareja que yo intentaba consolar, los padres que habían perdido inesperadamente a su única hija de sólo diecinueve años, no eran profundamente religiosos. No participaban activamente en la sinagoga; ni siquiera habían ayunado en el Yom Kippur, tradición que conservan muchos judíos que no son practicantes en otros sentidos. Pero cuando los golpeó la tragedia, volvieron a la convicción básica de que Dios castiga a la gente por sus pecados. Sentían que su hija había muerto por culpa de ellos; si hubieran sido menos egoístas y perezosos acerca del Yom Kippur, unos seis meses antes, ella quizá seguiría con vida. Sentían ira contra Dios por haberse cobrado en forma estricta Su gramo de carne, pero sentían temor de admitir la ira pensando que Él podía castigarlos nuevamente. La vida los había herido y la religión no los podía consolar. La religión los hacía sentir peor.
 
HAROLD S. KUSHNER Natick, Massachusetts, 1989 Libro:
 
“CUANDO LA GENTE BUENA SUFRE”