Tengo un amigo, Andrew Parker, que vive en Australia, cuya maravillosa mujer –Pip, como la llamaban los que la amaban- hizo precisamente eso. Pip se murió de cáncer en Nochevieja, justo después de la llegada de 2005, y Andrew compartió conmigo un correo electrónico que él había mandado a un gran número de amigos suyos y de su esposa.
Pip es el mayor regalo que alguna vez haya tenido. Llegó a mi vida en un momento en que yo pensaba que lo tenía todo bajo control, y no lo tenía. Estaba sentada sonriendo bajo la luz de la luna esa primera noche en la que realmente conectamos y supe que, si pasaba un ratito con ella, finalmente me casaría con ella y tendría hijos. ¡Qué bendición ha sido! Un cáncer en su hermoso pecho empezó el viaje de nuestra relación y, oh, de qué modo su coraje y su fuerza me enseñaron el camino.
Su sonrisa siempre presente y sus agudas observaciones me mantuvieron siempre alerta, aunque fue su amor incondicional lo que tuvo el mayor impacto sobre mí. Su amor era fuerte como un roble vigoroso, tan profundo y azul como un océano y tan poderoso como las mareas y las corrientes dentro de sus profundidades. Inamovible era su compromiso para conmigo y cómo me veía.
Ella miró más allá de los ásperos bordes del diamante, de mi marcado acento de Newcastle, de las palabrotas y de los modales burdos que eran restos de mi ayer. Ella sólo vio lo mejor de mí y tenía una manera delicada de alimentar eso.
Sus tratamientos eran brutales, como lo son nuestros primitivos tratamientos médicos. Cirugías, quimioterapia y radiación, hormonas y menopausia temprana nunca alteraron la esencia femenina que era mi amor. El dolor de semejantes tratamientos nunca trajo una mueca de descontento, y con el nacimiento de nuestros hijos ella resplandecía de maternidad, energía femenina y profundo amor.
A todos les conmovía su belleza, tanto la de dentro como la de fuera. Cuando nos enteramos de que tenía metástasis en el tejido óseo, a los siete meses más o menos del nacimiento de nuestros gemelos, ella se disculpó. No era en ella en quien pensaba en ese momento, era en mí y en los tres chicos. Y entonces se levantó, se recompuso, ¡y puso a funcionar la válvula del amor!
Que le extirparan el otro pecho le dolió un poco. Era lo que ella sentía sobre lo que significaba ser mujer, aunque para mí nunca fue tan mujer como en aquel tiempo del posoperatorio. Cuando trajimos a los chicos para verla al día siguiente, levantó a sus hijos, uno a uno, hasta su pecho herido, y nunca hizo una mueva de dolor.
Su fortaleza está grabada en mi conciencia, su altruismo y su coraje son mi consuelo en este espacio que ahora ocupo, un espacio lleno de sus recuerdos, y todavía tanto camino que recorrer en mi vida.
Vivió casi tres años más. ¡Oh cómo vivió! Con mi negocio y mi carrera hechos trizas y mi lucha por encontrarme a mí mismo, mi camino, mi dirección, ella calladamente mantenía un espacio para que yo creciera. Alimentando mi alma con amor y aceptación y una guía firme, ¡nunca permitió que me saliera con la mía en nada! ¡Dios mío, cuánto la respeto por eso!
Los últimos seis meses de su vida parecían eternos mientras yo vivía los momentos. Ahora anhelo otro momento en su presencia. Cómo la amaría si tuviera la oportunidad, qué precioso sería cada minuto, cada segundo, si yo pudiera estar en ese tiempo otra vez.
Los últimos meses y días de Pip fueron su mejor regalo para mí. Gradualmente, iba saliéndose de mi vida. Se acabaron las cenas exquisitas, me tocaba a mí cocinar y limpiar. “¿Quién recogerá esa ropa si la dejas ahí”?… su melodiosa voz resuena en lo profundo de mi cerebro. Tengo que hacer ahora las camas y lavar la ropa.
¡Qué alegremente hacía esas labores nuestra Pip! Ella me entrenó con su ser durante aquellos días, consolándome mientras yo la consolaba a ella. Nunca me sentí tan cerca de ella y sentí que era una bendición tener la oportunidad de servirla.
Después llegó el momento de llevarla a casa, de llevarla de regreso a Perth y a sus amigos y familia. Yo la miraba de reojo durante nuestro vuelo de cinco horas y el dolor era evidente. Un viaje tan arduo y ¡nadie sino yo sería testigo! Se manejó en su forma habitual, con absoluta dignidad e interés por los demás. Pip insistió en que la lleváramos al viaje planeado a Rottnest Island, a nadar en el cerúleo azul del Océano Indico, apreciando todavía la belleza y bendiciones de la vida, las cosas simples.
Sus últimos días fueron un viaje de proporciones bíblicas, verdaderamente cuarenta días y cuarentas noches en el desierto. Su muerte vino cuando ella seleccionó su hora, a su manera. Cuando supo que todo iba a estar bien, me dio el mayor regalo de todos. Estar con ella, compartiendo el espacio y cogidos de la mano cuando murió.
Eran las 0:50 del 1º de enero. Dijo que quería aguantar para celebrar el Año Nuevo y lo hizo, exactamente. Todo el dolor de la vigilia, todo el miedo de hacerlo bien, de hacer lo suficiente y decir lo que tenía que decir: ¡Todo se fue con su espíritu! Suavemente, así como ella había vivido a lo largo de su vida, se marchó. Y me dejó, sin la menor duda, absolutamente claro quién soy y por qué estoy aquí. Su mejor regalo para mí fue LLEVARSE MI MIEDO CON ELLA.
Mis días ahora son diferentes, es verdad, ¡aunque ella nunca está lejos! A nuestros hijos les está resultando difícil: un amor como el de Pip no se reemplaza fácilmente. Todavía crecemos juntos, con los regalos de su vida como una flor de Loto que se abre lentamente, pétalo a pétalo, mientras las formas de nuestras vidas se van haciendo, alimentadas por el amor de una mujer como ella.
Estas palabras a mi manera son para expresar mi tributo a mi amor, la madre de mis hijos, y a ti y a todos. Somos mejores porque ella estuvo aquí. No lamento un minuto y no le echo la culpa a nadie.
Todos nosotros estamos en la posición de elegir en nuestras vidas cómo actuamos ante lo que sucede. Pip y yo elegimos nuestro amor y, duro como ha sido, me ha dado mi vida. Elijo verlo desde el lado de la gratitud, no de la pérdida o el dolor. Oh, sí, están presentes conmigo y son sentimientos absolutamente apropiados.
Todos nosotros estamos en la posición de elegir en nuestras vidas cómo actuamos ante lo que sucede. Pip y yo elegimos nuestro amor y, duro como ha sido, me ha dado mi vida. Elijo verlo desde el lado de la gratitud, no de la pérdida o el dolor. Oh, sí, están presentes conmigo y son sentimientos absolutamente apropiados.
El amor sana. Sana nuestras almas, sana nuestras relaciones y puede incluso sanar nuestro planeta. Mi mujer me dio este amor, y elijo compartirlo contigo.
El día del Año Nuevo cené con la familia, después fui a la casa de algunos amigos de ella para tomar mi copa. Me marché alrededor de las 23:40 y, mientras caminaba las pocas millas de vuelta a casa, Pip estaba conmigo. Sentí la energía de la creación y la posibilidad, mientras la gente celebraba en sus patios, con fuegos artificiales, y la voz angelical de Pip en mi cabeza decía “…y tenías razón, justo como sabías que sería”.
NEALE DONALD WALSCH: EXTRACTO DEL LIBRO “EN CASA CON DIOS”
NEALE DONALD WALSCH: EXTRACTO DEL LIBRO “EN CASA CON DIOS”
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