PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD SINO EN TU PROPIO CORAZÓN?

sábado, 15 de mayo de 2010

DOCTORA ELISABETH KÜBLER ROSS....GRACIAS

La Doctora Elisabeth Kübler-Ross Psiquiatra y Tanatologa. (Pionera en afirmar que la muerte no existe, trabajo durante 30 años con enfermos terminales, los diez últimos con enfermos terminales niños)

Desde este blog rendirla un modesto homenaje, a ella como persona y SU vida de dedicación a los demás, al trabajo y a la investigación.


Dice Elisabeth kübler Ross:
“Cuando hemos realizado la tarea que hemos venido a hacer en la Tierra, se nos permite abandonar nuestro cuerpo, que aprisiona nuestra alma al igual que el capullo de seda encierra a la futura mariposa”.
“Llegado el momento, podemos marcharnos y vernos libres del dolor, de los temores y preocupaciones; libres como una bellísima mariposa, y regresamos a nuestro hogar, al mundo espiritual”.

REFLEXIÓN DE SU LIBRO “LA RUEDA DE LA VIDA”

"EL RATÓN" (infancia).
Al ratón le gusta meterse por todas partes, es animado y juguetón, y va siempre por delante de los demás.
"EL OSO" (edad madura, primeros años)
El oso es muy comodón y le encanta, hibernar. Al recordar su mocedad, se ríe de las correrías del ratón.
"EL BÚFALO" (edad madura, últimos años).
Al búfalo le gusta recorrer las praderas.
Confortablemente instalado, repasa su vida y anhela desprenderse de su pesada carga para convertirse en águila.
"EL ÁGUILA" (años finales).
Al águila le entusiasma sobrevolar el mundo desde las alturas, no a fin de contemplar con desprecio a la gente, sino para animarla a que mire hacia lo alto.

LA CASUALIDAD NO EXISTE
Tal vez esta introducción sea de utilidad. Durante años me ha perseguido la mala reputación. La verdad es que me han acosado personas que me consideran la Señora de la Muerte y del Morir. Creen que el haber dedicado más de tres decenios a investigar la muerte y la vida después de la muerte me convierte en experta en el tema. Yo creo que se equivocan.

La única realidad incontrovertible de mi trabajo es la importancia de la vida.
Siempre digo que la muerte puede ser una de las más grandiosas experiencias de la vida. Si se vive bien cada día, entonces no hay nada que temer.
Tal vez éste, que sin duda será mi último libro, aclare esta idea. Es posible que plantee nuevas preguntas e incluso proporcione las respuestas.

Desde donde estoy sentada en estos momentos, en la sala de estar llena de flores de mi casa en Scottsdale (Arizona), contemplo mis 70 años de vida y los considero extraordinarios. Cuando era niña, en Suiza, jamás, ni en mis sueños más locos —y eran realmente muy locos—, habría pronosticado que llegaría a ser la famosa autora de Sobre la muerte y los moribundos, una obra cuya exploración del último tránsito de la vida me situó en el centro de una polémica médica y teológica. Jamás me habría imaginado que después me pasaría el resto de la vida explicando que la muerte no existe.

Según la idea de mis padres, yo tendría que haber sido una simpática y devota ama de casa suiza. Pero acabé siendo una tozuda psiquiatra, escritora y conferenciante del suroeste de Estados Unidos, que se comunica con espíritus de un mundo que creo es mucho más acogedor, amable y perfecto que el nuestro.

Creo que la medicina moderna se ha convertido en una especie de profeta que ofrece una vida sin dolor. Eso es una tontería. Lo único que a mi juicio sana verdaderamente es el amor incondicional.

Algunas de mis opiniones son muy poco ortodoxas. Por ejemplo, durante los
últimos años he sufrido vanas embolias, entre ellas una de poca importancia justo después de la Navidad de 1996. Mis médicos me aconsejaron, y después me suplicaron, que dejara el tabaco, el café y los chocolates. Pero yo continúo dándome esos pequeños gustos. ¿Por qué no? Es mi vida.
Así es como siempre he vivido. Si soy tozuda e independiente, si estoy apegada a mis costumbres, si estoy un poco desequilibrada, ¿qué más da? Así soy yo.

De hecho, las piezas que componen mi existencia no parecen ensamblarse bien. Pero mis experiencias me han enseñado que no existen las casualidades en la vida. Las cosas que me ocurrieron tenían que ocurrir.

Estaba destinada a trabajar con enfermos moribundos. Tuve que hacerlo cuando me encontré con mi primer paciente de sida. Me sentí llamada a viajar unos 200.000 kilómetros al año para dirigir seminarios que ayudaban a las personas a hacer frente a los aspectos más dolorosos de la vida, la muerte y la transición entre ambas. Más adelante me sentí impulsada a comprar una granja de 120 hectáreas en Virginia, donde construí mi propio centro de curación e hice planes para adoptar a bebés infectados por el sida. Aunque todavía me duele reconocerlo, comprendo que estaba destinada a ser arrancada de ese lugar idílico.

En 1985, después de anunciar mi intención de adoptar a bebés infectados por el sida, me convertí en la persona más despreciada de todo el valle Shenandoah, y aunque pronto renuncié a mis planes, un grupo de hombres estuvo haciendo todo lo posible, excepto matarme, para obligarme a marcharme. Disparaban hacia las ventanas de mi casa y mataban a tiros a mis animales. Me enviaban mensajes amenazadores que me hicieron desagradable y peligrosa la vida en ese precioso paraje. Pero aquél era mi hogar, y obstinadamente me negué a hacer las maletas.

Viví casi diez años en la granja de Head Waters en Virginia. La granja era justo lo que había soñado, y para hacerla realidad invertí en ella todo el dinero ganado con los libros y conferencias. Construí mi casa, una cabaña cercana y una alquería. Construí también un centro de curación donde daba seminarios, reduciendo así el tiempo dedicado a mi ajetreado programa de viajes. Tenía el proyecto de adoptar a bebés infectados por el sida, para que disfrutaran de los años de vida que les quedaran, los que fueran, en plena naturaleza.

La vida sencilla de la granja lo era todo para mí. Nada me relajaba más después de un largo trayecto en avión que llegar al serpenteante camino que subía hasta mi casa. El silencio de la noche era más sedante que un somnífero. Por la mañana me despertaba la sinfonía que componían vacas, caballos, pollos, cerdos, asnos, hablando cada uno en su lengua. Su bullicio era la forma de darme la bienvenida. Los campos se extendían hasta donde alcanzaba mi vista, brillantes con el rocío recién caído. Los viejos árboles me ofrecían su silenciosa sabiduría.
Allí se trabajaba de verdad. El contacto con la tierra, el agua y el sol, que son la materia de la vida, me dejó las manos mugrientas.

Mi vida.
Mi alma estaba allí.
Entonces, el 6 de octubre de 1994 me incendiaron la casa.
Se quemó toda entera, hasta el suelo, y fue una pérdida total para mí. El fuego destruyó todos mis papeles. Todo lo que poseía se transformó en cenizas.

Atravesaba a toda prisa el aeropuerto de Baltimore a fin de coger un avión para llegar a casa cuando me enteré de que ésta estaba en llamas. El amigo que me lo dijo me suplicó que no fuera allí todavía. Pero toda mi vida me habían dicho que no estudiara medicina, que no hablara con pacientes moribundos, que no creara un hospital para enfermos de sida en la cárcel, y cada vez, obstinadamente, yo había hecho lo que me parecía correcto y no lo que se esperaba que hiciera. Esa vez no sería diferente.

Todo el mundo sufre contratiempos en la vida. Cuanto más numerosos son más aprendemos y maduramos.

El viaje en avión fue rápido. Muy pronto ya estaba en el asiento de atrás del coche de un amigo que conducía a toda velocidad por los oscuros caminos rurales. Desde varios kilómetros de distancia distinguí nubes de humo y lenguas de fuego que se perfilaban contra un cielo totalmente negro. Era evidente que se trataba de un gran incendio. Cuando ya estábamos más cerca, la casa, o lo que quedaba de ella, casi no se veía entre las llamas. Aquélla era una escena digna del infierno.

Los bomberos dijeron que jamás habían visto algo semejante. Debido al intenso calor no pudieron acercarse a la casa hasta la mañana siguiente.

Esa primera noche busqué refugio en la alquería, que no se hallaba lejos de la casa y estaba habilitada para acoger a mis invitados. Me preparé una taza de café, encendí un cigarrillo y me puse a pensar en la tremenda pérdida que representaban para mí los objetos carbonizados en ese horno ardiente que en otro tiempo fuera mi casa. Era algo aniquilador, pasmoso, incomprensible. Entre lo que había perdido estaban los diarios que llevaba mi padre desde que yo era niña, mis papeles y diarios personales, unos 20.000 historiales de casos relativos a mis estudios sobre la vida después de la muerte, mi colección de objetos de arte de los indios norteamericanos, fotografías, ropa, todo.

Durante 24 horas permanecí en estado de conmoción. No sabía cómo reaccionar, si llorar, gritar, levantar los puños contra Dios, o simplemente quedarme con la boca abierta ante la férrea intromisión del destino. La adversidad sólo nos hace más fuertes. Siempre me preguntan cómo es la muerte. Contesto que es maravillosa. Es lo más fácil que vamos a hacer jamás.

La vida es ardua. La vida es una lucha. La vida es como ir a la escuela; recibimos muchas lecciones. Cuanto más aprendemos, más difíciles se ponen las lecciones.
Aquélla era una de esas ocasiones, una de las lecciones. Dado que no servía de nada negar la pérdida, la acepté. ¿Qué otra cosa podía hacer? En todo caso, era sólo un montón de objetos materiales, y por muy importante o sentimental que fuera su significado, no eran nada comparados con el valor de la vida. Yo estaba ilesa, mis dos hijos, Kenneth y Barbara, ambos adultos, estaban vivos. Unos estúpidos habían logrado quemarme la casa y todo lo que había dentro, pero no podían destruirme a mí.

Cuando se aprende la lección, el dolor desaparece.

Esta vida mía, que comenzara a muchos miles de kilómetros, ha sido muchas cosas, pero jamás fácil. Esto es una realidad, no una queja. He aprendido que no hay dicha sin contratiempos. No hay placer sin dolor. ¿Conoceríamos el goce de la paz sin la angustia de la guerra? Si no fuera por el sida, ¿nos daríamos cuenta de que el mundo está en peligro? Si no fuera por la muerte, ¿valoraríamos la vida? Si no fuera por el odio, ¿sabríamos que el objetivo último es el amor?

Me gusta decir que "Si cubriéramos los desfiladeros para protegerlos de los vendavales, jamás veríamos la belleza de sus formas".

Reconozco que esa noche de octubre de hace dos años fue una de esas ocasiones en que es difícil encontrar la belleza. Pero en el transcurso de mi vida había estado en encrucijadas similares, escudriñando el horizonte en busca de algo casi imposible de ver. En esos momentos uno puede quedarse en la negatividad y buscar a quién culpar, o puede elegir sanar y continuar amando. Puesto que creo que la única finalidad de la existencia es madurar, no me costó escoger la alternativa.

Así pues, a los pocos días del incendio fui a la ciudad, me compré una muda de ropa y me preparé para afrontar cualquier cosa que pudiera ocurrir a continuación.
En cierto modo, ésa es la historia de mi vida.

ELISABETH KÜBLER ROSS
Nacida en Zurich, Suiza, Kübler-Ross se graduó de la escuela de medicina en la Universidad de Zurich en 1957. Ella llegó a Nueva York al año siguiente y se sintió horrorizada por el tratamiento hospitalario de los pacientes moribundos.

Fue denostada y criticada por sus colegas médicos, al principio, por su defensa de que hay vida después de la muerte, al final de sus más de 30 años ejerciendo la medicina su reconocimiento fue contundente, le fueron concedidos 25 “DOCTORADOS HONORIS CAUSA” en diferentes Universidades por su labor de trabajo, investigación y cuidados a los enfermos terminales.

Ella comenzó su trabajo con los enfermos terminales en la Universidad de Colorado Medical Center en Denver, y fue profesora de medicina del comportamiento y la psiquiatría en la Universidad de Virginia en Charlottesville.

Lo más importante que Kubler-Ross hizo fue sacar la muerte de la oscuridad en que la tenía la comunidad médica, dijo Carol Baldwin, una profesora investigadora asociada de medicina en la Universidad de Arizona y que trabajaba como enfermera en uno de los primeros hospicios de la nación en 1979.

"Ella realmente marcan la pauta para saber cómo comunicarse con los moribundos y sus seres queridos", dijo Baldwin recientemente. "Las familias entendieron que no debe dar miedo el ver a alguien morir."
Elisabeth Kubler-Ross, una psiquiatra que revolucionó la manera en que el mundo mira a los pacientes en fase terminal con su libro, “LA MUERTE UN AMANCER” Sobre la muerte y el morir.

Publicado en 1969, Sobre la muerte y los moribundos se centró en las necesidades de los moribundos y ofreció su teoría de que pasan por cinco etapas del duelo - negación, ira, negociación, depresión y aceptación.
Kübler-Ross escribió 12 libros Sobre la muerte y lo que nos sucede después de morir, incluyendo la manera de entender y aceptar la muerte de un niño y un estudio inicial sobre la epidemia de SIDA.

Algunos de lo más importantes Libros de Elisabeth Kübler-Ross

La muerte, un amanecer
[Este libro incluye un CD de audio] Un clásico moderno sobre el proceso del morir, la supervivencia de la consciencia y el arte de acompañar a enfermos terminales. Compuesto por tres conferencias impartidas por la autora. Uno de los libros más famosos y con más reconocimiento sobre este tema.
La rueda de la vida.
Autobiografía y testamento espiritual de esta excepcional mujer que reabrió el debate acerca del proceso del morir, de la supervivencia de la conciencia y el acompañar a los enfermos terminales. Este es también un libro sobre espiritualidad, sobre religión, sobre medicina, sobre psiquiatría, sobre el sentido de la vida...
Lecciones de vida.
Dos expertos sobre la muerte y el morir nos enseñan acerca de loa misterios de la vida y el vivir (Elisabeth Kübler-Ross, David Kessler)
Este es un libro que contempla la 'vida' desde la perspectiva del final de la misma. Los autores reflexionan sobre aquello que es importante, lo que nos olvidamos de hacer, los miedos y las oportunidades, poniendo énfasis en aquello que realmente puede proporcionarnos una vida 'plena' así como una despedida en 'paz' con nosotros mismos.
Los niños y la muerte
Este libro está basado en los años en que la autora trabajó con niños, y ofrece a las familias de niños enfermos o ya fallecidos la ayuda y la esperanza necesarias para superar esta trágica situación. Basado en buena parte en testimonios personales, este es un libro emotivo, sabio y humano.
Sobre el duelo y el dolor.
Cómo encontrar sentido al duelo a través de sus cinco etapas (Elisabeth Kübler-Ross, David Kessler)
Este es el último libro de E. Kübler-Ross, sobre el proceso del duelo y la despedida de un ser querido. Basándose en las 5 etapas de la aceptación del deceso, este libro se extiende para abarcar numerosos temas tanto del ámbito psicológico como espiritual relacionados con la pérdida. Un libro humano y muy completo.
Sobre la muerte y los moribundos.
Alivio del sufrimiento psicológico para los afectados
Este es el primer libro que escribió Elisabeth Kübler-Ross. En él pudo volcar todo lo que había aprendido en su trato con enfermos terminales. En él se exponen las famosas 5 fases de la aceptación de la muerte (ira, negación, aceptación...). El libro supuso un gran éxito, además de reabrir el interés sobre la tanatología y el tratamiento a los enfermos terminales.


1 comentario:

  1. NOTABLE! Lo único que sugeriría es continuar la obra en grupo; con prudencia y desde el anonimato individual.

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