Las ciudades se van llenando de guirnaldas y luces, los comercios se adornan y preparan para hacer más ventas, anuncios y catálogos nos inundan de ideas para compras especiales y donde hay niños brilla la magia de estas fechas … Mientras tanto, nosotros tenemos pocas ganas de entrar en este ambiente de fiesta social, y lo que más añoramos es el familiar de antes (¡ay, antes!).
Porque cuando en casa hay una habitación con una cama vacía de alguien que no regresa en Navidad, cuando hay una silla sin ocupar en la mesa de las celebraciones, poco es lo que se quiere celebrar. Desde que asesinaron a nuestro hijo estas fiestas han cambiado mucho.
Siempre nos esforzamos por no romperlas con nuestro dolor. Y gracias a ello pudimos compartirlas con los abuelos, que se nos fueron marchando por sorpresa poco después y apenas nos regalaron una o dos más. Luego los años fueron pasando y la pena fue dejando lugar a una nostalgia infinita que se acentúa especialmente en estos días señalados.
Van a ser las décimas Navidades sin nuestro hijo, las novenas sin mis padres y las octavas sin mi suegro, cuando mi pequeña familia de tres ha decidido darle un impulso al asunto y preparar una celebración nuestra particular.
Tal vez no será en las fiestas más marcadas, porque tenemos obligaciones que cumplir, pero nos estamos planteando que entre el 26 y el 31 vamos a iniciar una tradición nuestra particular. Algo parecido a “Empieza el Nuevo Año con otra energía”.
Después de todo lo que nos ha pasado, no podemos seguir como si nada. Y no porque estemos amargados y no queramos vivir como antes, sino porque todo ha adquirido una nueva perspectiva. Porque las cosas más importantes han pasado adelante y las celebraciones más frívolas se han quedado atrás y nos hastían.
Los primeros años simplemente nos recluíamos en casa y evitábamos contaminarnos con la algarabía y la alegría forzadas que muchos tienen en estas ocasiones. Nos hacían daño. En los últimos nos hemos refugiado en la familia y en los más íntimos.
Pero ha llegado el momento de dar un paso más allá y dedicarnos precisamente en estas fiestas unas horas de lo que a lo largo de los años nos ha ido curando: buenos amigos, familia y momentos para relajación y curación personales. Poder hablar de lo que echamos en falta a nuestros seres queridos sin que nos miren mal, nos digan que ya debemos superarlo o nos cambien continuamente de conversación.
Sin embargo, tampoco querríamos hacer una reunión sólo para añoranzas y memorias tristes. Nos gustaría crear un evento de esperanza que nos ayude a proyectar entre todos nuevos patrones optimistas y valiosos para el nuevo año. Y en eso estamos: intentando cuadrar un par de días dedicados sólo a charlar, disfrutar de la mutua compañía y procurarnos nuevas energías curativas para 2014.
Es una colaboración de: T.D.M.
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