La cuestión central de la existencia del alma en el ser humano, muy discutida por cierto, ha sido tratada bajo muy diversos puntos de vista, no solamente entre quienes niegan y reconocen su existencia.
Entre estos últimos, las ópticas también son diferentes en lo que respecta a su naturaleza y atributos.
Por un lado, la filosofía materialista considera a la materia como única realidad, asumiendo que el pensamiento y toda manifestación psíquica son expresiones de naturaleza material.
En otro extremo, la filosofía espiritualista, en sus diferentes matices, reconoce la participación de dos elementos distintos en la constitución del universo: materia y espíritu, siendo este el principio inteligente del universo. A partir de las investigaciones en el campo de la nueva física, de la medicina psicosomática o de la psicología transpersonal, poco a poco el espíritu deja de ser un problema de la metafísica abstracta o una cuestión de fe para convertirse en un hecho concreto y positivo.
Sus atributos fundamentales son la individualidad, la inteligencia, la conciencia, la voluntad y el libre albedrío siendo su evolución moral la que determine la magnitud de estos atributos.
Dentro de este contexto y conforme a su naturaleza, el espíritu no permanece estático ni en una actitud contemplativa. Por el contrario, potencialmente tiene como cualidad esencial la actividad.
Esto significa la posibilidad de trasladarse, experimentar vivencias psíquicas y emotivas que lo ligan o relacionan a otros espíritus, enseñar, ayudar, aprender, todo ello en función de sus conquistas en el plano moral e intelectual.
Su vehículo de comunicación es el pensamiento y el sentimiento, energías que si bien están presentes en el hombre, adquieren una dimensión trascendente en el plano espiritual.
Siendo los espíritus, las almas de los que han fallecido, estos conservan sus características psicológicas, sus virtudes e imperfecciones dentro un amplio espectro de niveles evolutivos, reproduciéndose en el espacio espiritual el paisaje social y moral que domina en el mundo corpóreo.
En la dinámica del progreso, todo es relativo y transitorio porque el espíritu posee la tendencia intrínseca a seguir creciendo moral e intelectualmente a través de vivencias y experiencias reencarnatorias.
De esta manera, el espíritu también se encuentra dentro de la dinámica evolutiva del universo. Energía y materia o espíritu y cuerpo son las dos grandes vertientes de la evolución.
En este proceso de crecimiento, el hombre aprende poco a poco a percibirse como espíritu como realidad esencial en sí misma. Por eso no decimos que tenemos un espíritu sino que somos un espíritu que posee un cuerpo, herramienta fundamental para nuestro aprendizaje.
La realidad espiritual, su individualidad después de la muerte y su naturaleza intrínseca a progresar y evolucionar a través de experiencias reencarnatorias constituye uno de los grandes retos para el ser humano actual en cuanto a su estudio y comprensión, que le dara una mayor amplitud de conciencia, a la hora de entender los procesos por los que cada uno pasa en la vida..
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