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La gente que leyó este libro me pregunta con frecuencia si creo en los milagros. Por supuesto que creo. Pero algunas veces debemos mirar con mucha atención para verlos porque no siempre adoptan la forma que estábamos esperando".
Cuando los padres de un niño sumamente enfermo rezan por una recuperación milagrosa, cuando los tíos y tías y abuelos y miembros de su iglesia o sinagoga se unen a sus oraciones, y el niño muere, ¿debemos llegar a la conclusión de que no hubo milagro? ¿De qué nuestras plegarias no fueron escuchadas?
En realidad, quizá sí hubo un milagro, después de todo. El milagro no fue que el niño sobreviviera; algunas enfermedades son incurables. Tal vez, el milagro fue que el matrimonio de sus padres sobrevivió, a pesar de las tensiones que inflige la muerte de un hijo en un matrimonio. El milagro puede ser que la fe de la comunidad sobreviva aún después de comprobar que en este mundo los niños inocentes enferman y mueren. Cuando vemos que gente débil se vuelve fuerte, que gente tímida se vuelve valiente y que gente egoísta se vuelve generosa, sabemos que estamos presenciando un milagro. Yo he visto esos milagros (muchos de ellos me sucedieron a mí). Sospecho que todos los hemos visto.
Cuando viajo no son muchas las personas que reconocen mi nombre, pero sí muchas las que reconocen el título de este libro. Cuando la gente buena sufre se ha transformado, virtualmente, en una frase común para referirse al tema de las injusticias de la vida. Al contemplar los acontecimientos de los últimos ocho años, encuentro tres motivos de satisfacción:
Primero, le he contado al mundo la historia de la vida y muerte de Aaron. Cuando Aaron comprendió que moriría al comienzo de su adolescencia, fue importante para él que se conociera su historia. Aparentemente, muchos niños con enfermedades terminales temen que, al morir, se los olvide porque su vida fue muy breve y estuvo demasiado llena de dolor como para recordarla. Tuvimos que asegurarle muchas veces que su vida era demasiado preciosa para nosotros como para olvidarla. En parte, escribí este libro para cumplir una promesa que le hice a mi hijo.
Segundo, el hecho de que este libro cambió mi vida es mucho menos importante que el hecho de que cambió la vida de miles de personas, dándoles esperanzas y consuelo y ayudándolas a encontrar el camino de regreso a Dios. Dondequiera que viajo y doy conferencias, me encuentro con personas que me dicen que he cambiado su vida, no sólo a través de mis ideas sino por ser una persona que sufrió una pena y emergió íntegra de ella. En última instancia, esa será mi inmortalidad, el haber influido beneficiosamente en la vida de los demás.
Y, finalmente, pienso que este libro dio significado a la vida de Aaron. Aaron no vivió lo suficiente para casarse y tener hijos o para tener un efecto sobre la vida de los demás (aunque varios de sus compañeros del pequeño colegio al cual asistió, escribieron ensayos en la universidad refiriéndose a él como “mi personaje inolvidable”). Sin este libro, su muerte sólo hubiera sido una estadística, una tragedia privada. Pero creo que Dios, que no envió la enfermedad ni podía evitarla, hizo por mí lo que hace por tanta gente que sufre: me dio la fortaleza y la sabiduría para convertir mi dolor personal en un instrumento de redención, un medio de ayuda para los demás. Como en la adivinanza de Sansón en el Libro de los jueces (14:14): “Del que come salió comida, y del fuerte salió dulzura”.
Extracto del libro: "CUANDO LA GENTE BUENA SUFRE"
Autor: HAROLD S. KUSHNER Natick, Massachusetts, 1989
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