Hace unos días leí en una entrevista, que la periodista Cristina Jolonch realizó al psiquiatra Rojas Marcos, la siguiente frase: NO SE APRENDE DEL SUFRIMIENTO, SINO DE LA LUCHA POR SUPERARLO. Me llegó al alma porque a mí me parece que resume la forma sanadora de encarar el duelo.
El sufrimiento por la muerte de un hijo es inevitable, duele mucho la pérdida de un ser al que le hemos dado la vida y adoramos. Es más fácil morir que aceptar seguir viviendo después de un golpe así. Es cierto, pero si decidimos luchar, las posibilidades de aprendizaje, de aumentar nuestra fortaleza interior son enormes.
A los padres que se nos ha muerto un hijo la vida nos pone en una situación límite: o luchamos contra viento y marea o nos hundimos.
No hay más. Si decidimos no tirar la toalla, naufragamos durante mucho tiempo pero, entre medio, vamos creando recursos que no solo nos permiten salir a flote, también nos serán útiles para afrontar nuevas tempestades.
No hay más. Si decidimos no tirar la toalla, naufragamos durante mucho tiempo pero, entre medio, vamos creando recursos que no solo nos permiten salir a flote, también nos serán útiles para afrontar nuevas tempestades.
Nuestro esfuerzo ilumina a nuestros hijos vivos y muertos y, por qué no decirlo, a toda la humanidad. Porque todo ser humano que supera una prueba personal enorme, sea la que sea, abre un camino de esperanza para los demás.
En cambio, si no luchamos, el riesgo de dar vueltas alrededor del dolor sin avanzar un paso es grande y, con el tiempo, el desgaste va a ser tan extraordinario, la debilidad emocional tan grande, que cualquier revés, por pequeño que sea, probablemente se convierta en una montaña insuperable que, inevitablemente, nos remita a la angustia y desespero del inicio. ¿Pero contra qué o quién hay qué luchar?
A mi entender la del duelo es una batalla que nos enfrenta a nosotros mismos y esa es la más difícil de las batallas. Si nos empeñamos en dirigir la rabia contra alguien o contra la vida misma estamos errando el tiro.
Nosotros, como seres humanos, solo tenemos la libertad de transformarnos a nosotros mismos. Las circunstancias son las que son, pero todos tenemos la capacidad de inventar infinitas maneras de encararlas. Esa creatividad es un don que, incluso, ha permitido a algunos salir con vida de un campo de concentración.
La travesía del duelo consiste en soltar miedos y adquirir confianza. Morir vamos a morir todos, la diferencia, lo que da sentido a la vida, está en morir con el corazón desolado o repleto de gratitud y amor.
Con la conciencia tranquila que hemos dado lo mejor de nosotros mismos en cada momento que la vida, cuando esta nos puso delante las lecciones que vinimos aprender.
Que dimos todo el amor que pudimos a quienes lo necesitaron y nos lo pidieron.
Que intentamos ser nosotros mismos el mayor tiempo que nos fue posible.
Y que intentamos perfumar el camino de cuantos caminaron junto a nosotros, en la andadura de la vida.
La clave está en que hay una gran diferencia, entre morir n paz y morir lleno de ansiedad, porque si morimos así, no nos permitirá ver con claridad el camino que tenemos que hacer cuando lleguemos al mundo espiritual.
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