PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD SINO EN TU PROPIO CORAZÓN?

miércoles, 2 de marzo de 2011

LOS ESPÍRITUS NOS CUENTAN.....¿CUÁLES SON NUESTRAS POSESIONES?


Sin caridad no hay salvación………………. para nuestro modelo de sociedad (y si me apuran, para ninguno), sin caridad no hay cambio social, no hay mejora del mundo, no hay evolución, mientras no seamos conscientes de que los problemas de los demás, son también nuestros problemas y que si no ayudamos a solucionarlos tarde o temprano nos acabaran afectando, no habremos entendido nada.

Nos dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua:

CARIDAD 1.- Actitud solidaria con el dolor ajeno. 2.- Limosna o Auxilio que se da a quien lo necesita.

Etimológicamente del latín “Caritas” (Amor, Cariño)

Dicen que la caridad bien entendida empieza por uno mismo, y es cierto y consiste simplemente en no gastar más de lo que necesitamos, pues sabido es que no sucede como nos cuentan que no hay para todos sino que está mal repartido y el 80% de la riqueza de nuestro maravilloso planeta TIERRA está en manos de unos pocos que se dedican a explotar al resto.
Que curiosamente tampoco es de ellos, aquí estamos de paso por lo tanto nada de lo que hay en el planeta nos pertenece, tan solo e sun préstamo.

LA VERDADERA PROPIEDAD

El ser humano no posee en propiedad sino lo que puede llevarse de este mundo. Lo que encuentra cuando llega y lo que deja cuando se va, lo utiliza y disfruta, mientras permanece en la Tierra; pero, puesto que es forzado a abandonarlo, sólo tiene el usufructo y no la posesión real.
¿Qué posee pues? Nada de lo que es para uso del cuerpo, todo lo que es de uso del alma: la inteligencia, los conocimientos, las cualidades morales, esto es lo que trae y lo que se lleva, lo que nadie tiene el poder de quitarle, lo que le servirá más en el otro mundo que en este; de él depende el ser más rico cuando se va que cuando llega, porque de lo que haya adquirido en bien, depende su posición futura.

Cuando un ser humano va a un país lejano, arregla su equipaje con los objetos que pueda usar en el país; pero no se carga con aquellos que le serían inútiles. Eso debemos hacer cada uno de nosotros, para la vida futura y hacer provisión de todo lo que podrá servirnos en ella.

Al viajero que llega a una posada, se le da una bella habitación si puede pagarla; al que tiene poca cosa, se le da una menos confortable; en cuanto al que no tiene nada, duerme en la paja.

Esto sucede al ser humano a su llegada al mundo Espiritual (nuestro hogar): su ubicación está subordinada a lo que posee; pero no se paga con dinero. No se le preguntará: ¿Cuánto teníais en la Tierra? ¿Qué posición ocupabais en ella? ¿Erais noble, industrial o trabajador asalariado? Pero sí se le preguntará: ¿Qué traéis de ella? No se le calculará el valor de sus bienes ni de sus títulos, sino la suma de sus virtudes; pues con esta cuenta, el trabajador puede ser más rico que el noble o el industrial.

En vano alegará que antes de su partida, pagó su entrada con oro, pues se le responderá: Aquí no se compran los puestos sino que se ganan con el bien que se hizo, con las personas que ayudaste, con el amor que diste; con el dinero terrestre, pudiste comprar campos, casas, palacios; aquí todo se paga con las cualidades del corazón. ¿Sois ricos de estas cualidades? Sed bienvenidos y podéis ir a la primera clase donde os esperan todas las felicidades; ¿Sois pobre de ellas? Id a la última en la que seréis tratados en razón de lo que tenéis.

Nos guste o no, seamos de la corriente de pensamiento que seamos, hemos de reconocer que los bienes de la Tierra pertenecen a Dios, a la Tierra, al Cosmos, (cada uno ponga la idea de Dios que tenga), que ellos nos los dan según su voluntad, no siendo el ser humano más que un usufructuario, el administrador más o menos íntegro e inteligente.


Es tan poca la propiedad individual del ser humano, que Dios cambia a menudo todas sus previsiones, y la fortuna escapa al que cree poseerla con los mejores títulos.

Puede que digáis que así se comprende para la fortuna hereditaria, pero que no es lo mismo con la que uno adquiere por su trabajo. Sin ninguna duda, si hay una fortuna legítima es ésta, cuando ha sido adquirida honestamente, porque sólo se adquiere legítimamente una propiedad cuando para poseerla no se ha hecho daño a nadie. Pues, se pedirá cuentas de cualquier bien adquirido en prejuicio de otro.

Lo mismo nos pedirán rendir cuentas, si tenemos más de lo que necesitamos y no lo compartimos con los que no tienen apenas para sobre vivir.

¿Puede, acaso, usar y abusar de ella durante su vida sin tener que dar cuenta? No; permitiéndole adquirirla, Dios ha podido recompensarle durante esta vida sus esfuerzos, su valor, su perseverancia; pero si sólo la hace servir para satisfacción de sus sentidos o de su orgullo; si viene a ser una causa de caída entre sus manos, mejor fuera para él que no la poseyese; pierde por un lado lo que ganó por otro, anulando el mérito de su trabajo; y cuando deje la Tierra, Dios le dirá que ya recibió su recompensa.

¿Cuál es, pues, el mejor empleo de la riqueza personal? Buscad en estas palabras: “Amaos los unos a los otros”; ahí está el secreto para emplear bien las riquezas.

El que tiene desarrollado, el amor al prójimo, tiene trazada su línea de conducta, pues el empleo correcto, es la caridad; no esa caridad fría y egoísta que consiste en repartir a su alrededor lo superfluo de una existencia dorada, sino esa caridad llena de amor que busca al que poco o nada tiene y lo levanta sin humillarlo.

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