Hace algunos años y de manera destacada, los periódicos y la televisión estadounidenses, anunciaban el resultado de una votación que fue auspiciada por la Oficina de correos y en la que participaron más de un millón de personas. Entre la gente que votó hubo una emoción, pasión y un involucramiento personal pocas veces visto.
Cuando el director general de correos fue a la ciudad de Memphis y anunció los resultados de la elección, había una enorme tensión en el recinto. Dio a conocer que la mayoría se había manifestado a favor del retrato de Elvis Presley cuando era joven. Venció al retrato de Elvis Presley durante su ocaso; por consiguiente, aquélla sería la imagen que aparecería en la estampilla de correos emitida en honor a su memoria.
Menciono esta nota periodística porque me hizo razonar lo siguiente: cada vez que tú decides evocar a tu ser querido haces este tipo de elección. En efecto, evocamos imágenes de nuestros padres, hijos, hijas, maridos o esposas, hermanos, amigos, de toda la gente con la cual nos hemos relacionado y ha partido. Y cada vez que lo hacemos, debemos elegir cómo habremos de recordarlos. ¿Los recordaremos jóvenes o en su vejez? ¿Cómo eran en su mejor momento o cómo eran cerca del fin de sus vidas? Cada vez que evocamos, instintivamente decidimos cuál recuerdo, cuál imagen o retrato de nuestros seres queridos habremos de evocar.
Y yo pienso: ¿debería recordar a mi padre como era al final, cuando su mente perdía agilidad y sus manos temblaban? ¿O debería recordarlo como solía ser durante mi infancia, adolescencia o en los momentos centrales de mi vida?
¿Debería recordar a mi madre cuando se sentaba en la mesa, festiva, feliz de tener a su familia reunida? ¿O cuando sus ojos destellaban orgullo al tener a su nieta en brazos? ¿O debería recordarla como era al final, cuando luchaba contra un cáncer que finalmente la derrotó?
Les confieso que en los primeros años posteriores al fallecimiento de mis padres sólo podía recordarlos como habían sido durante el tiempo difícil. Pero ahora que han pasado algunos años puedo evocarlos como eran en sus mejores tiempos. Y cada vez que lo pienso, me toca elegir de qué manera los recordaré.
Y de acuerdo a como decidamos recordarlos nos afectará. Ya sea que escojamos recordarlos cuando eran felices o tristes, enojados o satisfechos, la elección determinará, al menos en parte, qué tan felices o tristes o enojados o satisfechos estaremos nosotros. Así, pensemos por unos minutos sobre cómo deberíamos recordarlos.
¿Cuáles son nuestras alternativas? Podemos recordarlos en sus mejores momentos. O si queremos, podemos incluso magnificar, glorificar y exagerar sus virtudes. Muchas personas hacen eso. Exageran y enaltecen las cualidades de sus seres queridos que ya no se encuentran entre nosotros.
¿Cómo recordarlos?
¿Cómo recordarlos?
Acerca de este tema hay un pasaje en el Talmud que me perturba: “Si nuestros antepasados eran como ángeles, entonces somos seres humanos; si nuestros antepasados eran solamente seres humanos, entonces nosotros somos como burros”. Me trastorna porque es una expresión de la tentación de glorificar y magnificar e idealizar a los que se han ido, y hacer esto puede ser negativo.
Tenemos una segunda opción. Podemos recordarlos, si así lo queremos, en sus peores momentos. Podemos preservar nuestras heridas y quejarnos todo el tiempo. Esta idea es tentadora. Culparlos de todos nuestros problemas, de todos nuestros defectos y todos nuestros pesares. Pero sería inclinarnos hacia el otro extremo.
Mi sugerencia es que votemos, no por un retrato específico de aquellos a quienes recordamos, sino por un collage de retratos. Sugiero que los recordemos cómo eran, y como intentaban ser. Que los recordemos, no con una lupa que enfoque cada falla y defecto, sino con un tipo de cámara que sea gentil con ellos y que vea sus fallas con cierta perspectiva.
¿Saben cuál es la más antigua maldición materna? Recuerdo a mi mamá repitiéndomela con frecuencia “Que Dios te dé un hijo como tú”. Y Dios la escuchó. Pero el otro lado de la moneda es que nuestros padres quizás tuvieron padres que fueron como ellos. Y si cometieron errores al criarnos, tal vez fue debido a la forma en que ellos fueron criados o por las experiencias que la vida les hizo enfrentar y que muchas veces, en nuestra inmadurez, no supimos comprender.
Si los recordamos con sabiduría, con capacidad de perdonar y pedir perdón, con imágenes que puedan despertar una sonrisa o provocar una lágrima de nostalgia, si los recordamos comprometidos en completar sus sueños truncados, agradecidos de que tocaron nuestra vida y compartieron una parte de nuestro viaje por ella, entonces su memoria será una bendición para nosotros y todos los que vendrán después de nosotros.
La elección que se llevó a cabo para determinar cuál imagen de Elvis estará en la estampilla pronto será olvidada. Pero la elección que hagamos sobre cómo recordaremos a aquellos que amamos y que se han ido, tendrá relevancia en nuestras vidas por un largo tiempo. Por eso debemos elegir sabiamente. Con sensibilidad.
En las relaciones padres-hijos todos aprenden de todos y todos cometen errores, pero todo ello cuando en esa relación hay amor autentico se transforma en una relación de crecimiento y evolución para todos.
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