Martes con mi viejo profesor
“El envejecimiento no es sólo decadencia, sabes, es crecimiento. Es más que el aspecto negativo de que vas a morir; también es el aspecto positivo de que comprendes que vas a morir, y que vives una vida mejor debido a ello”.
Existen muchos tipos de maestros, todos hemos tenidos algunos a los que hemos odiado, otros indiferentes, muchos especiales, pero pocas veces coincidimos con ese profesor único, que aparte de sus asignaturas correspondientes, conecta con nosotros y nos hace crecer como personas. A este profesor nunca se le olvida.
A Mitch Albom le pasó lo mismo con su profesor favorito de la universidad, Morrie Schwartz, a quien no había vuelto a ver desde que acabó la carrera. Cuando supo que tenía una enfermedad terminal decidió visitarlo y lo acompañó todos los martes restantes, hasta que la muerte los separó.
Cada martes recibió, así, una nueva clase sobre la vida, y con ellas escribió como una tesina, este libro que ha cautivado a millones de personas.
Ya en la portada dice de lo que se trata: “un hombre viejo, un hombre joven, y la lección más grande de la vida”. Este pequeño libro puede leerse de una sola sentada, aunque uno desearía releerlo una y otra vez. Contiene lecciones que todos necesitamos aprender.
Morrie Schwartz fue un profesor de sociología en la universidad de Brandéis. Había dado clases a muchas generaciones de estudiantes y sus colegas lo estimaban. En 1994, cuando tenía alrededor de 70 años, le fue diagnosticada una enfermedad incurable, mejor conocida como la de Lou Gehrig. Al enfrentarse con la opinión médica de que le quedaban como máximo dos años de vida, Morrie Schwartz tomó una importante decisión. Se preguntó a sí mismo: “¿he de marchitarme y desaparecer o he de aprovechar al máximo el tiempo que me queda?”. Decidió que haría que “la muerte fuera su proyecto final, el punto central de sus días”.
Mitch Albom, el autor del libro, fue alumno de Morrie en la universidad. Era periodista deportivo para un periódico de Detroit. Durante sus años en la universidad, Morrie había sido un mentor para Mitch, alguien que lo alentó y guió; fue su maestro en el sentido más elevado de la palabra. En marzo de 1995 Morrie fue entrevistado por Ted Koppel en el programa Nightline. Mitch casualmente vio el programa, se enteró de la situación de su maestro y viajó para verlo. A partir de ahí ser ealizó una serie de visitas cada martes, durante las catorce semanas previas a la muerte de Morrie Schwartz.
Nos encontramos ante un relato triste, pues infunde una pena enorme ver a un buen hombre llegando a su final, y a la vez un texto esclarecedor, que nos enseña a ver la vida de otra forma, sin dejarnos llevar por las obsesiones materiales de la sociedad imperante. A medida que leía el libro, sentí que Morrie me hablaba como si él fuera el mensajero de lo que nuestros seres queridos que nos esperan al otro lado nos hubieran querido decir o enseñar.
El primer martes ellos hablan sobre el mundo hasta concluir con una lección sobre las cosas más importantes de la vida. ¿Cómo responderías tú a la pregunta de qué es más importante en la vida? Morrie dice: “morir es sólo una cosa por la cual estar triste. El vivir infeliz es otra cosa. Puedo decirte qué es lo que más estoy aprendiendo con esta enfermedad: la cosa más importante en la vida es aprender cómo dar amor, y a dejarlo entrar. Déjalo entrar. Creemos que no merecemos el amor. Y creemos que si lo dejamos entrar nos volveremos demasiado suaves”.
¡Qué gran verdad! ¿No es cierto que con más frecuencia de lo que creemos olvidamos o no permitimos que el amor esté presente en la vida? Y cuando ya no está, nos arrepentimos.
¡Qué gran verdad! ¿No es cierto que con más frecuencia de lo que creemos olvidamos o no permitimos que el amor esté presente en la vida? Y cuando ya no está, nos arrepentimos.
El siguiente martes hablan sobre la muerte y Morrie dice: “una vez que has aprendido cómo morir, aprendes a vivir. Todos saben que van a morir, pero nadie lo cree. Si lo creyéramos, viviríamos vidas diferentes. El enfrentarse con la muerte cambia la vida. Te desprendes de todas las cosas que no importan y te concentras en lo esencial. Reacomodas tus prioridades”.
Seguramente, la mayoría de nosotros no hemos aprendido a morir. Peor aún, ¿hemos aprendido a vivir?
Seguramente, la mayoría de nosotros no hemos aprendido a morir. Peor aún, ¿hemos aprendido a vivir?
En su quinta visita la conversación trata sobre la familia. “La verdad es que no hay ningún fundamento, ningún cimiento sobre el cual la gente puede sostenerse hoy en día que no sea la familia. Esto se ha vuelto muy claro para mí a lo largo de mi enfermedad. Si no tienes el apoyo, el amor, la preocupación y el cuidado que da la familia, no tienes mucho que digamos. El amor es sumamente importante.” Y Morrie agrega “esto es parte de lo que es la familia: no sólo amor, sino permitir a otros saber que hay alguien que los está cuidando. Ninguna otra cosa te dará eso. Ni el dinero ni la fama ni el trabajo.”
¿No es esta una lección obvia y al mismo tiempo algo que necesitamos escuchar ahora?
¿No es esta una lección obvia y al mismo tiempo algo que necesitamos escuchar ahora?
Y luego Morrie habla sobre el envejecimiento: “todo este énfasis en la juventud no me lo creo. Sé lo miserable que puede ser un joven, así que no me cuenten que es una maravilla.” Mitch le pregunta: “¿nunca temiste envejecer?” Y Morrie responde: “yo abrazo el envejecer. Es muy sencillo. Conforme creces, aprendes más. El envejecimiento no es sólo decadencia, sabes, es crecimiento. Es más que el aspecto negativo de que vas a morir; también es el aspecto positivo de que comprendes que vas a morir, y que vives una vida mejor debido a ello”.
Este último párrafo me conmovió tanto que lo leí y volví a leer, lo hice con una mezcla de miedo, optimismo y esperanza. ¿Acaso pensar en nuestros seres queridos no es nuestra forma de concienciarnos del paso del tiempo en nuestra propia vida?
“¿Morrie, qué podemos aprender sobre valores?”, pregunta Mitch. Y el viejo maestro responde: “hay una gran confusión sobre qué es lo que queremos en oposición a que es lo que necesitamos. Necesitas comida, quieres un helado de chocolate. Tienes que ser honesto contigo mismo. No necesitas el último coche deportivo, no necesitas la casa más grande. ¿Sabes qué es lo que realmente te da satisfacción? Ofrecer a los demás lo que tienes para dar, me refiero a tu tiempo, a tu preocupación. ¿Recuerdas lo que dije sobre encontrar una vida con significado? Dedícate a amar a los demás, dedícate a la comunidad que te rodea, y dedícate a crear algo que te dé propósito y significado. Porque el amor gana, el amor siempre gana”.
Y, finalmente, el martes que hablan sobre el perdón, Morrie enseña: “no tiene ningún caso seguir con la venganza o la necedad… ¡Cómo me arrepiento de estas cosas en mi vida. El orgullo. La vanidad!”. Durante esta conversación, Morrie casi no podía respirar. Sin embargo, con mucho esfuerzo agrega: “perdónate a ti mismo. Perdona a los demás. No esperes. Lamento que mi tiempo esté por terminar, pero aprecio la oportunidad que me da de arreglar las cosas“.
Enfermedad, familia, valores reales, envejecimiento, perdón y muerte. Lecciones de vida que espero no sólo aprender sino aplicar en la mía. ¿No es esto lo que nos gustaría escuchar de aquellos a quienes recordamos? ¿No son estas las palabras que nos gustaría decir a nuestros seres queridos para poder ser recordados?
Y quiero compartir también el final del libro:
Y quiero compartir también el final del libro:
“Cuando murió Morrie, revolví varias cajas de antiguos papeles de la universidad. Y descubrí un trabajo de fin de curso que había preparado para una de sus asignaturas. El trabajo ya tenía veinte años. En la primera página aparecían mis comentarios escritos a lápiz, dirigidos a Morrie, y debajo de éstos aparecían los comentarios de él como respuesta a los míos.
Los míos comenzaban: «Querido entrenador…».
Los suyos comenzaban: «Querido jugador…».
Por algún motivo, cada vez que lo leo lo echo más de menos.
Los suyos comenzaban: «Querido jugador…».
Por algún motivo, cada vez que lo leo lo echo más de menos.
¿Has tenido realmente alguna vez un maestro? ¿Un maestro que te viera como algo en bruto pero precioso, como una joya que, con sabiduría, podía pulirse para darle un brillo imponente? Si tienes la suerte suficiente para encontrar el camino que conduce a maestros así, siempre encontrarás el camino para volver a ellos. A veces, sólo está en tu cabeza. A veces está junto a sus lechos.
Mi viejo profesor impartió la última asignatura de su vida dando una clase semanal en su casa, junto a una ventana de su despacho, desde un lugar donde podía contemplar cómo se despojaba de sus hojas rosadas un pequeño hibisco. La clase se impartía los martes. La asignatura era el Sentido de la Vida. Se impartía a partir de la experiencia.
La enseñanza prosigue.”
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