La joven mujer colocó sus pies en el sendero de la vida.
— ¿Es un camino muy largo? —preguntó curiosa.
— ¿Es un camino muy largo? —preguntó curiosa.
Su guía respondió: “Sí. Y el camino es difícil. Envejecerás antes de alcanzar su final, aunque este será mejor que el comienzo”.
Pero la joven mujer era feliz, y no creía que nada pudiera ser más espléndido que esos años. Ella jugaba con sus hijos, recogía flores para ellos a lo largo del camino, se bañaban juntos en claros arroyos, y el sol brillaba en su interior y la vida era buena, y la joven mujer lloraba de alegría:
—Nada será más agradable que esto.Pero la joven mujer era feliz, y no creía que nada pudiera ser más espléndido que esos años. Ella jugaba con sus hijos, recogía flores para ellos a lo largo del camino, se bañaban juntos en claros arroyos, y el sol brillaba en su interior y la vida era buena, y la joven mujer lloraba de alegría:
Entonces la noche llegó, y la tormenta. El sendero estaba oscuro, y los niños temblaban con miedo y frío. La mujer los acercó a su cuerpo y los cubrió con su cobija, y los niños le dijeron: “No tememos, porque tú estás cerca, y ningún peligro nos amenaza”. La mujer pensó: “esto es mejor que el brillo del día, porque he dado valor a mis hijos”.
A la mañana siguiente, pasada la tormenta, encontraron una montaña frente a ellos, y los niños escalaron y se cansaron, y la mujer también se hallaba exhausta, pero todo el tiempo repetía a los niños: “Un poco más de paciencia y llegaremos”.
Cuando alcanzaron la cima, mirando a los ojos de la joven mujer, los niños dijeron: “No lo podríamos haber logrado sin ti”. Esa noche, mirando a las estrellas, la mujer pensó: “Este día fue mejor que el anterior, porque mis hijos han aprendido a tener entereza frente a dificultades. Ayer les di valor; hoy fuerza”.
Al día siguiente aparecieron extrañas nubes que oscurecieron la tierra. Eran nubes de guerra y odio, de maldad e incomprensión. Los niños andaban a tientas y tropezones, y la mujer dijo:
—Levántense. Eleven sus ojos hacia la luz.
Y los hijos vieron sobre las nubes una luz eterna que los guió y condujo durante la oscuridad. Aquella noche la madre declaró:
—Este ha sido el mejor día de todos, porque enseñé a mis hijos tener fe.
Los días se sucedieron y las semanas y los meses y los años y la mujer envejecía y se tornaba pequeña y frágil. Pero sus hijos eran grandes y fuertes, y caminaban con valor y esperanza. Cuando el camino se hacía difícil, ellos ayudaban a su madre, y cuando era escabroso la cargaban, porque ella era tan leve como una pluma. Finalmente llegaron a una montaña y más allá de ella pudieron ver un camino claro y puertas doradas, abiertas de par en par.
La mujer dijo:
—Yo he alcanzado el final de mis jornadas. Ahora sé que el final es mejor que el comienzo porque mis hijos pueden caminar solos, y sus hijos tras ellos.
Los hijos dijeron:
—Tú caminarás siempre junto a nosotros, aun después de haber traspasado esos portones.
Y allí se quedaron observando cómo ella sola caminaba mientras los portones se cerraban a su paso.
Y ellos dijeron:
—No la podemos ver, pero ella permanece con, nosotros. Ella es más que una memoria. Ella es una presencia continua.
Para cada uno de nosotros hay alguien que es una presencia continua en nuestras vidas. Es a ellos hacia quienes van dirigidos nuestros pensamientos. No importa cuán corto haya sido el camino que recorrimos juntos: tenemos la seguridad de que su luz y calor están dentro de cada uno de nosotros, como una presencia continúa.
El mismo pensamiento podemos verlo en las palabras del poeta:
Aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas,
En un rincón, en un papel, en un cajón,
Como un ladrón te acechan detrás de la puerta,
Te tientan a su merced como hojas muertas.
Y te sonríen tristes, y hacen que lloremos
Cuando nadie nos ve.
La luz, los recuerdos, el calor,
El legado de sus vidas
Están dentro de cada uno,
Como una continua
Presencia viva.
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