Sé como la madre parturienta,
que grita su dolor
mientras alumbra,
para vivir después
su indecible alegría cuando estrecha,
con sus brazos sobre el pecho,
la vida que entregó
y que, devuelta,
la alegra mucho más que antes de darla.
PORQUE EL AMOR
ES MAS FUERTE
QUE LA MUERTE,
y todo lo que entrega no lo pierde,
porque lo recupera acrecentado,
precisamente
por haberlo dado.
Cuando naciste, dijeron:
“Te dieron a luz”,
“Te alumbraron”.
Pero tú cerraste los ojos
encandilado, enceguecido.
Cuando mueras cerrarán tus ojos,
y dirán: “Se durmió en paz”.
Y tú estarás como nunca,
con los ojos abiertos a la Luz,
como nunca despierto.
¡Para siempre!
En el silencio solitario de una cabaña, oculta entre la tupida arboleda, el Maestro conversaba con tres discípulos.
- Hoy vamos a meditar sobre la realidad de la muerte. Quiero comenzar sabiendo qué es para cada uno de ustedes… Tómense su tiempo…
Después de un momento de hondo silencio, surgieron las respuestas.
- Para mí, la muerte no existe. Yo no pienso en ella – dijo el primero.
- La muerte es el final de todo… Y todo acaba con ella – afirmó el segundo.
- La muerte es un cambio en el modo de vivir… Es el final de esta etapa y el comienzo de otra, que es eterna – finalizó el tercero.
El Maestro permaneció callado largo rato, como dándoles tiempo a sus discípulos para que rumiaran el sentido de sus respuestas. Con una rama seca trazaba enigmáticas figuras sobre el piso de tierra. Y al final se dirigió al primero, diciendo:
- Un hombre decidió explorar la espesura de la selva. Un amigo le advirtió: “Cuídate del león. Mira que puede sorprenderte y atacarte”.
El explorador se fue internando sigilosamente hacia el corazón enmarañado de la selva. El temor de verse enfrentado con el león le quitaba la paz, llenándolo de pánico. Y decidió aliviarse, diciéndose a sí mismo: “El león no existe”.
Unas horas después oyó voces o ruidos extraños. “¡El león!”, le gritó su pensamiento. Pero el hombre se tranquilizó al instante. “No. ¡El león no existe!” Y siguió su camino. Los rugidos se oyeron más claros y cercanos. Pero el hombre se repetía: “El león no existe”.
Como el explorador no regresó a su aldea, los amigos salieron a buscarlo. Y regresaron con sus ropas hechas jirones.
El Maestro respiró profundamente y guardó silencio. El discípulo lo miraba atento, como esperando que continuara su relato. Pero el Maestro se limitó a mirarlo preguntando:
- ¿Comprendes?
- Creo que sí – fue la respuesta vacilante del discípulo.
- El león no deja de estar acechando en la selva, porque tú lo niegues.
Más vale pregúntate cómo lo encararás, cuando te ataque – concluyó el Maestro. Luego echó una mirada hacia lo alto, como buscando algo, para después mirar a los otros dos discípulos.
- Dos caminantes se encontraron en un cruce de caminos – comenzó diciéndoles. Fatigados por lo andado, se sentaron ambos a la sombra de un árbol para descansar. Sacaron de sus alforjas sus provisiones y compartieron una frugal comida. Mientras comían, el primero preguntó al otro:
- ¿Hacia adónde vas?
- Voy hacia el puente final.
- ¿Y para qué?
- ¡Hombre! – respondió con impaciencia el segundo – voy para caminar. Yo disfruto del camino, hasta que se acabe. ¿Y tú?
- Yo voy al mismo lugar que tú, me dirijo al puente final. Pero no voy como tú, para caminar… , ¡yo voy para llegar!
- ¿Y cuál es la diferencia, si ambos caminamos y ambos vamos hacia el puente final?
El interpelado vaciló un instante y respondió con una pregunta:
- ¿Y qué harás tú cuando llegues al puente final?
- ¡Nada! Porque me han dicho que cuando se llega hasta él, termina el camino y desaparece el caminante. Acaso tú, ¿esperas encontrar algo distinto?
- ¡Sí!, mi amigo – concluyó el segundo. Yo camino hasta el puente final, donde muere esta senda. Pero espero pasar a la otra orilla, donde nace otro Camino, que nunca se acaba, y se recorre con dicha y sin fatigas…
Y aquí concluyó el Maestro su relato.
En silencio trazó con su rama sobre la tierra un camino estrecho, que llegaba hasta un puente y en la orilla opuesta trazó una ancha avenida, que se prolongaba indefinidamente.
Los discípulos aguardaron silenciosos y recogidos, con la seguridad de que el Maestro cerraría su relato con alguna reflexión. Y le escucharon decir:
- En el camino de la vida, algunos caminan para caminar, y otros caminan para llegar… Algunos van dispuestos a perderlo todo, y otros van esperanzados en alcanzar todo… ¡Unos van hacia la muerte resignados a terminar y otros, van hacia ella, con la esperanza de comenzar…!
¿No te parece que muchas veces
vivimos con temor de la muerte final,
y vivimos como muertos
porque no amamos?
Porque la vida del hombre no se mide
por su salud corporal o psíquica,
sino por la intensidad
y la hondura de su amor.
¿Entiendes?
Para los animales vivir es durar,
para las personas vivir es amar…
Más allá del silencio de la muerte,
Oigo voces cantándole a la vida,
Recordando que es esa nuestra suerte,
Inmortal, y que en vez de ser vencida,
Renovada en amor será más fuerte
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