PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD SINO EN TU PROPIO CORAZÓN?

jueves, 10 de marzo de 2011

¿QUÉ SABEMOS SOBRE LA MUERTE?


Antes de responder a esta pregunta, parece pertinente hacernos previamente otra: ¿Qué sabemos sobre la Vida?


Dar adecuada repuesta a esta segunda cuestión implicará encontrar la solución de la primera, pues ambas representan las dos caras de una misma moneda.

¿Dónde estará la frontera entre "materia muerta" y "materia viva"?. ¿Las moléculas orgánicas gigantes como el ADN son ya vida? Y los coacervados, ¿son seres vivos? Y, ¿qué decir de los virus?, ¿son ellos los primeros seres vivos? La frontera entre "materia viva" y "materia muerta" en las etapas primigenias, no parece ser una línea clara sino una zona difusa.

Sin lugar a dudas puede decirse que la existencia de un ser humano es, desde que nace, un camino hacia la muerte. Pero, ¿cómo definir con nitidez esa frontera que separa la vida de la muerte? Históricamente ha habido un debate entre "vitalistas" y "materialistas". Para los primeros, la muerte de una persona se produciría cuando el alma abandona el cuerpo; para los segundos, la muerte sería sólo una fase más del ciclo de la materia.

A lo largo del tiempo, la determinación de la muerte de un individuo venía haciéndose mediante la observación de una serie de signos físicos tales como la palidez, el "rigor mortis" y el aparente cese de determinadas actividades o funciones de los órganos vitales: La respiración, el latir del corazón, el pulso y, más modernamente, el paro de la actividad eléctrica del cerebro evidenciado por el encefalógrafo. La fijación del momento de la muerte en los seres humanos ha sido siempre una cuestión de gran importancia, no sólo en su dimensión estrictamente orgánica, sino también por sus implicaciones metafísicas y jurídicas.

El avance en las técnicas de reanimación ha traído como resultado que numerosos individuos, aún manifestando en un primer momento gran parte de los antedichos síntomas, hayan podido mantener sus funciones vitales con ayuda de aparatos externos y que en un significativo número de casos, saliesen de esa zona fronteriza con la muerte. De ahí que se hayan multiplicado las llamadas "experiencias cercanas a la muerte", que tan de actualidad han estado en los últimos años, aportando gran cúmulo de indicios que sugieren que la vida no termina con el cese de las funciones orgánicas y que la conciencia individual permanece íntegra más allá de dicho "límite".

El Peso del Alma

Pero antes de todo eso, desde hacía ya mucho tiempo, se venían realizando investigaciones y acumulando hechos que inducían a pensar que la muerte no consistía sólo en la cesación de un conjunto de actividades biológicas, sino que en ese instante había "algo" que abandonaba el cuerpo. ¿Sería ese "algo" el alma a la que aludían los espiritualistas de todas las épocas, a la que consideraban la realidad íntima y última del ser humano?


Para intentar comprobar esa idea se llevaron a cabo investigaciones en hospitales con numerosos enfermos terminales, en las que con el uso de balanzas muy sensibles se pudo constatar que en el momento de la muerte el cuerpo del moribundo registraba súbitamente cierta pérdida de peso. Recordemos, por ejemplo, las experiencias llevadas a cabo por el Dr. Duncan McDougall, de Haverhill, Massachusetts (USA). Este investigador colocó a varios pacientes agonizantes - incluida la cama - sobre unas balanzas de alta sensibilidad; verificó entonces que en el instante de la muerte la balanza mostraba una súbita pérdida de peso, disminución que en los seis casos observados oscilaba entre los 56,7 y los 70,9 gramos. Curiosamente estos datos eran bastante coincidentes con los obtenidos por los físicos holandeses Dr. J.L.W. P. Matla y Dr. G.J. Zaalberg Van Zelst, quienes años atrás habían construido un aparato para intentar la comunicación con el mundo espiritual siguiendo las indicaciones de diversos espíritus guías, al que llamaron Dinamistógrafo. La media entre los resultados obtenidos por los físicos holandeses y los del Dr. MacDougall, daba la cifra de 61,7 gramos.

Todo esto hizo pensar a un buen número de investigadores, que aquellos resultados podían ser un buen indicativo del "peso del alma", la cual se desprendía del organismo físico en el instante de la muerte.

Sin embargo, surgieron explicaciones alternativas. Se afirmó que la pérdida de peso venía producida, en realidad, por la última expulsión de aire de los pulmones en el momento de la expiración. Esta objeción, no obstante, queda absolutamente desmentida por la Física y las Matemáticas; veamos: si la capacidad media de los pulmones está entre los 5 y 6 litros de aire (en cada espiración se expelen 1,5 litros de aire, aproximadamente), aplicando el principio de Gay-Lusach, que dice que el coeficiente de dilatación de los gases es de 1/273 del volumen inicial, por grado, y considerando una diferencia de 10 grados entre la temperatura de la persona y la del medio ambiente, resulta que matemáticamente hablando dicha pérdida de peso vendría a ser de sólo 0,018 gramos. (1) Luego, ésta no puede ser, en ningún caso, la explicación. Debe haber algo más.

Cuando la Muerte se acerca

Tras entrevistar a numerosos moribundos, la investigadora suiza Dra. Elizabeth Kübler-Ross, se dio cuenta que al margen de las situaciones socioculturales de que aquellos procediesen, de las razas a que pertenecieran o de las religiones que profesasen, en todos los casos investigados había grandes semejanzas entre el tipo de estados internos que se generaban ante la muerte. Pudo así establecer un esquema de las etapas psicológicas que mantenían los enfermos en los últimos meses de sus vidas, en el que se contemplan las siguientes fases: el choque, la negativa, la ira, la depresión, el regateo, la aceptación y, finalmente, la decatexis (última etapa de la agonía). En la realidad, dichas etapas no estaban siempre perfectamente delimitadas, sino que a veces se mezclaban unas con las otras. (2)

¿CÓMO SE OPERA LA SEPARACIÓN DEL ESPÍRITU Y EL CUERPO DURANTE LA LLAMADA MUERTE?

El Relato de Andrew Jackson Davis

Uno de los más notables médiums que hayan recogido los anales de la historia, fue el norteamericano Andrew Jackson Davis (1826-1910), conocido en su época con el sobrenombre de "el vidente de Poughkeepsie". Mediante sus capacidades de clarividencia Davis hizo algunas notables predicciones, entre las que están las de la aparición de los automóviles y las invenciones de la máquina de escribir y los aeroplanos. Fue el autor de la llamada "Filosofía Armónica", obra en la que recoge gran parte de las enseñanzas que recibiera de comunicantes espirituales y obtuviera mediante sus visiones directas del mundo invisible.

En el primer volumen de la obra citada, su autor nos ofrece la descripción del proceso desencarnatorio de una moribunda a la que el médium tuvo ocasión de velar. Uno de los aspectos más destacados del relato de Davis, es su constatación de que el paso al "otro lado" de la vida era, citando sus mismas palabras, "interesante y agradable", muy alejado de las descripciones oscuras y llenas de terror con que los relatos tradicionales han rodeado este hecho. Otra de las circunstancias que explica en sus anotaciones el vidente norteamericano, es que la mayor parte de esos síntomas que en el moribundo parecen ser señales de dolor, corresponden realmente a reacciones reflejas e inconscientes del organismo.

En el caso del que Davis fue testigo, el proceso último de la muerte se inició en la mujer con una extraordinaria concentración en la región cerebral, zona que se hizo cada vez más luminosa al tiempo que, por el contrario, las extremidades se obscurecían. Entonces comenzó a separarse el nuevo cuerpo, liberándose sobre todo la cabeza. Poco después quedó completamente libre, formando ángulo recto con el cuerpo físico, con sus pies cerca de la cabeza y con cierto hilo luminoso vital uniendo todavía ambos cuerpos. Cuando ese hilo se rompió, una pequeña parte de él volvió al cadáver para preservarlo de una putrefacción inmediata. El cuerpo etéreo recién liberado tardó un tiempo en adaptarse al nuevo medio, hasta que al fin pasó a través de la puerta abierta. A partir de aquí A. J. Davis dice:

"La vi pasar a través de la habitación contigua, salir por la puerta y subir por el aire... En cuanto salió de la casa, se le unieron dos espíritus amigos venidos de la región espiritual y, después de reconocerse y entrar los tres en comunicación de la más graciosa manera, comenzaron a subir oblicuamente a través de la envoltura etérea de nuestro globo. Andaban juntos tan natural y paternalmente, que difícilmente podía convencerme de que pisaban el aire, parecía que andaban sobre la falda de una gloriosa montaña que les fuera familiar. Continué mirándoles hasta que la distancia les alejó de mi vista". (3)

La Muerte descrita desde el Más Allá

A continuación vamos a seguir aportando descripciones y testimonios del modo como se opera la llamada muerte o desencarnación, según la nomenclatura espiritista. Los casos que presentaremos seguidamente son relatos del proceso desencarnatorio vistos desde el otro lado del plano físico, es decir, desde el Más Allá, comunicados a través de diferentes vías mediúmnicas.

1º Caso

El primero que vamos a estudiar procede de una obra de origen mediúmnico titulada "Los mensajeros espirituales", cuyo autor extrafísico es André Luiz, espíritu muy conocido en el movimiento espiritista brasileño y sudamericano, que fuera un célebre médico en su última vida. El médium que canalizó estas y otras muchas obras del mismo ser y de otros muchos espíritus, es Francisco Cándido Xavier (Chico Xavier), muerto (30-6-2002) a los 92 años de edad, que tiene en su haber más de 400 obras psicografiadas, emanadas de diversas fuentes espirituales.

La descripción de estos hechos aparece en los capítulos XLIX y L, titulados, respectivamente, Máquina Divina y La Desencarnación de Fernando. Vamos a resumir sus puntos esenciales, destacando los datos que más nos interesan.

Repetimos, sitúese correctamente, el lector: los hechos están descritos no desde el plano físico, sino desde esa otra dimensión más sutil, ordinariamente imperceptible por nuestros sentidos, a la que se le ha venido dando diferentes nombres: Mundo Espiritual, Mundo Astral, Más Allá...

André Luiz (4), la entidad que informa de estos y de otros muchos pormenores de la vida en el mundo invisible, está acompañando a otro espíritu que responde al nombre de Aniceto, el cual en aquellos momentos actúa como su instructor en una serie de campos y tareas encaminadas a su preparación como futuro servidor. En la ocasión que nos ocupa, atendiendo a la llamada de un doctor espiritual, ambos se encuentran junto a un moribundo, Fernando, de unos sesenta años, que permanece postrado en su lecho en estado de coma desde hace varios días, a consecuencia del avanzado estado de la leucemia que padece.

Ni en el plano físico ni en el invisible, la estancia estaba vacía. En el plano de los encarnados varios familiares cercanos hacían guardia junto al enfermo llenos de aflicción. En el plano invisible dos entidades, la madre del moribundo y otra pariente próxima, se hallaban allí intentando también ayudar a aquel ser presto a dejar el mundo de la carne.

En un determinado momento el instructor insta a André a que realice una auscultación profunda del organismo del moribundo, para que tome plena consciencia de los procesos generales y particulares que acompañan y determinan la separación del espíritu del cuerpo. André obedece la indicación y he aquí la narración de una parte de su observación:

"Noté que su alma se retiraba lentamente a través de puntos orgánicos aislados. Asombrado verifiqué que, bien al centro del cráneo, había un foco de luz mortecina, que variaba ligeramente de forma, como la llama de un candelabro encendido ante las ondulaciones leves del viento. Llenaba toda la región encefálica causándome profunda admiración".
Advirtiendo su asombro, Aniceto le ofrece información aclaratoria:

"La luz que usted observa es la mente, para cuya definición esencial no tenemos, por ahora, concepción humana alguna".

Detenido en un examen minucioso del estado orgánico del moribundo, ayudado en este propósito por la acción magnética de su instructor, André Luiz sigue dando cuenta de sus impresiones:

"El cuerpo me parecía ahora una maravillosa usina mostrando los más mínimos detalles... Identificaba, en grandes proporciones, los nueve sistemas de órganos de la maquinaria humana: el esqueleto óseo, la musculatura, la circulación sanguínea, el aparato de purificación de la sangre, consustanciado con pulmones y riñones, el sistema linfático, la maquinaria digestiva, el sistema nervioso, las glándulas hormonales y los órganos de los sentidos".

Reparando en el profundo estado de deterioro orgánico ya alcanzado en el cuerpo que observa, el comunicante espiritual nos describe así la situación:

"Millones de organismos microscópicos iban y venían en la corriente empobrecida de glóbulos rojos. Presenciaba el pasaje de formas raras, a la manera de minúsculas embarcaciones cargadas de bacterias mortíferas... Invadían todos los núcleos organizados. Órganos como los pulmones, el hígado y los riñones, estaban siendo asaltados irremediablemente, por incalculable cantidad de saboteadores infinitesimales...".

Es entonces cuando nota algo notable, algo en lo que no había fijado su atención hasta aquel momento:

"A medida que se consolidaban los microbios invasores en determinadas regiones celulares, algo se destacaba, lentamente, de la zona atacada, como si un molde siempre nuevo fuese expulsado de la forma gastada y envejecida, reconociendo yo, de ese modo, que la desencarnación se operaba a través de proceso parcial...".

El irreversible estado del caos orgánico del moribundo, se torna evidente para el estudiante del mundo invisible, que anota:

"Observé que el moribundo intentaba readquirir la dirección de los fenómenos orgánicos, pero en vano...".

Aniceto, el instructor, explica a su alumno la trascendente importancia que tiene el organismo físico desde el punto de vista evolutivo, formado por el molde espiritual preexistente, ya que éste representa, según sus palabras, "una conquista laboriosa de la humanidad terrestre". En su explicación el guía alude a la semejanza del cuerpo orgánico de los humanos con una máquina moderna:

"Ambos - señala - son impulsados por la carga de combustible, con la diferencia que en el hombre, la combustión química obedece al sentido espiritual que dirige la vida organizada".
Siguiendo con su lección, Aniceto hace hincapié en la función gobernadora y organizadora de todo el complejo orgánico que le corresponde a la mente humana:

"Ahí - explica - no poseemos tan sólo el carácter, la razón, la memoria, la dirección, el equilibrio, el entendimiento; sino también el control de todos los fenómenos de la expresión corpórea".

Más adelante, reflexionando sobre el mismo asunto, añade:

"La mente humana, aunque indefinible por la concepción científica limitada en la Tierra, es el centro de toda manifestación vital en el planeta... Cada célula es un minúsculo motor trabajando bajo el impulso mental".

El instructor espiritual realiza esta otra interesante observación referida al moribundo, que nos ayuda a comprender mejor como las circunstancias individuales condicionan de manera fundamental el desarrollo del proceso desencarnatorio:

"Estamos viendo aquí a un hermano en el momento de la retirada... El agonizante se retira poco a poco y aún no abandonó totalmente la carne por falta de educación mental. Se ve, por el exceso de intemperanza de las células, sobre las cuales no ejerce ya ni un control parcial, que este hombre vivió muy lejos de la disciplina de sí mismo... A decir verdad este amigo nuestro no está desencarnando, está siendo expulsado de la máquina divina...".

En esto, los espíritus familiares del moribundo allí presentes, solicitan al instructor su ayuda y colaboración para acelerar el proceso de la desencarnación. Otra de las entidades, precisamente la que había solicitado la asistencia del instructor Aniceto en aquel caso, confirma a éste la justicia de la ayuda que se pide, al tiempo que le informa del operativo organizado para atender las necesidades del desencarnante tras el definitivo desligue, necesidades relacionadas con su peculiar estado espiritual.

Mas, antes del desenlace definitivo, las entidades ayudantes en el proceso desencarnatorio perciben el envío continuado de energías magnéticas que los familiares encarnados situados en la sala, en su aflicción, emiten en dirección al moribundo. André Luiz nos describe este fenómeno:

"De hecho, una red de hilos cenicientos y débilmente iluminados parecía ligar a los parientes con el enfermo ya casi muerto".

Ante esta circunstancia, la cual podía perturbar el trabajo que se estaba llevando a cabo, Aniceto declara sentenciosamente:

"Tales socorros son ahora inútiles para devolver el equilibrio orgánico al paciente. Necesitamos neutralizar esas fuerzas emitidas por la inquietud, proporcionando, ante todo, la posible serenidad a la familia".


Recurriendo a la acción de los pases magnéticos, el mentor espiritual proporciona al organismo del agonizante unas momentáneas reservas de vitalidad, lo que de inmediato se tradujo en una aparente mejora del estado clínico del paciente, con acentuación y regularización de sus constantes vitales. Tal mejora es advertida por el facultativo terrestre que lo atendía, quien da cuenta a los parientes. Estos, regocijados ante las buenas noticias, recobran su alegría y alejan de si las preocupaciones que hasta entonces venían llenando sus mentes; deciden, pues, dejar solo al paciente para que descansase tranquilo. Con esto el propósito del instructor espiritual se había logrado: anular las emisiones magnéticas desestabilizadoras de los parientes. Entonces es cuando comienza la última fase del desligue definitivo del espíritu:

"Aniceto aprovechó la serenidad del ambiente y comenzó a retirar el cuerpo espiritual de Fernando, desligándolo de los despojos; reparando yo que había iniciado la operación por los calcañales y terminando en la cabeza, a la cual, por fin, parecía estar prendido el moribundo por extenso cordón, tal como sucede con los recién nacidos terrenales. Aniceto lo cortó con esfuerzo. El cuerpo de Fernando se estremeció, con lo que el médico humano fue llamado al nuevo cuadro. La operación no había sido corta ni fácil. Se había demorado largos minutos, durante los cuales vi a nuestro instructor emplear todo el caudal de su atención y tal vez de sus energías magnéticas".

En el plano invisible, entre tanto, donde el trabajo no había terminado, se presenta la siguiente escena:

"La madre del desencarnado, auxiliada por Aniceto y por el facultativo espiritual que nos había conducido hasta allí, prestó al hijo los socorros necesarios. A los pocos instantes, mientras la familia terrenal se echaba sobre el cadáver, en llanto, la pequeña expedición constituida por tres entidades, las dos señoras y el clínico, salía conduciendo al desencarnado hacia el instituto de asistencia, observando yo que no salían utilizando el vuelo, sino caminando como simples mortales".

Los cuatro casos que seguidamente vamos a analizar, están sacados de una interesante obra titulada "Obreros de la Vida Eterna" (5), recibida también por el médium Francisco Cándido Xavier y dictada, como la anterior, por el espíritu André Luiz, que es quien hace la mayor parte de las observaciones y narra los acontecimientos. Son cuatro casos en los que otros tantos seres humanos se enfrentan a su próxima muerte, a la que cada uno llega envuelto en sus particulares circunstancias y condiciones, tanto orgánicas como mentales y espirituales.

En todos estos ejemplos, al igual que en el anterior, André Luiz acompaña en calidad de estudiante a un equipo de entidades especializadas en atender a los moribundos, quienes propician con sus conocimientos y técnicas la desconexión entre la parte espiritual y el organismo físico, en los seres humanos que se enfrentan a su inmediata salida de este plano o, como se dice habitualmente, a la muerte.


CONSCIENCIA DE LA PROPIA MUERTE

El Caso de Tulio Emilio

Veamos ahora a referirnos a una experiencia excepcional, relacionada con todo lo anterior, que conocimos de primera mano en el Grupo Espírita de La Palma, institución a la que tengo el honor de pertenecer como miembro activo desde hace muchos años, a través de un excelente amigo venezolano, veterano estudioso del Espiritismo, llamado Juan Vicente Mendoza, quien allá por el año 1979 nos visitara en nuestra sede en la Isla de La Palma. En aquella oportunidad, primera aunque no la última en que tuvimos el placer de ser sus anfitriones, el ilustre colega venezolano nos deleitó con una magnífica conferencia donde relató una serie de experiencias personales vividas, poco tiempo antes, en Brasil, relacionadas con las materializaciones o ectoplasmias y las curaciones espirituales.

Juan Vicente Mendoza tenía un sobrino llamado Tulio Emilio, al que le había sido diagnosticado un cáncer en estado avanzado, estando ya desahuciado por la ciencia médica oficial. Al igual que su tío, Tulio Emilio era partícipe de los ideales de la doctrina espiritista y ambos conocían las espectaculares curaciones que se venían produciendo en diferentes partes del mundo con la intermediación de algunos excelentes médiums, a través de los cuales actuaban médicos espirituales, especialmente en Brasil, donde el Espiritismo está ampliamente desarrollado. Decidieron entonces acudir a aquel país con el objeto de intentar alcanzar una posible curación por una vía que se les presentaba como la "última oportunidad".

Tras visitar diferentes centros espíritas y espiritualistas donde se realizaban curaciones espirituales, en los que fueron testigos de excepción de extraordinarias intervenciones de espíritus médicos, recalaron finalmente en el Centro Espírita Regeneración, en Río de Janeiro, uno de los escasos lugares donde entonces las curaciones eran efectuadas por entidades espirituales completamente materializadas o, expresándolo con mayor propiedad, corporificadas. Previa consulta a los guías espirituales de la institución y después de someterse durante varios días a ciertas normas de carácter higiénico, tanto corporal como mental, que les fueron indicadas por las personas que regentaban el Centro, medidas que tenían por objeto provocar una limpieza energética de sus cuerpos sutiles o periespíritus, según la nomenclatura espiritista, fueron admitidos a participar en las sesiones de ectoplasmias que periódicamente allí se desarrollaban.

El médium actuante en aquella ocasión era Fabio Machado, con seguridad uno de los mejores médiums de ectoplasmias que se haya conocido a lo largo del siglo XX, al que algunos miembros del Grupo Espírita de La Palma llegaron a conocer personalmente. Juan Vicente Mendoza y su sobrino Tulio Emilio, así como varías personas más procedentes de otros países que asistían a la sesión en calidad de invitados, pudieron presenciar aquella noche numerosas materializaciones de diferentes entidades, espectaculares fenómenos de aportes y diversas operaciones quirúrgicas realizadas por médicos espirituales corporificados, además de otras importantes manifestaciones que no relatamos aquí por escapar al tema central que nos viene ocupando en este capítulo.
Después de que varios pacientes hubieran sido tratados por las entidades espirituales, llegó el turno a nuestros amigos venezolanos. El médico espiritual materializado explicó entonces que la enfermedad que padecía Tulio Emilio tenía su origen en causas provenientes de vidas anteriores, que aquella enfermedad había sido elegida por él, antes de nacer, como experiencia para aprender una lección provechosa en su evolución espiritual y que, por tanto, no estaba en sus manos curarle. Sin embargo, señaló que lo que sí entraba en sus posibilidades era aminorar los sufrimientos del enfermo. Con ese objetivo, aquel médico venido del mundo espiritual preparó una especie de medicamento que formó al introducir en varias vasijas previamente llenadas con agua normal, determinadas substancias y esencias etéreas extraídas de la naturaleza, según explicó oportunamente.

De regreso a Venezuela, Tulio Emilio llegó a un acuerdo con sus familiares y amigos para que cuando llegase el día en que él sintiera próxima su muerte, les describiese con detalle todo lo que iba sintiendo a fin de recogerlo en un relato que sirviese como testimonio y para investigación. Cuando ese día llegó, Tulio Emilio, rodeado de sus familiares y amigos, comenzó a referir, paso a paso, todas sus impresiones y sensaciones según avanzaba el proceso de la separación espiritual. De esta forma contó como iba perdiendo la sensibilidad orgánica, proceso que empezó por los pies; luego siguió describiendo como dicha insensibilización iba subiendo por su cuerpo progresivamente. Finalmente, cuando ésta alcanzó su garganta, el moribundo ya no pudo seguir narrando el proceso. El testimonio, no obstante, fue completado posteriormente por vía mediúmnica y en su conjunto es notablemente coincidente con los ejemplos descritos anteriormente.

La propia Muerte contada desde el Más Allá

En el relato de la experiencia anterior anotamos que Tulio Emilio había completado la descripción del proceso de su desligue espiritual una vez desencarnado, mediante comunicación mediúmnica. Veamos ahora precisamente un ejemplo de este tipo, aunque con la salvedad de que las referencias sobre la propia muerte se obtuvieron en su totalidad por vía mediúmnica. Este caso esta extraído de otra obra del médium Chico Xavier, titulada "Volví" (6). En ella el espíritu de Jacob, quien muriese a edad avanzada, habiendo sido en vida un estudioso miembro de una escuela espiritista, donde experimentó con asiduidad el fenómeno de la comunicación con los desencarnados, relata su separación del cuerpo físico y su encuentro con la realidad del mundo espiritual.

He aquí el resumen de lo que Jacob observó, percibió y vivió durante las últimas fases del proceso de su propia muerte:

"Recluido, en la imposibilidad de recibir a los amigos para sostener con ellos largas conversaciones y entendimientos, me vi en varias ocasiones fuera del cuerpo exhausto, tratando de aproximarme a ellos.

En las últimas treinta horas, me reconocí en una posición más extraña. Tuve la idea de que dos corazones latían en mi pecho. Uno de ellos, el de carne, en ritmo descompasado, casi a punto de paralizarse, como un reloj en indefinible perturbación; y el otro funcionando más equilibrado, más profundo...

Mi vista común se alteraba. En determinados instantes la luz me invadía con claridades súbitas; pero durante minutos de prolongada duración, me envolvía una densa neblina.

El confortamiento de la cámara de oxígeno no lograba sustraerme a las sensaciones de extrañeza.

Observé que un frío intenso me hería las extremidades...".

Sometido a un permanente debate íntimo sobre lo que le pasaba, el moribundo apela interiormente a sus convicciones espirituales, con las que procura calmarse. Seguidamente comenta:

"Comencé a divisar a la izquierda la formación de un depósito de substancia plateada semejante a una gasa sutilísima.

No podía asegurar si era de día o de noche en torno mío, dada la neblina en que me sentía sumergido, cuando noté dos manos cariñosas que me sometían a pases de fuerte corriente. A medida que se practicaban de arriba hacia abajo, deteniéndose particularmente en el tórax, disminuían mis sensaciones de angustia."

El agonizante trae entonces a la memoria el recuerdo de una entidad amiga de sus trabajos espirituales y brota en su interior un deseo ardiente de que le asista en esos instantes. Percibe con sus sentidos psíquicos que alguien le pide silencio y tranquilidad, palabras con las que se siente ligeramente tranquilizado. A partir de este momento sigamos con el relato:

"No se extendió el alivio por mucho tiempo. Comencé a sentir sensaciones de opresión en el pecho.

Las manos espirituales que me daban los pases, se concentraban ahora en el cerebro. Demoraron su acción por casi dos horas en torno a la cabeza. Me volvió a dominar una nueva sensación de bienestar, y de pronto sentí una conmoción indescriptible en la parte posterior del cráneo. No se trataba, indudablemente, de un golpe. Se asemejaba a un choque eléctrico, de vastas proporciones, en lo íntimo de la substancia cerebral. Aquellas amorosas manos, ciertamente, habían roto algún lazo fuerte que me retenía unido al cuerpo material...

En el mismo instante me sentí subyugado por energías devastadoras.

¿A qué podría comparar el fenómeno?

La imagen más aproximada que se me ocurre, es la de una represa cuyas compuertas fuesen arrancadas repentinamente.

Me vi de repente ante todo lo que yo había soñado, estructurado y realizado durante toda mi vida. Tanto las insignificantes ideas que había emitido, como cuantos actos había realizado, por mínimos que fueran, desfilaban, absolutamente precisos, ante mis ojos afligidos, como si me fuesen revelados de golpe por un extraño poder, mediante una cámara ultrarrápida instalada dentro de mi mismo. Se me transformaba el pensamiento en un film cinematográfico, en forma misteriosa e inopinadamente desarrollado, desdoblándose, con espantosa elasticidad, para su creador, que era yo mismo".

Evidentemente, no recogemos en este esquemático resumen el conjunto de reflexiones íntimas, sentimientos encontrados, recordaciones y deseos que en esos instantes embargaban al moribundo, cuyo mundo interior, como se comprenderá, estaba activísimo, sino que procuramos extractar la parte más general del fenómeno y, por lo mismo, de validez más universal. Reanudando, pues, el hilo de la historia, Jacob dice:

"Fuerzas de auxilio de nuestros protectores espirituales, hermanadas a mi confianza, me sostenían en aquellas perturbaciones. Brazos poderosos, aunque invisibles para mi, parecían reajustarme en el lecho. No obstante, una aflicción asfixiante me oprimía íntimamente. Sentía ansias de libertarme. Lloraba conturbado, atado al cuerpo que sentía desfallecer, cuando una tenue luz se hizo perceptible a mi vista. En medio de un sudor copioso distinguí el espíritu de mi hija Marta extendiéndome los brazos".

La percepción de la presencia espiritual de su hija proporciona a Jacob fuerzas y confianza. Quiere expresar su júbilo, pero ni sus miembros ni su voz obedecen ya a su voluntad; entonces oye como Marta se dirige a él pidiéndole su colaboración a fin de que permanezca en estado de sosiego interior.

"No me era posible, en aquellos momentos - señala -, coordinar mis pensamientos y mucho menos pronunciar frase alguna. Mi respiración era opresora, como en los últimos días de la lucha en el cuerpo físico".

Entonces, repentinamente, el moribundo siente dolores en la región torácica:

"Vine a saber más tarde - anota -, que aquellos sufrimientos provenían de la extracción de residuos fluídicos que aún enlazaban la zona del corazón".

Con la ayuda de amada hija, nota enseguida que los dolores disminuyen rápidamente. A continuación nuestro protagonista explica:

"Llegó un momento durante el cual la respiración se hizo más normal, y verifiqué que el corazón latía uniforme y regular... La respiración se normalizaba. Había desaparecido la carencia de aire. Mis pulmones se robustecían como por encanto, y tan grande era el bienestar que me proporcionaban las prolongadas inhalaciones de oxígeno, que tuve la sensación de inhalar alimento invisible, del aire ligero y puro.

A medida que se restablecía la fuerza orgánica, se fortificaba mi potencia visual.
La claridad color anaranjado que me envolvía, se iba mezclando con la luz común.

Con todo, la mejoría experimentada no llegaba al extremo de restaurarme la facultad de hablar. Mi abatimiento era aún insuperable.

Con gran asombro me vi por duplicado."

La observación de su cuerpo inerme postrado en el lecho, a pesar de su preparación espiritual, produce en el espíritu en proceso de liberación, impresiones desagradables y torturantes. En ese preciso instante descubre algo que le llama la atención:

"Aguzando mi vista, verifiqué la existencia de un hilo plateado, que unía mi nuevo organismo a la cabeza material inmovilizada".

El desencarnante percibe en aquellos momentos la presencia de dos entidades espirituales amigas, por las que sentía mucho aprecio, lo cual le llena de regocijo. Una de ellas le explica que su proceso de liberación se efectúa normalmente y que la separación del cuerpo espiritual no se podía realizar con mayor rapidez, porque "el ambiente doméstico estaba impregnado de cierta substancia que calificó de 'fluidos gravitantes'", que le dificultaban la liberación.

"Más tarde - precisa Jacob - pude saber que los objetos de nuestro uso personal emiten radiaciones que se ligan a nuestras ondas magnéticas, creando elementos de unión entre ellos y nosotros, reclamando mucho abandono de nuestra parte, con el fin de que no nos retengan o perturben".

El espíritu en liberación es substraído de aquel ambiente y llevado a otro más natural, por ser más beneficioso para él en aquellos momentos. Siente irresistible deseo de dormir y aconsejado por sus amigos, se sumerge en un sueño reparador del que sale al cabo de algunas horas:

"Me sentía otro hombre. Moví los brazos y me levanté sin dificultad. Intente hablar, y ¡qué alegría experimenté! Conversé con la hija querida a voluntad...

Tenía la sensación de haber rejuvenecido. Palpé de nuevo mi cuerpo. Era yo mismo de la cabeza a los pies. El corazón y los pulmones funcionaban con regularidad. Lo que más me fascinaba con todo era el nuevo aspecto del paisaje. Las casas, la vegetación y el mismo océano, parecían coronadas de sustancia coloreada...".

Su hija le informa de que no todos los desencarnados percibían el nuevo aspecto de lo que les rodeaba inmediatamente después de su separación, porque "muchos conservan tan fuerte afinidad con los intereses terrenales, que la vista no se les modifica de pronto, y prosiguen viendo la Tierra con las mismas expresiones con que la dejaron".

Pasan algunas horas, durante las cuales el desencarnante recibe diversas aclaraciones de los amigos espirituales. En una de ellas, a modo de síntesis, le explican lo siguiente:
"Muchas personas se despiden del mundo carnal sin obstáculos y sin desagradables incidentes. Innumerables almas duermen larguísimos sueños, y otras nada perciben en la inconsciencia infantil en que yacían sus impresiones".

El instante de la separación definitiva se acercaba. Esos momentos nos los refiere de este modo el protagonista de esta historia:

"Pasaron algunos instantes difíciles, cuando una inopinada conmoción estremeció todo mi ser. Me pareció que había sido proyectado a enorme distancia.... Confieso que aquel choque me afectó con tan grande violencia, que creí llegado el momento de 'otra muerte'.

Al poco tiempo, no obstante, el corazón se rehizo, se equilibró la respiración...".

El desprendimiento acababa de finalizar con el corte del cordón plateado. Poco después recibe esta otra importante enseñanza de su amigo espiritual:

"En la mayoría de los casos no es posible liberar a los que desencarnan con tanta prontitud. La rápida solución del problema liberatorio - le indicaron - dependía, en gran parte, de la vida mental y de los ideales a que se une el hombre durante la vida terrestre".


Conferencia Impartida por:

Oscar García Rodríguez
GRUPO ESPÍRITA DE LA PALMA


NOTAS:

1) Dato extraído de "Aportaciones Científicas al Conocimiento del Más Allá", de Sinesio Darnell, trabajo inserto en el dossier "Más Allá de la Muerte", publicado por la Revista Karma-7, Barcelona, 1978.

2) Del libro "Más allá de la muerte", de Alain Sotto y Varinia Oberto, cap. II: De la Agonía a la Supervivencia. Testimonios de Supervivientes. Edaf (Madrid), 1984.
3) Extraído de "Historia del Espiritismo", de Arthur Conan Doyle. Editorial Eyras (Madrid), 1983.

4) El seudónimo "André Luiz" oculta la verdadera identidad de una de las personalidades científicas más importantes de Brasil, el célebre médico e investigador brasileño Carlos Ribeiro Justiniano das Chagas (1878-1934), descubridor la tripanosomiasis americana - terrible enfermedad conocida después es su honor como "dolencia de Chagas" -, causada por un protozoo, el tripanosoma cruzi, que transmite un insecto llamado popularmente en Brasil "barbeiro".

5) Edición en español del Instituto de Difusao Espírita, Sao Paulo (Brasil), 1985.

6) Editorial Kier. Buenos Aires (Argentina), 1988.

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