Muchas explicaciones maravillosas hemos escuchado, conceptos de religiosos, filósofos, amigos y compañeros nos vienen a nuestra memoria, así como situaciones de vida, propias y ajenas, en las que el dolor dejó su huella imborrable.
Cabe entonces preguntarse: ¿cómo actúo en relación al propio dolor, del cual soy protagonista, qué me hace experimentar y movilizar? Por otro lado, está el dolor ajeno, que muchas veces se hace propio con un sentimiento de empatía y comprensión.
Si observamos hacia adentro y hacia afuera, veremos que a todos, en mayor o menor medida y de diferentes perspectivas, nos toca experimentarlo. Mientras la ciencia, la filosofía, la religión intentan buscar paliativos, indagar sobre su función y su sentido, el dolor se hace presente mostrando distintas caras o facetas. Tal vez porque es inherente a nuestra naturaleza, a la existencia del ser humano, es algo que nos une como iguales, lo mismo que otras tantas cosas, cualquiera que sea nuestra condición: el dolor nos hace iguales a todos.
Intentando indagar las experiencias vividas por seres de las más diversas profesiones, condiciones sociales, edades, busque el testimonio de quienes pudieran comentar sus propios aprendizajes, sus propias impresiones sobre el tema. Para ello, puse especial cuidado de no influir, ni limitar la posibilidad de expresión de cada uno, buscando eso sí, al finalizar el trabajo, analizar y extraer conclusiones sobre los puntos de contacto y sus implicaciones.
En primer lugar, nos limitaremos a hacer un amplio muestreo de algunos de estos testimonios referidos a este tema. Encontraremos las voces de abogados, médicos, enfermeros, pacientes, psicólogos, enfermeras, trabajadores en instituciones del orden público, policías, seres privados de su libertad, docentes y ancianos que han aportado su pensamiento en forma desinteresada y generosa.
Una abogada señala: "Sentir dolor es parte de nuestra naturaleza, nos indica que estamos vivos, sin embargo, recurrimos a todos los medios a nuestro alcance para hacer desaparecer todo lo que nos produzca molestia.
"También encontramos la banalización del dolor, la repetición hasta el hartazgo de imágenes de dolor que nos producen tal acostumbramiento que perdemos la capacidad y la sensibilidad de sentir empatía por el que sufre. No estamos dispuestos a compadecernos porque ello implicaría reconocer que el dolor es real, que no somos ajenos a ese sentimiento. Todo tiene un propósito de vida, aun las experiencias dolorosas, y si hacemos caso omiso de ellas, o nos escapamos por cualquier medio, habremos perdido el rumbo que nos permite avanzar como seres humanos".
Una docente, abuela y voluntaria en instituciones publicas, coincide en gran medida con la opinión anterior: "El dolor es una sensación molesta y muchas veces insoportable, de la que se desea salir de inmediato. Es muchas veces necesario y aun causante de felicidad única. Creo que nos hace estar vivos, ser creativos, ser mejores al procurar aliviar el dolor de los otros. Nos purifica, nos libra de egoísmos, nos eleva sobre las miserias humanas".
Según una psicóloga consultada "el dolor se manifiesta a lo largo de la vida de diversas formas: el dolor de un niño o adolescente que produce dolor a sus padres pero que a veces es necesario y útil no tratar de impedirlo. Más adelante, el dolor va dejando marcas a través de la adultez: los seres queridos que se van, la angustia frente a lo material, económico, lo político, lo social. En la vejez, el dolor de la indiferencia, del abandono, de la soledad, de la desconsideración.
Pero el dolor más profundo, es el de la pérdida de un hijo, frente a este dolor muy poco se puede hacer para ayudar, sólo se puede acompañar".
La referencia a situaciones propias se nota en lo que expresan jóvenes de los barrios más humildes de las ciudades, jóvenes cuya vida se desarrolla en la más penosa situación económica y social. Dos de ellos nos dicen que "el dolor es evitable, que aprender, a ser fuertes y saber evitarlo, les da una experiencia que sirve para dar consejos a todo aquel que lo necesita, porque lo malo es muy doloroso, por eso es bueno lo bueno, por eso es bueno evitar todo lo malo".
También escuchamos las voces de otros jóvenes privados de la libertad, que ante su dura experiencia, desde su celda, nos escriben: "en este mundo rodeado de barrotes, donde uno vive con tensión, donde uno está con gente que no elige estar, el dolor nos acompaña durante días y horas que se hacen eternas, un dolor inimaginable para quien nunca estuvo preso".
Otro, en las mismas condiciones nos brinda además, las reflexiones que le produce el dolor: "cuando estoy solo pienso en lo maravillosa que es la vida, a pesar de que hoy me encuentro privado de la libertad por un error que he cometido. Estoy muy arrepentido, porque me di cuenta de lo hermosa que es la libertad. Me gustaría estar con mi madre y con mi ahijado que tanto quiero en la vida. Esto es lo único que le pido a Dios, que me ayude a convertirlo en realidad".
Oír las voces, como referencia de las más diversas condiciones sociales, económicas, experiencias de vidas marcadas por el dolor, puede servir para propiciar el análisis y la reflexión sobre un rumbo que todos, de distinta manera y con distinta intensidad, transitamos.
Continuando con la presentación de algunas experiencias, escuchamos las reflexiones de jóvenes sumidos en la desesperanza, quizás uno de los mayores padecimientos del ser humano: verse privados de su libertad, viviendo cada hora de sus vidas en una celda.
Algunas pueden ser desgarradoras como puede leerse en el siguiente testimonio: "Recién llegado, juro por Dios que he pensado en quitarme la vida porque en ese momento creí que había perdido todo, pero saqué fuerzas y lo pude superar. Después, caras que no conocía, miradas que no sabía el porqué estaban tan fijas. Hace siete meses que me encuentro privado de mi libertad y lo que más aprendí fue el respeto, porque si no tienes respeto, no tienes nada en un lugar como éste. Pienso en mi familia, en mi hijo y es como que le robé la ilusión de tener un padre sincero, bueno, justo. Pero de algo estoy seguro, nos cortaron las alas, pero jamás podrán cortarnos el sueño de volar algún día".
Las referencias a situaciones personales siguieron surgiendo en los testimonios de mucha gente, como el caso de esta madre que expresa lo siguiente: "Escribir sobre el dolor es pensar: ¿qué es?, ¿dónde se encuentra?, ¿cómo se supera?, ¿cómo se soporta? Yo contestaría que el dolor es un sentimiento, o sea que se vive como el amor, la alegría, el consuelo. Pero dónde lo ubico?, ¿en qué lugar físico lo pongo?
El amor se relaciona con el corazón, la alegría con la expresión, pero el dolor... En mi caso, por la enfermedad de mi hijo, lo sentí en todo el cuerpo. Me recorría toda, lo viví en los momentos más críticos en mi sentir, en mi pensar, en mi caminar, en mi hablar, dominaba todo mi ser.
Es por lo tanto, un sentimiento que si bien es compartido con otros como sucede con el amor, es más bien solitario, ya que las palabras no ayudan, sólo consuelan un poco las lágrimas. Así estoy con el dolor, instalado en mí como parte de lo cotidiano aunque por fuera me vean sonreír".
Una mujer, gran colaboradora de una Institución benéfica de la ciudad, nos acerca su reflexión: "El dolor brinda una carga de energía inexistente o escasa en períodos normales, que te permite estar prácticamente entera, sin flaquezas, luchando, transmitiendo fuerzas, tratando de dar y tener la serenidad necesaria para poder superarlo.
Si observamos hacia adentro y hacia afuera, veremos que a todos, en mayor o menor medida y de diferentes perspectivas, nos toca experimentarlo. Mientras la ciencia, la filosofía, la religión intentan buscar paliativos, indagar sobre su función y su sentido, el dolor se hace presente mostrando distintas caras o facetas. Tal vez porque es inherente a nuestra naturaleza, a la existencia del ser humano, es algo que nos une como iguales, lo mismo que otras tantas cosas, cualquiera que sea nuestra condición: el dolor nos hace iguales a todos.
Intentando indagar las experiencias vividas por seres de las más diversas profesiones, condiciones sociales, edades, busque el testimonio de quienes pudieran comentar sus propios aprendizajes, sus propias impresiones sobre el tema. Para ello, puse especial cuidado de no influir, ni limitar la posibilidad de expresión de cada uno, buscando eso sí, al finalizar el trabajo, analizar y extraer conclusiones sobre los puntos de contacto y sus implicaciones.
En primer lugar, nos limitaremos a hacer un amplio muestreo de algunos de estos testimonios referidos a este tema. Encontraremos las voces de abogados, médicos, enfermeros, pacientes, psicólogos, enfermeras, trabajadores en instituciones del orden público, policías, seres privados de su libertad, docentes y ancianos que han aportado su pensamiento en forma desinteresada y generosa.
Una abogada señala: "Sentir dolor es parte de nuestra naturaleza, nos indica que estamos vivos, sin embargo, recurrimos a todos los medios a nuestro alcance para hacer desaparecer todo lo que nos produzca molestia.
"También encontramos la banalización del dolor, la repetición hasta el hartazgo de imágenes de dolor que nos producen tal acostumbramiento que perdemos la capacidad y la sensibilidad de sentir empatía por el que sufre. No estamos dispuestos a compadecernos porque ello implicaría reconocer que el dolor es real, que no somos ajenos a ese sentimiento. Todo tiene un propósito de vida, aun las experiencias dolorosas, y si hacemos caso omiso de ellas, o nos escapamos por cualquier medio, habremos perdido el rumbo que nos permite avanzar como seres humanos".
Una docente, abuela y voluntaria en instituciones publicas, coincide en gran medida con la opinión anterior: "El dolor es una sensación molesta y muchas veces insoportable, de la que se desea salir de inmediato. Es muchas veces necesario y aun causante de felicidad única. Creo que nos hace estar vivos, ser creativos, ser mejores al procurar aliviar el dolor de los otros. Nos purifica, nos libra de egoísmos, nos eleva sobre las miserias humanas".
Según una psicóloga consultada "el dolor se manifiesta a lo largo de la vida de diversas formas: el dolor de un niño o adolescente que produce dolor a sus padres pero que a veces es necesario y útil no tratar de impedirlo. Más adelante, el dolor va dejando marcas a través de la adultez: los seres queridos que se van, la angustia frente a lo material, económico, lo político, lo social. En la vejez, el dolor de la indiferencia, del abandono, de la soledad, de la desconsideración.
Pero el dolor más profundo, es el de la pérdida de un hijo, frente a este dolor muy poco se puede hacer para ayudar, sólo se puede acompañar".
La referencia a situaciones propias se nota en lo que expresan jóvenes de los barrios más humildes de las ciudades, jóvenes cuya vida se desarrolla en la más penosa situación económica y social. Dos de ellos nos dicen que "el dolor es evitable, que aprender, a ser fuertes y saber evitarlo, les da una experiencia que sirve para dar consejos a todo aquel que lo necesita, porque lo malo es muy doloroso, por eso es bueno lo bueno, por eso es bueno evitar todo lo malo".
También escuchamos las voces de otros jóvenes privados de la libertad, que ante su dura experiencia, desde su celda, nos escriben: "en este mundo rodeado de barrotes, donde uno vive con tensión, donde uno está con gente que no elige estar, el dolor nos acompaña durante días y horas que se hacen eternas, un dolor inimaginable para quien nunca estuvo preso".
Otro, en las mismas condiciones nos brinda además, las reflexiones que le produce el dolor: "cuando estoy solo pienso en lo maravillosa que es la vida, a pesar de que hoy me encuentro privado de la libertad por un error que he cometido. Estoy muy arrepentido, porque me di cuenta de lo hermosa que es la libertad. Me gustaría estar con mi madre y con mi ahijado que tanto quiero en la vida. Esto es lo único que le pido a Dios, que me ayude a convertirlo en realidad".
Oír las voces, como referencia de las más diversas condiciones sociales, económicas, experiencias de vidas marcadas por el dolor, puede servir para propiciar el análisis y la reflexión sobre un rumbo que todos, de distinta manera y con distinta intensidad, transitamos.
Continuando con la presentación de algunas experiencias, escuchamos las reflexiones de jóvenes sumidos en la desesperanza, quizás uno de los mayores padecimientos del ser humano: verse privados de su libertad, viviendo cada hora de sus vidas en una celda.
Algunas pueden ser desgarradoras como puede leerse en el siguiente testimonio: "Recién llegado, juro por Dios que he pensado en quitarme la vida porque en ese momento creí que había perdido todo, pero saqué fuerzas y lo pude superar. Después, caras que no conocía, miradas que no sabía el porqué estaban tan fijas. Hace siete meses que me encuentro privado de mi libertad y lo que más aprendí fue el respeto, porque si no tienes respeto, no tienes nada en un lugar como éste. Pienso en mi familia, en mi hijo y es como que le robé la ilusión de tener un padre sincero, bueno, justo. Pero de algo estoy seguro, nos cortaron las alas, pero jamás podrán cortarnos el sueño de volar algún día".
Las referencias a situaciones personales siguieron surgiendo en los testimonios de mucha gente, como el caso de esta madre que expresa lo siguiente: "Escribir sobre el dolor es pensar: ¿qué es?, ¿dónde se encuentra?, ¿cómo se supera?, ¿cómo se soporta? Yo contestaría que el dolor es un sentimiento, o sea que se vive como el amor, la alegría, el consuelo. Pero dónde lo ubico?, ¿en qué lugar físico lo pongo?
El amor se relaciona con el corazón, la alegría con la expresión, pero el dolor... En mi caso, por la enfermedad de mi hijo, lo sentí en todo el cuerpo. Me recorría toda, lo viví en los momentos más críticos en mi sentir, en mi pensar, en mi caminar, en mi hablar, dominaba todo mi ser.
Es por lo tanto, un sentimiento que si bien es compartido con otros como sucede con el amor, es más bien solitario, ya que las palabras no ayudan, sólo consuelan un poco las lágrimas. Así estoy con el dolor, instalado en mí como parte de lo cotidiano aunque por fuera me vean sonreír".
Una mujer, gran colaboradora de una Institución benéfica de la ciudad, nos acerca su reflexión: "El dolor brinda una carga de energía inexistente o escasa en períodos normales, que te permite estar prácticamente entera, sin flaquezas, luchando, transmitiendo fuerzas, tratando de dar y tener la serenidad necesaria para poder superarlo.
Por sobre todas las cosas, en el acto de dar, el amor va más allá del sufrimiento. No existe lógica ni razonamientos, en los momentos de dolor sólo se actúa, se va viviendo minuto a minuto, pidiendo y sintiendo que están presentes, como nunca, los seres que ya no están físicamente junto a nosotros y nos aman y también las personas queridas que nos acompañan. Luego, cuando va pasando, cuando uno se va relajando, aflojando de tantas tensiones, sobreviene la angustia y comienza el razonamiento.
El dolor no es en vano, es una prueba que la vida nos pone en nuestro camino y uno trata de analizar el porqué, qué es eso tan grande que debo superar, pues grande ha sido el dolor, o por lo menos, así se siente. Lo que no siento en esos momentos es rebeldía, ni orgullo, existe resignación, aceptación: merezco esto, debo luchar para superarlo. El dolor sensibiliza".
La visión de un oficial de policía se manifiesta de la siguiente manera: "El dolor como promotor de estados de reflexión lleva a efectuar una valoración, esta valoración es un reconocimiento de las propias virtudes y defectos puestos a prueba: será éste quizás, el objeto del dolor, y efectuado el reconocimiento, permite al hombre su propio mejoramiento. No debe interpretarse que el dolor es la única vía para el progreso. En un libro leí que el dolor será tan duro como duro sea tu corazón. Creo que esto describe la meta que persigue este estado: el mejoramiento del hombre".
Una docente y abuela participa también con su opinión sencilla y clara: "El dolor llega a nosotros de muchas formas. Es para mí algo desagradable que tanto en forma corporal como espiritual todo ser humano siente. Creo que el dolor siempre me educa, me ayuda a crecer y me enseña a agradecer cuando no lo siento".
Hemos tratado de sintetizar, las reflexiones, opiniones y conceptos de personas que forman parte de nuestra vida diaria, aunque casi todos ellos no comparten nuestra filosofía. Se creyó importante considerar el pensamiento y el sentir de seres con distinta ideología, distintas experiencias, porque el dolor no reconoce fronteras y todos podemos nutrirnos y aprender de lo vivido por los demás.
En todo lo expuesto, se rescatan conceptos y aspectos con puntos coincidentes que merecen una reflexión:
La afirmación del dolor como inherente a la vida humana, premisa de la que partimos y que coincide con la gran mayoría de las opiniones
Vertidas.
La seguridad de que el dolor sirve, que nos hace crecer porque nos encamina: debilita nuestros defectos (soberbia, orgullo, apatía, egoísmo, etc.) y promueve fuerzas positivas (solidaridad, comprensión, aceptación, valoración de la vida, agradecimiento).
La idea de compartir el dolor, de tratar de ayudar o ayudarnos, ya que la indiferencia y el desamor, constituyen la fuente principal de dolor, fracaso y tristeza.
La valoración del amor como sentimiento superior que permite comprender el dolor ajeno y ayuda a sobrellevar el propio.
Intentemos verlo como un maestro al que no le tenemos simpatía, pero cuyas lecciones serán imborrables en nuestro devenir evolutivo, porque el dolor es la fragua donde se templa el alma, hay un antes y un después del dolor, el que debería dejarnos una enseñanza, una experiencia de vida.
Es justo reconocer que no todos los procesos depurativos o dolorosos son iguales, pero sí todos están amparados y regidos por las Leyes de Amor y Progreso Universal.
Cuando el dolor nos sorprende o una crisis se instala en nuestra vida, se dan reacciones en el hombre que podríamos decir que son generales a la mayoría:
1) negar el dolor, no aceptarlo porque a nosotros no nos puede suceder tal cosa.
2) Al ver que no podemos eludirlo aparece la rabia, la ira, la rebeldía y el cuestionamiento a la justicia de Dios. Se produce un enfrentamiento a la vida por lo que nos sucede.
3) Muchas veces se intenta "pactar" o "prometer a cambio de". Ponemos condiciones o exigencias a las situaciones.
4) Llegar a esta etapa lleva su tiempo.
Lo ideal sería poder aceptar lo que nos toca, descubrir el aprendizaje que nos proporciona y en lugar de preguntarnos ¿por qué me toca esto?, reformular la pregunta en ¿para qué me sirve este dolor?, ¿qué debo aprender de esta situación? ¿Qué valoraciones promueve? ¿Dónde me está alertando?
La visión de un oficial de policía se manifiesta de la siguiente manera: "El dolor como promotor de estados de reflexión lleva a efectuar una valoración, esta valoración es un reconocimiento de las propias virtudes y defectos puestos a prueba: será éste quizás, el objeto del dolor, y efectuado el reconocimiento, permite al hombre su propio mejoramiento. No debe interpretarse que el dolor es la única vía para el progreso. En un libro leí que el dolor será tan duro como duro sea tu corazón. Creo que esto describe la meta que persigue este estado: el mejoramiento del hombre".
Una docente y abuela participa también con su opinión sencilla y clara: "El dolor llega a nosotros de muchas formas. Es para mí algo desagradable que tanto en forma corporal como espiritual todo ser humano siente. Creo que el dolor siempre me educa, me ayuda a crecer y me enseña a agradecer cuando no lo siento".
Hemos tratado de sintetizar, las reflexiones, opiniones y conceptos de personas que forman parte de nuestra vida diaria, aunque casi todos ellos no comparten nuestra filosofía. Se creyó importante considerar el pensamiento y el sentir de seres con distinta ideología, distintas experiencias, porque el dolor no reconoce fronteras y todos podemos nutrirnos y aprender de lo vivido por los demás.
En todo lo expuesto, se rescatan conceptos y aspectos con puntos coincidentes que merecen una reflexión:
La afirmación del dolor como inherente a la vida humana, premisa de la que partimos y que coincide con la gran mayoría de las opiniones
Vertidas.
La seguridad de que el dolor sirve, que nos hace crecer porque nos encamina: debilita nuestros defectos (soberbia, orgullo, apatía, egoísmo, etc.) y promueve fuerzas positivas (solidaridad, comprensión, aceptación, valoración de la vida, agradecimiento).
La idea de compartir el dolor, de tratar de ayudar o ayudarnos, ya que la indiferencia y el desamor, constituyen la fuente principal de dolor, fracaso y tristeza.
La valoración del amor como sentimiento superior que permite comprender el dolor ajeno y ayuda a sobrellevar el propio.
Intentemos verlo como un maestro al que no le tenemos simpatía, pero cuyas lecciones serán imborrables en nuestro devenir evolutivo, porque el dolor es la fragua donde se templa el alma, hay un antes y un después del dolor, el que debería dejarnos una enseñanza, una experiencia de vida.
Es justo reconocer que no todos los procesos depurativos o dolorosos son iguales, pero sí todos están amparados y regidos por las Leyes de Amor y Progreso Universal.
Cuando el dolor nos sorprende o una crisis se instala en nuestra vida, se dan reacciones en el hombre que podríamos decir que son generales a la mayoría:
1) negar el dolor, no aceptarlo porque a nosotros no nos puede suceder tal cosa.
2) Al ver que no podemos eludirlo aparece la rabia, la ira, la rebeldía y el cuestionamiento a la justicia de Dios. Se produce un enfrentamiento a la vida por lo que nos sucede.
3) Muchas veces se intenta "pactar" o "prometer a cambio de". Ponemos condiciones o exigencias a las situaciones.
4) Llegar a esta etapa lleva su tiempo.
Lo ideal sería poder aceptar lo que nos toca, descubrir el aprendizaje que nos proporciona y en lugar de preguntarnos ¿por qué me toca esto?, reformular la pregunta en ¿para qué me sirve este dolor?, ¿qué debo aprender de esta situación? ¿Qué valoraciones promueve? ¿Dónde me está alertando?
Y con una cuota de humildad, de entrega y conformidad, intentemos conectarnos con nuestro Espíritu Protector, solicitando fuerzas y lucidez para la lucha. Es ese mundo o plano espiritual el que nos alimenta, nos sostiene, nos fortalece pero que necesita de nuestro recuerdo y solicitud para actuar más directamente y así intuirnos o fortificarnos
Cuando el ser se predispone en forma constante y humilde a contactar con su interior, entonces, otra será su perspectiva. No cambiará nuestra prueba, no desaparecerá el dolor, pero podremos sentirnos reconfortados por las fuerzas trascendentes y sentiremos alivio en nuestro pesar. El problema podrá tomar otra dimensión, surgirá la serenidad y la confianza para afrontarlo y todo se hará más manejable dentro de las circunstancias en las que vivimos.
Con el concepto cierto de que Dios no castiga y eliminando el pensamiento pesimista que nos lleva a creer en el castigo por lo que hicimos en otras existencias, podemos llegar a la idea de que sufrimos o atravesamos lo que necesitamos para impulsar cada momento de vida, crear experiencias y aprender el desarrollo de los sentimientos de bien que, dadas ciertas características, no se podrían aprender por otro camino. Así, aunque nos parezca una contradicción, el dolor nos está conduciendo a nuestra superación personal, a nuestra realización de espíritu universal porque nos unifica a la vida y a los seres y por sobre todas las cosas, nos sensibiliza al amor.
El dolor será muchas veces el primer impulso, quien vigilará y promoverá al ser humano a otros estadios de evolución, pero será la conquista del amor la que consolidará los logros obtenidos.
Por eso, aprendamos todo lo que el dolor nos pueda enseñar, enriquecer y transmitir, para convertir los lazos de dolor, en lazos de amor. Ese es el objetivo de la vida.
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