Vivimos limitados entre cuatro paredes, el tiempo, el espacio, lo que hay antes de nacer y lo que hay después de morir. Lo primero que la vida nos enseña al nacer es que algún día debemos morir. Vivir debiera ser una preparación para morir bien. La realidad es diferente, muerte es una palabra tabú que produce rechazo, palabra que es preferible ignorar y no pensar en lo qué hay en la "OTRA ORILLA."
Quizás el temor a lo desconocido o el temor a un absurdo "castigo eterno" hace que haya un temor a la muerte en la mayoría de los seres humanos, y debiera ser todo lo contrario.
Un primer paso es acercarnos al conocimiento de los procesos de la muerte, ya que es evidente que la muerte es algo inherente a la vida y eso queda patente al ver como desde que el ser humano es ser humano le ha preocupado y ocupado todo lo relacionado con la muerte.
En la cultura occidental las representaciones de la muerte suelen ser alegorías, pero en las civilizaciones paganas la muerte puede tener estatus de dios.
La mayoría de las culturas han convertido a la muerte en un personaje normalmente más de hueso que de carne que acecha a los vivos, que los reta e impide a los difuntos salir de los misteriosos territorios del más allá.
En la cultura occidental las representaciones de la muerte no suelen ser más que alegorías o personajes míticos, pero en las civilizaciones paganas la muerte puede tener estatus de dios.
Así en la mitología griega existía un dios de los muertos, Hades, que gobernaba los infiernos y acabó dándole nombre a esos dominios.
Entre sus atributos está, además de un cetro para conducir y gobernar a los muertos, un lúgubre carro de caballos negros que recuerda los carruajes de la iconografía vampírica.
En algunos textos clásicos, por ejemplo de Esquilo, se describe a Hades como el príncipe de los infiernos que pide cuentas a los difuntos y decide sobre sus destino en el más allá.
El concepto de que las almas son juzgadas al término de su vida no es exclusivo del cristianismo o de las religiones monoteístas y aparece en numerosas mitologías.
En la egipcia, el dios Osiris pesaba el corazón de los difuntos y si este era ligero y libre de pecado el alma podía acceder al reino de los muertos, de lo contrario era devorada.
En el budismo, Yama, representado como un ser de ojos saltones piel azul oscuros y características de distintos animales, es dios y juez de los muertos (cumple similares funciones como señor de la muerte en el hinduismo y el zoroastrismo).
También en las civilizaciones precolombinas había deidades responsables de los muertos como Mictecacihuatl, la Señora de la Muerte de los aztecas, a veces representada con cabeza de calavera y vistoso tocado como las 'catrinas' actuales del Día de los Difuntos.
En la tradición islámica (no en el Corán), Azrael, el Ángel de la Muerte, se encarga de separar las almas de los cuerpos.
Su aspecto depende de cómo se haya portado el sujeto, si bien Azrael tendrá rasgos amables y la separación se hará sin dolor, de lo contrario el Ángel de la Muerte se torna pavoroso.
La representación de la muerte más popular en la cultura occidental y ya en la globalizada, la del personaje esquelético cubierto con capa o sudario y con una guadaña en la mano apareció en la Europa de finales del Medievo.
Se vio en cuadros, bajorrelieves y grabados que la mostraban cabalgando junto a un orgulloso señor, como en "El Caballero, la Muerte y el Diablo" de Durero, o asaltando con lascivia de vampiro a una doncella como en "La Mujer y la muerte" de Hans Baldung Grien.
La muerte encabezaba el cortejo de las danzas macabras, llevando de la mano desde el emperador hasta el siervo, desde la anciana hasta la joven sana y guapa, para mostrar que todos somos iguales ante la Parca y que todo es vanidad.
Paralelamente, sobrevivían las leyendas paganas que hablaban de oscuros ayudantes de la muerte, como el Ankou bretón, que pasea en un ruidoso carruaje y se lleva a todo el que lo ve.
Otros emisarios de la muerte son más amables, como las soberbias valquirias que se llevaban a los héroes caídos en combate glorioso.
La calavera ha seguido siendo el símbolo por excelencia de la mortalidad en la iconografía occidental, si bien con el romanticismo se empezó a representar a la muerte también con rasgos de hombre o mujer vivos con semblante triste, pero sosegado.
Sigmund Freud escogió la figura de Tanatos, la personificación del morir dulce en la Grecia clásica, para bautizar su impulso de muerte, el deseo de volver a un estado de tranquilidad absoluta.
Hoy día, en la cultura popular moderna, sobre todo dentro de las tribus góticas y los grupos de rock duro, se cultiva la estética macabra, a la que se recurre también mucho en la comedia.
Las historias de fantasmas, de zombies, de viajes de ida y vuelta al más allá, de diálogos con los muertos y de ritos macabros son numerosas en esta cultura, pero es mucho menos frecuente que aparezca la muerte en persona.
Ingmar Bergman la mostró en una de sus obras maestras, "El séptimo sello" donde un caballero juega al ajedrez con la muerte, cumpliendo una de las grandes aspiraciones humanas, retar a la muerte.
Bob Fosse en "All that Jazz" presentaba a Roy Scheider tratando de engañar a la muerte, una bellísima Jessica Lange envuelta en velos blancos, coqueteando con ella y Omer Simpson llegó a cargarse a la muerte en un capítulo.
Una de las representaciones más inusitadas de la muerte está en la obra de posguerra "Draussen vor der Tür" de Wolfgang Borchert en la que un soldado alemán se encuentra con que la muerte no es un esqueleto, sino un señor gordo que le explica que tiene sobrepeso porque "el negocio va viento en popa".
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