Hay un momento en el tratamiento médico en el que hay que tomar una decisión.
Yo me enfrenté precisamente a ese momento cuando mi hermano estaba muriendo de cáncer.
Murió a los 49 años. Yo había llegado de Argentina para donarle mi riñón, pero desafortunadamente llegué demasiado tarde, y el cáncer se había esparcido al hígado. Por lo que me quedé un mes para cuidarlo. Estaba en quimioterapia y radiación, y Dios sabe cuántas cosas más.
El médico que lo atendía ahí era su mejor amigo desde los diez años. Crecieron juntos, estuvieron en la marina juntos y en el Pacífico del Sur. Eran muy cercanos. Finalmente un día le dije: “Harvey, ¿para qué demonios lo estoy llevando todos los días a radiación? Casi no puede caminar. ¿Por qué le estamos haciendo esto?”
Me dijo:
—No soporto no hacer nada.
—No soporto no hacer nada.
—Harvey, no es lo que no soportes… Tú eres el médico. ¡Lo que importa es lo que John no puede soportar! Es mi hermano.
Me contestó con una terrible pregunta, me dijo: “¿es eso lo que John quiere?”.
Así que le hice a mi hermano la terrible pregunta. Fue un momento impresionante. El sabía que se estaba muriendo. Casi no podía moverse.
Cada vez me llevaba cerca de una hora vestirlo y ponerlo en el coche.
—John, esto es tan…. ¿quieres hacerlo?
—No, la verdad es que prefiero quedarme en mi cama. Tú sabes lo que quiero. Solamente algo de música. Solamente quiero descansar.
Por lo que lo dejamos y nunca volvimos al hospital. Y en tres semanas estaba muerto. Estuvo escuchando todas sus arias y óperas favoritas, y entró en estado de coma. Y eso es lo que quería.
¿Me siento culpable? Me hubiese sentido increíblemente culpable si hubiese continuado el tratamiento en contra de su voluntad.
Fue relativamente sencillo. Estaba lo suficientemente lúcido como para responder a la pregunta. Pero, ¿qué haces cuando no puedes realizar la pregunta? Por eso es que estoy tan preocupado, tan apasionado, tan determinado a que la gente tenga testamentos en vida. Le deben a las personas que los aman el hacer saber sus deseos y escribirlos. Porque ustedes no saben si un día estarán conectados a una máquina. Le deben a la gente que aman el decirlo por escrito y con testigos.
Si no desean métodos heroicos, o desean luchar por la vida hasta el último suspiro, si están dispuestos a quedar paralizados sin habla, o muertos del cerebro durante seis años, si es que quieren mantener encendida o no la máquina, de cualquier manera, le debe a quienes aman el hacérselo saber.
Existen documentos legales adecuados para hacerlo.
Una vez que el paciente está conectado a una máquina, no hay documento que lo pueda desconectar. Pero cuando llegan a decidir
Si prenderlo o no, deben tener un permiso firmado. Si eligen firmar el permiso para que su padre o madre, esposo o esposa, hijo o hija, su amigo o amiga, o cualquier ser amado no sean conectados, entonces los médicos no tienen que hacerlo.
Entiendan que hay una diferencia entre esto y la eutanasia.
No estamos hablando acerca de eutanasia. Estamos hablando acerca de la diferencia de prolongar la vida, en contra de prolongar la muerte. Yo no quiero que mi vida sea prolongada por una máquina cuando ya no tenga conciencia.
Uno de los principales problemas que surgen al tratar este tema es que siempre asumimos —tal vez por razones sicológicas— que estas decisiones aplican solamente a gente mayor. Siempre negamos que pudieran involucrar a gente joven. Racionalmente sabemos lo ridículo que resulta. Todos hemos estado en funerales de personas más jóvenes que nosotros. Por lo que las posibilidades de las que estamos hablando son muy reales.
Por lo tanto les ruego —les suplico— por ustedes y por sus seres queridos, hacer las declaraciones adecuadas acerca de cómo desean que se realicen los tratamientos médicos, estos casos.
Es muy duro créanme lo digo por experiencia propia el tener que adivinar lo que a nuestro familiar enfermo le hubiese gustado hacer en su caso particular.
Porque hagamos lo que hagamos siempre nos sentiremos culpables al no saber con seguridad si que lo que nosotros escogimos para él, es lo que Él hubiese deseado para sí.
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