PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD SINO EN TU PROPIO CORAZÓN?

sábado, 26 de junio de 2010

VIDA DESPUÉS DE UNA PÉRDIDA


La vida es una sucesión de pérdidas
Vivir es enfrentarse a la pérdida. Es una parte inevitable de la experiencia humana. Nadie está exento de esa realidad.

Vivimos en un mundo mortal, frágil e imperfecto en el que lo justo no siempre sucede.

Cada matrimonio sólo puede terminar de dos maneras: o en muerte o en divorcio.
- La vida es una condición terminal.
- Toda carrera profesional tiene un final.
- Toda relación es temporal.

El proceso de envejecimiento es inevitable y también lo son el incremento de pérdidas que se va produciendo con la edad. Si vivimos mucho, perderemos inevitablemente amigos, familia, seres queridos, el trabajo, la salud o la propia independencia. Todas esas pérdidas llevarán aparejado dolor, la respuesta normal y adecuada a la pérdida.
Para afrontar este mundo imperfecto donde la pérdida debe ser esperada, debemos aprender cómo trabajar saludablemente ese dolor. Cualquier dolor, incluso los más agudos, debe ser sobrellevado, incluso nos debe empujar a vivir la vida de forma más consciente.
Convivir con la pena
Ya que el dolor es la respuesta normal y apropiada a la pérdida, es un mecanismo interno que funciona bien. Aunque nos parezca que la pena es una mala experiencia. Todos necesitamos saber que experimentar una pérdida importante y el dolor que lleva consigo es la prueba más concreta de que somos seres humanos normales, reales y vivos.
La pena es una forma de recobrarnos de una gran pérdida, es una emoción noble, es el último regalo de amor que hacemos a los que nos han tenido que dejar.

El dolor se produce por la pérdida, pero también porque estamos cambiando. Si sólo vemos la parte negativa de la pena, no afrontaremos su lado positivo: que nos transforma. Pero eso sólo sucede si aprendemos a sobreponernos a ella.

Sin embargo, la tendencia común es intentar evitarla:
- Intentar “curarnos” cuanto antes.
- Y si eso no funciona…
- esperar a ver si se pasa sola.

Pero no. El dolor tiene un proceso. Y conocerlo bien nos ayudará a trabajar nuestras pérdidas y a no añadir más a nuestra propia pena.
Hay que estar prevenidos contra malentendidos sobre el dolor tales como:
- tener expectativas no razonables sobre nosotros mismos
- mantener nuestros pensamientos y sentimientos en secreto, en lugar de hablar sobre ellos con gente que nos puede ayudar
- presuponer que la fe religiosa puede evitar el impacto de nuestro dolor
- creer que tú eres el único que ha sufrido tanta pena
- pensar que siempre nos vamos a sentir como en las primeras semanas

Y hay que seguir cuatro fases para recuperarnos:
1. Shock y estupefacción
2. Negación y añoranza extrema

3. Consciencia y dolor
4. Adaptación y renovación


La intensidad de la fase de shock puede cegarnos ante el hecho de que nada volverá a ser como antes.

Durante las primeras semanas y meses después de una muerte, un divorcio u otra pérdida importante en nuestras vidas necesitamos que se nos recuerde muchas veces que no vamos a sentirnos siempre tan mal. Porque la sensación es que el dolor no cederá nunca; parece que la tristeza y el vacío durarán eternamente; que nunca más volveremos a sonreír.

Todos esos pensamientos y sentimientos son comunes, pero la realidad es que el dolor irá disminuyendo, la tristeza desapareciendo y hasta volverá la risa.

La fase de negación y de añoranza, tan extrema que puede parecerse a un síndrome de abstinencia, es justo cuando más necesaria es la ayuda de otros, y a la vez cuando menos se pide.

Aquí hay un ejemplo de carta para que los amigos y familiares puedan entender nuestra situación:

Querido …. (Familia, amigos, jefe, empleados, etc…)
He sufrido una pérdida terrible y me siento anonadado. Me va a llevar tiempo, quizá años, recuperarme de esta pena tan tremenda.

Es posible que durante un tiempo llore mucho, pero mis lágrimas no serán síntoma de debilidad o de falta de esperanza, o de fe. Son símbolo de la profundidad de mi pérdida, pero también signos de que me estoy recuperando.

Puede que me vuelva irritable sin razones aparentes. Mis emociones están muy sensibilizadas por el estrés de la pérdida. Por favor, perdona si a veces me muestro un tanto irracional.

Necesito tu comprensión y tú presencia más que nunca. Si no sabes qué decir, simplemente dame un abrazo o hazme una señal que me permita saber que te preocupas por mí. No esperes que te llame. Estaré tan cansado, tan exhausto, que ni se me ocurrirá pedir la ayuda que necesito. No me permitas echarte de mi vida. Te voy a necesitar más que nuca durante estos meses, durante este primer año. Puedes rezar por mí, especialmente si te hace sentirte mejor a ti, pero no me obligues a sentir lo mismo. Ni tú fe ni la mía me van a evitar todo el proceso de duelo.

Si has sufrido alguna experiencia de pérdida similar, por favor compártela conmigo, no me vas a hacer sentir peor.

Esta pérdida es lo peor que me ha pasado nunca, pero la sobrellevaré y viviré de nuevo. No siempre me voy a sentir siempre así. Volveré a reír.

Gracias por preocuparte de mí. Tu desvelo es un gran regalo para mí.

Con mucho cariño, un abrazo:

Tu nombre

Después del periodo de negación y añoranza extrema, entraremos en la tercera fase: conocimiento y dolor. Ese dolor se intensifica tanto que cada día parece una experiencia nueva y más dura que el día anterior. Pero finalmente vamos aceptando las circunstancias, con todo el dolor que las acompaña, y llegamos a la fase de adaptación de renovación.

Durante esta fase podemos llegar a obsesionarnos con los porqués sin contestación. Es una preocupación insana, ya que esas preguntas nunca tienen contestaciones sencillas ni que nos satisfagan. Es lo peor de preguntarse por qué: que no hay respuestas suficientes. Son preguntas que reflejan un grito desesperado por encontrar sentido y propósito a la pérdida.

Es siempre muy injusta y estamos seguros de que todo debió suceder por alguna razón.

Por ello, la recuperación depende, entre otras cosas, de que seamos capaces de dejar a un lado los porqués y volvamos los ojos hacia los cómos y los qués. ¿Cómo voy a seguir con mi vida después de lo que ha sucedido? o ¿Qué puedo hacer para recobrar el sentido de la alegría y una finalidad a mi vida?
Liberarse de los porqués nos pone en el camino de la recuperación, no más tiempo como víctimas, sino ya como supervivientes. Las víctimas son pasivas, se sientes inerme y permiten que las circunstancias dicten sus sentimientos.

Los supervivientes son asertivos, toman el mando y comprenden que aunque no pueden controlar las circunstancias, sí pueden controlar sus actitudes hacia esas circunstancias. Como supervivientes comprendemos que no podemos cambiarlas, que sólo somos capaces de cambiar nuestras respuestas a lo que ocurre.

Atravesar esas cuatro etapas tras una pérdida importante nos llevará años.
El primero será de una mera supervivencia; el segundo, el año de la soledad, cuando el shock y el dolor se transforman en sensaciones de vacío y ausencia. En el tercero empezará la vida a tomar un sentido de cierta normalidad. Es punto principal del reconocimiento de este largo y lento proceso es demostrarnos que no podemos darnos prisa en recuperarnos. Sobrellevar una pérdida grande lleva aparejado un tiempo adecuado a su importancia.

El rol de la religión
Algunas personas presuponen que el proceso de duelo puede acelerarse o evitarse completamente con la devoción religiosa. No es el caso. De hecho, esa perspectiva refleja una visión poco sana de la religión, un concepto de religión para pedir deseos, una religión que da respuestas breves y simplistas a preguntas complejas y muy profundas, que utiliza algún tipo de magia para solucionar el dolor y la pérdida.

Estas son las tres cosas que no puede hacer la religión:
- La fe religiosa no puede garantizarnos la inmunidad frente al dolor
- La fe religiosa no puede devolvernos a los seres queridos que fallecen, ni revivir las relaciones que mueren
- La fe religiosa no puede proporcionarnos un atajo para escamotearnos el dolor de la pérdida

La religión nos ofrece un consuelo, sin embargo, y no importa lo enorme que sea nuestra pérdida y el dolor consiguiente: que nunca estaremos solos, que Dios estará siempre a nuestro lado.

Parece tener más sentido y está mucho más en armonía con los principios básicos de la herencia judeo-cristiana decir que estamos en un mundo mortal, imperfecto, frágil y lleno de defectos. Que la vida no es justa. La tragedia y las pérdidas significativas son simplemente una parte de esa vida, como la victoria, o la alegría. Como seres humanos, estamos sujetos a esas realidades. Y también nuestros seres queridos. La única promesa de Dios no es librarnos de ellas, sino no dejarnos desamparados en ninguna circunstancia.

Saber que nuestra fe religiosa no nos traerá a los seres queridos de vuelta no es una negación de la vida después de la muerte. No tengo la más mínima duda de que mis amigos y familiares están muy bien, en un paraíso eterno.

Pero aunque saberlo me da una sensación de tranquilidad respecto a ellos, no disminuye la tristeza, ni la soledad de haberlos perdido. Cualesquiera que sean ahora sus situaciones, esto es evidente: no los volveré a ver nunca más en esta vida. Esa parte de mi historia, la que compartí con ellos, ha terminado.

CONCLUSION
La pena es normal y una respuesta necesaria para recuperarse de una pérdida importante. No sucede sin razón, es la forma que tiene nuestra emotividad de adaptarse, de incluir la pérdida en nuestras vidas. Y puede ser un incentivo para progresar, para crecer interiormente.

En el dolor de ausencia descubriremos sorpresas llenas de serenidad y hasta de ánimo, a la vez que tristeza y penas. Pero también podemos hacer que sea una forma de valorar nuestro carácter.

No importa lo dura y trágica que sea la pérdida, podemos salir de ella, si luchamos, más fuertes y más compasivos.

Hay vida después de la pérdida, pero no se consigue escapando del proceso de duelo. Hay que experimentarlo, es un componente necesario para la recuperación.

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