PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD SINO EN TU PROPIO CORAZÓN?

martes, 6 de abril de 2010

LA PIEZA QUE NOS FALTA

Una Reflexión Profunda Sobre la Muerte de un Ser Querido.
Una y otra vez, sentados en soledad y en medio de una oscuridad exterior e interior, volvemos a recordar:”¿cómo puede ser? ¡No lo puedo creer! ¿Cómo pudo haber pasado?” Recordamos las primeras lágrimas y las preguntas. Y recordamos los últimos momentos. Los abrazos de los amigos y de la familia.
Recordamos la aceptación de algo extraño, algo de lo que nos pensábamos exentos. Empezamos a hablar; una y otra vez repasamos los detalles, el proceso, el accidente, la enfermedad, las exactas palabras del doctor, como si hubiera un poder terapéutico en la repetición. Estamos invadidos de amor.

El teléfono no deja de sonar, pero la mente está en espera. La normalidad regresa al hogar, sólo que no es como antes. Nada es como antes. Porque él ya no está. Ella no caminará por la puerta de nuevo, nunca más.

No lo aceptamos. Después de todo nunca lo aceptaremos.
Lo que era fácil hace unos días, ahora parece más complicado y confuso. ¿Qué pasó? ¿Qué pudo haber sido? Es el momento del enfado. Fueron muy pocos años.

Teníamos planes, íbamos a ir aquí, a visitar, a hacer esto. íbamos a hacer tantas cosas. ¿Qué tipo de mundo es este en donde he amado a una persona y me la quitan antes de que yo estuviera preparado?
Y buscamos las palabras. Mensajes que nos hagan pensar que podemos ser fuertes y que nuestras vidas serán bendecidas otra vez.
Hay lágrimas en los momentos más difíciles. Lágrimas provocadas por una palabra o una canción, por algo que disfrutábamos al compartirlo, por una fotografía que creíamos desaparecida o por aquella fiesta familiar de cada año.
Las estaciones continúan inspirándonos, los tiempos ya no nos acosan. Recobramos una perspectiva que antes no teníamos. Tarde o temprano sentimos que superamos la pérdida. Y una vez que esto sucede, el proceso de la curación no está muy lejos.
Cuando vemos que los otros también tienen pérdidas y cuando extendemos nuestros brazos para consolar a nuestros amigos, facilitamos la curación. También cuando comprendemos que así como nosotros somos imperfectos, el mundo lo es de la misma manera.
Cuando comprendemos que las desilusiones y las frustraciones son, asimismo, parte de la creación, es entonces cuando la muerte se convierte en parte de la vida. Y a pesar de nuestras lágrimas y pérdidas, afirmamos que la vida es buena.
Sólo aquellos que perdimos un ser querido podemos comprender cómo se extraña su presencia, ese abrazo, esa sonrisa, las palabras o el silencio.
Hace algunos años, leí un corto, bellísimo y a la vez profundo relato, “La pieza faltante”, que fuera escrito por el poeta Shel Silverstein.
A una rueda le faltaba una parte. No estaba contenta de estar incompleta, así que partió en una misión para encontrar la pieza que le faltaba y poder estar nuevamente entera. La búsqueda fue de lo más extensa, de país en país, de lugar en lugar, de aquí hasta allá.
Por supuesto, se movía con dificultad porque le faltaba una parte. Pero ya que no podía moverse muy rápido, su paso tranquilo le permitía convivir con todo lo que la rodeaba en su tambaleante trayecto. Podía hablar con las mariposas, podía oler las flores, podía disfrutar la puesta del sol.
Siempre buscaba su parte faltante. Y de vez en cuando, la rueda pensaba que había encontrado la parte que le faltaba. Encontró alguna pieza que era demasiado grande o alguna que era demasiado pequeña, o alguna que era demasiado cuadrada, pero ninguna encajaba a la perfección. Y se decepcionaba cuando la parte no le quedaba bien.
Pero continuaba buscando la pieza que le faltaba.
Un día, cuando menos se lo esperaba, ahí estaba: la pieza que necesitaba. Y ahora la rueda estaba feliz, ya no se tambaleaba ni saltaba ni cojeaba, porque ahora estaba completa. Y como estaba completa, podía rodar cada vez más rápido. Era un círculo completo.
Sin embargo la bendición también tenía su desventaja. Como podía rodar más rápido, no encontraba el tiempo para charlar con las mariposas o para oler las flores o para disfrutar la puesta del sol.
La rueda corría, rodaba, se movía sin detenerse, sin leyes ni destino. Pero la rueda no estaba feliz. Comprendió lo que había perdido por haber encontrado la pieza que le faltaba. Así que decidió dejar a un lado lo que la hacía estar completa. E, irónicamente, decidió que realmente estaba más completa, aceptando que le faltaba una parte, y que así debería seguir el resto de su camino.
Durante este año, o quizá durante otros años cercanos o lejanos, el círculo de nuestra vida quedó incompleto por una muerte. Y desde ese momento sentimos que una parte de nosotros está incompleta, sentimos que sin esa pieza nos tambaleamos y que nuestro propio ritmo de vida se ha hecho más lento. Sin embargo, coincido en que el significado de este relato es que somos más enteros cuando nos han quitado algo.

Antes que nada, perdemos nuestro sentido de autosuficiencia. Uno pierde esa sensación de que nada malo puede sucedemos. Vivir con la sensación de que nada malo nos puede suceder nos metería en una trampa. Si fuera así, seríamos víctimas fáciles de un colapso total cuando “la tristeza inevitable” nos llegue, como inexorablemente tendrá que llegarnos.
Una persona incompleta ha descubierto que lo único que nunca puede perder, lo único que posee permanentemente, es aquello que puede dar y lo da. Y se vuelve completa de otra manera.
Conozco a mucha gente que dedica tiempo y energía a buscar la pieza que encaje perfectamente, una relación exacta para la parte que se ha perdido. Para ella, hacer que la rueda esté completa de nuevo es lo más importante.
Yo creo que actuar de esa forma es una muestra de que no se ha entendido o aceptado la pérdida sabiamente, que no se ha aprendido del dolor, que no se ha crecido como parte del proceso de soltar aquello que se fue. Es la gente que corre hacia otra cosa —hacia un futuro posible— para no tener que enfrentarse con un pasado que ya no es.
Hay otros que se sienten satisfechos con solamente cojear por el camino, como si este fuera su destino. Se ven a sí mismos como algo que es innecesario e incompleto, que ha cambiado para siempre sin ningún remedio.
Se han lamentado demasiado por su pérdida. Existe un futuro sepultado en su pasado y parecen estar resignados a ser menos de lo que son.
Y hay aquellos que tienen mejor suerte, o tal vez sean más sabios: aceptan su pérdida -la pieza que les falta- y encuentran una forma de continuar por el camino de la vida con algún propósito, utilizando las lecciones aprendidas por la pérdida para comprender y apreciar lo que la vida aún puede ofrecerles.
Con frecuencia, por medio de la pérdida podemos encontrar un propósito e incluso una dirección. Por medio de la pérdida, a menudo obtenemos la sabiduría para apreciar la belleza de los momentos, el significado del tiempo, la importancia de una relación y el significado de la vida.
En ocasiones, sufrir una pérdida nos da una perspectiva única de la vida. De hecho, la pieza faltante puede realizar un acto de amor adicional si nos hace ir más despacio para poder saber quiénes somos realmente y por qué.
Y que sea el sentimiento y el recuerdo, esa sabiduría que nos da el haber aprendido a dejar ir, lo que nos dé la fuerza de continuar y realizar nuestra propia vida, siendo nosotros mismos.

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