PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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viernes, 9 de septiembre de 2011

LA VIDA CON EL DOLOR DE LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO

La vuelta a casa tras el entierro abre un periodo difícil, quizá el más difícil, y largo de dolor infinito para quienes han perdido a un ser querido. Necesitan que les dejen llorar, necesitan ese espacio y ese tiempo en el que ir deshaciendo todos los nudos que se han ido formando dentro.

El duelo es un proceso personal e intransferible, como el dolor, y cada cual lo vive a su manera. Los estudiosos de esa faceta humana, tantas veces aparcada en algún rincón, creen que la muerte repentina y a una edad en la que no toca, como es el caso de los accidentados en el autocar de Soria, es probablemente la más difícil de soportar, porque no ha habido ninguna preparación para afrontarla y porque es seguro que han quedado muchas cosas pendientes. Esas muertes traumáticas dejan al otro sin aliento y con terribles sentimientos de culpa. "¿Por qué no hice...? ¿Por qué no dije...?"

Las emociones y pensamientos después de una pérdida son tantos y tan intensos que necesitan un tiempo preciso para ser vividos, asumidos y transformados en algo más llevadero, menos dañino. El duelo tiene distintas fases, y la primera es un absoluto "shock": la pérdida, el vacío y el dolor son insoportables. Puede durar horas, días o semanas. Es la etapa del "no puede ser".

La realidad tan aparentemente sólida se ha desmoronado y deja a cualquiera sin capacidad para responder, para sentir incluso. Desde este estado de no sentir, no pensar, no ser, todo es más llevadero, como si la mente y el corazón se anestesiaran.

En la segunda fase, ese vacío y dolor insoportables dejan paso a la necesidad de expresarse, pero con una incapacidad total para escuchar. Luego, en la tercera, vendrá el momento de compartir experiencias similares con otras personas, porque el vacío y el dolor ya se han aceptado. Hay grupos de ayuda que pueden colaborar en esa etapa. Hablan de lo que les ha pasado a todos ellos y, al recobrar la capacidad de escuchar, se puede empezar a sentir alivio en las palabras y los sentimientos de los demás.

Todas esas fases son tiempo de llanto, insomnio, pérdida de apetito, agotamiento, falta de concentración, emotividad desbordada, negación, recuerdos incesantes, desamparo, soledad, depresión, culpabilidad, ideas de suicidio, ira, miedo. Pero poco a poco, la pérdida se va transformando, el vacío empieza a llenarse y el sufrimiento deja de ser algo constante. Este fase da lugar a un renacimiento auténtico con todas las connotaciones de la palabra, en el cual uno surge más fuerte y más capaz que antes.

Los caminos hacia una recuperación son muchos, y cada persona suele forjarse el suyo, algunos con ayuda, otros sin ella. Suele empezar, como todo cambio importante, con una toma de conciencia de que el sufrimiento no deja vivir y un acto de voluntad de querer salir de ese estado.


Ayuda enormemente ubicar al ser querido en algún lugar o en un estado superior para darle una continuidad. También buscar momentos de armonía y paz, que se pueden fomentar por medio de encuentros con la naturaleza, la música, la lectura y la relajación. El paso siguiente es la conversión del bienestar interno en una manifestación real externa y la mejora de la vida cotidiana haciendo algo bueno para uno mismo.

Vale la pena entonces volver a conectar con las personas queridas y redescubrir pequeños placeres y permitirse disfrutar de ellos. Y finalmente, analizar y valorar las vivencias y ver cuán enriquecido y fortalecido se está, sabiendo que ya nadie ni nada podrá separar al familiar o amigo de esa persona tan querida, ya que se lleva dentro del corazón en paz y armonía.
Para llegar hasta aquí es importante manifestarse como cada uno necesita y no temer al propio dolor, para que no tiranice. La relación con el dolor ha de empezar por su aceptación. Si no se acepta, no se puede transformar, y hace aún más daño cuando se intenta reprimir o ignorar.

La magnitud de la pérdida se manifiesta con tanta fuerza que a la mayoría de las personas que la sufren no les deja apartar el dolor. Es vital tenerlo presente, es vital llorar, es imprescindible expresarlo y encontrar que por lo menos los demás aceptan, comprenden y apoyan. Y esto no se puede hacer si se teme al dolor, si a lo largo de la vida se reprime todo aquello que podría hacer sufrir, por muy mínimo que sea, para no demostrar debilidad.

No es de débiles llorar, no es de débiles admitir que se tiene una sensibilidad que permite ser humano, sentir, gozar y ¿por qué no?... sufrir. Hay que dejar de llevar el rechazo de las penas a cuestas, llorar lo que duele para poder reír y alegrarse mejor después, disfrutar de la vida, sin arrinconar lo que se desconoce o teme, y dar a cada sentimiento su espacio y tiempo.

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