PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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martes, 29 de marzo de 2011

EL DOLOR, EL AMOR Y LA PÉRDIDA DE UN SER AMADO


La muerte debe ser algo extraordinario, como es la vida. Para comprender la muerte tenemos que comprender la totalidad de la vida, no tomar sólo un fragmento de ella y vivir con ese fragmento, como lo hace la mayoría de nosotros. En la comprensión de la vida está la comprensión de la muerte, porque ambas no están separadas. - Krishnamurti


Volver a nuestra casa después del entierro, supone el comienzo de un periodo difícil, quizá el más difícil, y largo de dolor infinito para quienes han perdido a un ser querido.


Y aun a pesar de saber que hay que empezar a devolver la normalidad a nuestras vidas y saber también (que hay que seguir adelante, que no debemos morirnos con los muertos, que estará bien allí donde va. etc.etc) todo lo que nos dicen quienes con su mejor voluntad quieren ayudarnos y animarnos.

Necesitamos que nos dejen llorar, necesitamos silencio, necesitamos recogimiento, necesitamos estar solo con nosotros mismos, ese espacio y ese tiempo en el que ir deshaciendo todos los nudos y encontrando todas las respuestas, que se han ido formando dentro.

El duelo es un proceso personal e intransferible, como el dolor, y cada cual lo vive a su manera. Los estudiosos de esa ineludible experiencia humana, (la muerte), creen que la muerte repentina y a una edad en la que no toca, como es el caso de los accidentes, es probablemente la más difícil de soportar, porque no ha habido ninguna preparación para afrontarla y porque es seguro que han quedado muchas cosas pendientes. Esas muertes traumáticas nos dejan sin aliento y con terribles sentimientos de culpa. "¿Por qué no hice...? ¿Por qué no dije...?"

Las emociones y pensamientos después de una pérdida son tantos y tan intensos que necesitan un tiempo preciso para ser vividos, asumidos y transformados en algo más llevadero, menos dañino.

El duelo tiene distintas fases:

La primera es un absoluto "shock": la pérdida, el vacío y el dolor son insoportables. Puede durar horas, días o semanas. Es la etapa del "no puede ser". La realidad tan aparentemente sólida se ha desmoronado y deja a cualquiera sin capacidad para responder, para sentir incluso. Desde este estado de no sentir, no pensar, no ser, todo es más llevadero, como si la mente y el corazón se anestesiaran.

En la segunda fase, ese vacío y dolor insoportables dejan paso a la necesidad de expresarse, pero con una incapacidad total para escuchar.

En la tercera, vendrá el momento de compartir experiencias similares con otras personas, porque el vacío y el dolor ya se han aceptado. Hay grupos de ayuda que pueden colaborar en esa etapa. Ese es el momento donde la ayuda de quienes nos quieren, empieza a ser efectiva, donde ya estamos receptivos a entender los procesos por los que hemos pasado y los que nos quedan por pasar.

Todas esas fases son tiempo de llanto, insomnio, pérdida de apetito, agotamiento, falta de concentración, emotividad desbordada, negación, recuerdos incesantes, desamparo, soledad, depresión, culpabilidad, ideas de suicidio, ira, miedo.


Pero poco a poco, la pérdida se va transformando, el vacío empieza a llenarse y el sufrimiento deja de ser algo constante. Esta fase da lugar a un renacimiento auténtico con todas las connotaciones de la palabra, en el cual uno surge más fuerte y más capaz que antes.

Los caminos hacia una recuperación son muchos, y cada persona suele forjarse el suyo, algunos con ayuda, otros sin ella. Suele empezar, como todo cambio importante, con una toma de conciencia de que el sufrimiento no deja vivir y un acto de voluntad de querer salir de ese estado. Ayuda enormemente ubicar al ser querido en algún lugar o en un estado superior para darle una continuidad.

También buscar momentos de armonía y paz, que se pueden fomentar por medio de encuentros con la naturaleza, la música, la lectura y la relajación. El paso siguiente es la conversión del bienestar interno en una manifestación real externa y la mejora de la vida cotidiana haciendo algo bueno para uno mismo.

Vale la pena entonces volver a conectar con las personas queridas y redescubrir pequeños placeres y permitirse disfrutar de ellos. Y finalmente, analizar y valorar las vivencias y ver cuán enriquecido y fortalecido se está, sabiendo que ya nadie ni nada podrá separar al familiar o amigo de esa persona tan querida, ya que se lleva dentro del corazón en paz y armonía.

Para llegar hasta aquí es importante manifestarse como cada uno necesita y no temer al propio dolor.

La relación con el dolor ha de empezar por su aceptación. Si no se acepta, no se puede transformar, y hace aún más daño cuando se intenta reprimir o ignorar.

La magnitud de la pérdida se manifiesta con tanta fuerza que a la mayoría de las personas que la sufren no les deja apartar el dolor. Es vital tenerlo presente, es vital llorar, es imprescindible expresarlo y encontrar que por lo menos los demás aceptan, comprenden y apoyan. Y esto no se puede hacer si se teme al dolor, si a lo largo de la vida se reprime todo aquello que podría hacer sufrir, por muy mínimo que sea, para no demostrar debilidad.

Y llegado este punto, conviene recordar que solamente aquello que dejamos dentro, es lo que nos hace daño, por eso la importancia de sacar al exterior todo aquello que realmente nos hace daño.

No es de débiles llorar, no es de débiles admitir que se tiene una sensibilidad que permite ser humano, sentir, gozar y ¿por qué no?... sufrir. Llorar solo lo hacen los fuertes, porque fuerte debemos ser para mostrarnos ante los demás como somos, pues siempre es mas fácil esconder nuestros sentimientos.

Hay que dejar de llevar el rechazo de las penas a cuestas, llorar lo que duele para poder reír y alegrarse mejor después, disfrutar de la vida, sin arrinconar lo que se desconoce o teme, y dar a cada sentimiento su espacio y tiempo.

Sin olvidar nunca que:

“EL DOLOR ES OBLIGATORIO, EL SUFRIMIENTO ES OPCIONAL”

“PARA SABER MORIR PRIMERO HAY QUE SABER VIVIR”

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