Indiscutible es el rol vitalizador y formador de la familia en cuyo seno crecen y se educan seres que han asumido espiritualmente, diferentes compromisos de progreso, individuales y en grupo. La familia se constituye en base a la fuerza del amor y ello significa comprender al otro ser y aceptarlo como es. En esta comprensión de las virtudes y debilidades de cada integrante, se fortalece la armonía y la tolerancia, todo lo cual crea un ámbito propicio para que en la familia se puedan desplegar todas las posibilidades de diálogo, de encuentro, enriqueciendo la capacidad para escuchar, hablar, compartir y amar. (En la pirámide de Maslou esta como necesidad básica el afecto)
Todo esto que parecería tan natural, es motivo muchas veces de enfrentamientos, distanciamientos, rencores y desencuentros. De allí la función trascendente de los padres educadores que aprendieron y practican la armonía como conquista, la unión como estandarte, y el amor como fundamento de vida.
Son los padres quienes ejercen la insoslayable responsabilidad asumida ante Dios y ante sí mismos, de educar, y enseñar con el propio ejemplo aquello que consideran importante para otros seres que aman. La fuerza ejemplarizante que ellos puedan desplegar -con todos los defectos que pudieran tener- no es perfecta, pero sí valiosa, por el esfuerzo que se pone de manifiesto en querer hacer las cosas lo mejor posible, con los recursos y herramientas que se tienen.
La familia es entonces ese taller artesanal donde se modelan con esfuerzo los caracteres, se troquelan las personalidades, se toman los ejemplos de vida que pueden ser rectores en el futuro, y se aquilatan las fuerzas para la lucha de cada día.
En este ámbito es fundamental la actitud del padre como un referente importante para los hijos, quienes pueden tener en él, un espejo donde poder proyectarse en el afecto, en la seguridad y en la firmeza que por lo general su imagen evidencia. El modelo de padre que se nos ofrece hoy, es diferente en muchos aspectos de aquel que se erigía años atrás.
Las nuevas necesidades, de tiempos y de trabajos, lo colocan con frecuencia, junto a la mujer, en las tareas hogareñas y en la cotidianeidad de los problemas de los hijos. Esta nueva posición implica un mayor acercamiento a la rutina diaria y a las dificultades de todos los días; lo pone en contacto más de cerca con otros problemas, lo sensibiliza más y lo solidariza al compartir junto a la esposa, cuestiones y problemas comunes. Sin embargo, este nuevo rol de padre mantiene -y no debería perder por nada- rasgos comunes del carácter masculino que se manifiestan en el apoyo, en el esfuerzo sostenido por dar sostén al hogar, en la firmeza, en las convicciones, en la autoridad alimentada en la propia conducta. El padre debe procurar la conciencia del deber y el compromiso familiar asumido responsablemente, tarea que debe llenarlo de satisfacción y responsabilidad de sus actos.
Ser padre es tener la maravillosa oportunidad que Dios brinda de contribuir a la creación con una cuota de amor, de compromiso, de firmeza moral y rectitud en las acciones, valores estos que los hijos miran, escuchan, palpan y perciben como una realidad más poderosa que cualquier palabra.
Asimismo, tener un padre, invita al ser a una actitud agradecida y valorativa de la vida, y a ese ser que a pesar de sus limitaciones, seguramente hizo y hace lo mejor que puede por su familia, por prodigarse, por querer y ser querido.
Ser padre implicará un largo recorrido por la vida y en cada instancia , se lo podrá transitar de diferente manera, pero siempre lo vitalizará la fuerza del reconocimiento de los hijos, la obra realizada con los seres queridos, la mirada y el gesto cariñoso que intentan expresar todo el amor que se quiere dar.
Porque siempre será un faro que orienta, una experiencia de vida, ser o haber sido, padres de aquí, de allá, de ayer, de hoy y de siempre...
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