PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD SINO EN TU PROPIO CORAZÓN?

lunes, 21 de junio de 2010

RECUERDOS (UNA PARTE DE NUESTRA VIDA)

Todos tenemos recuerdos y memorias de nuestro padre o nuestra madre, de nuestro esposo o esposa, hijo o hija, hermana, hermano o amigo muy queridos.


Un álbum de fotografías que abrimos con el corazón y un libro de recuerdos personales que en este instante, íntimamente, comenzamos a hojear silenciosamente.

¿Qué imágenes vienen cuando los evocamos? ¿Cuál era su fuente de alegría? ¿Cuál fue su mayor pasión? ¿Qué era lo que más le preocupaba? ¿Cuáles eran sus frases más célebres? ¿Qué es lo que más recordamos de él o de ella? ¿Cuál era su música preferida? ¿Su comida predilecta? ¿Qué es lo que más extrañamos de ellos?


¿Qué es lo que resalta al evocar la vida de nuestras madres, nuestros padres, de nuestros seres queridos? ¿Su amor, su ternura, su afecto? ¿Su lucha y sacrificios? ¿Su sonrisa, sus palabras de consuelo? ¿Sus melodías, sus historias? ¿Su humor o su carácter enojón? ¿Su integridad? ¿Sus caricias y sus abrazos?


Me aventuraría a sugerir que somos, en gran parte, producto de nuestros recuerdos. Somos el resultado acumulado de todas las cosas que nos sucedieron a lo largo del camino. Somos quienes somos por la gente y las experiencias que logramos recordar.


A pesar del dolor que nos produce el recordar, lo hacemos porque son estos recuerdos los que dan sentido a nuestra vida. Porque si no los tuviéramos atesorados, seríamos como aquellos que sufren demencia: no sabríamos quiénes somos.


Necesitamos de los recuerdos para definirnos, para saber cuál es nuestra historia personal, cuáles son nuestros valores y nuestras raíces. Nuestros recuerdos nos dan forma. Nos definen.


Recuerdo haber leído un artículo sobre un asistente social que trabajaba con un grupo de personas entre los 70 y 80 años, todos ellos sobrevivientes del Holocausto. Se suponía que el objetivo del grupo era poder mantenerlos informados con diversas actividades, pero cada vez que se reunían, sólo querían hablar de sus experiencias durante la guerra. Finalmente, el profesional, un tanto molesto, les dijo:
—Esas debieron ser experiencias muy malas. ¿Por qué siguen inmersos en ellas?
—Tienes razón —respondió uno de ellos: Esos años en los campos fueron el mayor dolor que jamás sentí. Pero también son la cosa más importante que me sucedió. Si elimino esos recuerdos, si me escondo de ellos porque son muy dolorosos, no sería más yo. Sería otra persona.


Sospecho que muchos de nosotros podemos entender este razonamiento. Hemos sido formados por momentos dolorosos en nuestras vidas: las pérdidas, rechazos, fallos, las relaciones que no funcionaron. Pero también hemos sido formados por momentos felices, significativos, algún éxito o logros, la presencia del amor.


Recordaremos personas que nos acompañaron durante un tiempo caminando juntos por la vida, recordaremos personas que se fueron de nuestro lado demasiado pronto, mientras los queríamos y necesitábamos.


Descubriremos palabras de aprecio, palabras de disculpa y reconciliación, que nunca fueron dichas porque alguien desencarno antes de manifestarlas o antes de que estuviéramos listos para pronunciarlas. Porque vivimos posponiendo. Mañana las diré. Y ese mañana nunca llegó. La mayor parte del tiempo esas cosas nos hacen sentir mal. Nos hacen sentir desamparados.


¿Hubo algo más que pudiéramos haber hecho? Ahora es demasiado tarde: lo pospuesto es nuestra carga en el camino de la vida. Pero a pesar del dolor que nos


provoca, necesitamos aferramos a esos sentimientos.


No podemos borrarlos de nuestro banco de memoria porque son una parte muy importante de lo que somos. Si suprimimos los recuerdos porque no nos gusta pensar en ellos, corremos el riesgo de dejar de ser nosotros y pretender ser alguien más, alguien a quien jamás le sucedieron esas cosas.


Y nuestro libro de recuerdos se convertiría en páginas en blanco. ¿Puedes imaginarte vivir y no tener qué recordar?
No, yo no quiero olvidar mis pérdidas, las personas y lugares amputados de mi vida, aún cuando algunas de las pérdidas sigan doliéndome, porque son una parte muy importante de mí. Si las olvidara, sería un ser humano incompleto.


Y por otra parte, ¿con qué tipo de recuerdos estaremos presentes en quienes nos rodean? ¿Cómo nos evocarán? ¿Será con reminiscencias de amor? ¿Crecerán ellos con memorias semejantes a las que muchos de nosotros crecimos, de padres revisando nuestra tarea, queriendo saber qué libros estábamos leyendo, quiénes eran nuestros amigos?


Y si los recuerdos son los objetos de mayor valor que poseemos ¿por qué no nos preocupamos más por dejarles una gran herencia de bellos recuerdos y no sólo bienes materiales?


¿Por qué seremos recordados? ¿Se acordarán de que siempre estuvimos para ellos o de que estuvimos muy ocupados?
Lo mejor y lo más hermoso de la vida no puede ser visto ni tocado, sólo puede ser sentido en el corazón.


Que nuestro recuerdo y nuestras acciones posean esa calidad de corazón mientras recordamos a aquellos que nos han inspirado.


Así que desde este mismo momento pongámonos manos a la obra y llenemos de bellos recuerdos a todos aquellos que nos rodean y amamos, dejándolos grabados en sus corazones.

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