LA MUERTE PARECE UN EJEMPLO PARADIGMÁTICO DE LO QUE PUEDE LLAMARSE UN "HECHO SOCIAL" SABEMOS QUE LA MUERTE Y LAS PÉRDIDAS SENSIBLES TIENEN LUGAR EN UN CONTEXTO SOCIAL, EN FUNCIÓN DE ORGANIZACIONES, DEFINICIONES PROFESIONALES DE ROL SOCIAL, INTERACCIÓN Y SIGNIFICADO SOCIAL, ADEMÁS, DIFERENTES CULTURAS MANEJAN EL PROBLEMA DE DIFERENTE MANERA.
Si bien el significado de la muerte se define socialmente, y la naturaleza del duelo y el luto reflejan la influencia del contexto social en donde ocurren, es evidente que las dificultades actuales para enfrentar la pérdida de un ser amado se deben, en parte, a la ausencia de rituales establecidos y patrones estructurados de duelo. Ya no sabemos como manejar ese dolor, es más, no queremos saber nada de ello.
No obstante, si la muerte no fuese más que dolor, no sería tan difícil el recuperarnos, pues sólo nos tendríamos que ocupar de encontrar un médico, brujo, chamán, “hierbatero”, naturista, bioenergético, homeópata, que nos enviase una “gotas para el dolor”.
PERO LA MUERTE ES ESPECIALMENTE DIFÍCIL NO PORQUE DUELA, SINO PORQUE DESTRUYE, DESBARATA, DESORGANIZA NUESTRO MUNDO (ESE “CASTILLO DE NAIPES” QUE TANTO TIEMPO NOS COSTÓ CONSTRUIR, ESE “ROMPECABEZAS” QUE TANTO ESFUERZO NOS COSTÓ ARMAR) EN MAYOR O MENOR MEDIDA SEGÚN LO QUE LA PERSONA QUE PERDIMOS PARTICIPASE DE ÉSTE.
Ese mundo nuestro, constituido por tres gran esferas o dimensiones -nuestra realidad, nuestro sentido de vida y nuestra personalidad-, se verá afectado, individual y colectivamente, según lo que la persona que murió participaba en cada uno de ellos y en la totalidad. A mayor compromiso, mayor destrucción. Puede entenderse que el efecto en cada una de estas dimensiones puede muy bien ser diferente en cada persona y en la misma persona según sea la persona perdida (ver gráfico, por ejemplo).
(1) De forma súbita, la realidad que sirve como base a todas nuestras acciones, interacciones y expectativas (es decir, la rutina diaria, nuestras conversaciones con otros, nuestra forma de reaccionar a las cosas, nuestros proyectos, ilusiones, etc.) se hace pedazos. El caos se apodera de nuestra vida, una vida que hasta ese momento se tenía por segura, y que veíamos reflejada en ese mundo de conocimientos compartidos y acumulados sobre el pasado y sobre el futuro con la otra persona. Un mundo, antes seguro y ordenado, se ha vuelto caótico y potencialmente peligroso. No sólo se ha desbaratado la realidad como se entendía (la forma en que veíamos la vida), sino que aquellas personas con las que antes se contaba para darle continuidad a nuestra vida se vuelven extrañas, confusas en sus respuestas o están muy absorbidas por su dolor y desconcierto. De hecho, el mundo ha dejado de ser confiable y seguro: se ha convertido en un lugar donde puede suceder cualquier cosa.
(2) Si la persona que perdimos era importante para nuestra relación diaria con otros o con el mundo, es probable que el sentido de la vida se desbarate o se pierda: todas las actividades y conversaciones que teníamos con la persona fallecida, los propósitos del presente y los planes para el futuro ya no vienen al caso, ya no tienen sentido: hasta preparar el sancocho que tanto le gustaba ya no tiene sentido. La vida con la persona fallecida, que tanto tiempo nos constó construirla (muchos años de convivencia), deja de tener sentido cuando la persona ya no existe.
(3) Cuando se convive muchos años con una persona llega uno a tal grado de intimidad que uno no sabe que es de uno y que era del otro: uno u otro cogen “los vicios del otro” y se confunden las personalidades. Así, cuando el ser querido fallece, es que se puede entender al superviviente cuando afirma que ha perdido una parte esencial de ellos mismos, que se sienten vacíos o huecos, extraños o irreales. Aun cuando lamentemos y aceptemos la muerte de un vecino o familiar lejano, y nos preocupemos por los deudos, nuestro mundo social privado y nuestra identidad (nuestra personalidad) siguen estando protegidos y firmes contra el caos que la muerte desencadena.
De igual forma, supongamos que muere mi padre, y expresamente señalo: “Bueno, pues mi padre ocupaba de mi realidad (como yo soy médico y estoy todo el día ocupado… además, sólo le veo cada 15 días…), digamos, un 5%; de mi sentido de vida (pues…. mi sentido de vida depende casi por completo de mi carrera, de mis pacientes, mis propios hijos, mi esposa, mi hogar….), digamos otro 5%, en cambio, de mi personalidad mucho más, casi un 70%, pues mi padre y yo éramos iguales…” . En ese momento salta mi hermana y dice: “pues mi caso es diferente: yo me quedé soltera para cuidar a mi padre que era muy enfermito, y es lo que he hecho los últimos 40 años: todo el día estaba con él, de un lado para el otro, le hacía la comida, le planchaba la ropa, jugábamos dominó juntos, paseábamos en el parque, etc., es decir, mi padre era toda mi realidad, 100%; respecto a mi sentido de vida, bueno… yo vivía para y por él, aunque a mi me gusta pintar e ir a exposiciones, digamos en mi padre ocupaba un 80%, y en cuanto a mi personalidad, bueno… o tanto, yo soy más parecida a mi madre… digamos un 10%”. ¿Qué significa esto? ¿Qué ella le quería o ama más que yo? No, esto sólo significa que su mundo estaba más comprometido, más absorbido, por ese papá que el mío, por ende, más comprometido y destruido estará para ella tras su muerte que para mi; además, el esfuerzo por recuperarse será también diferente, y en unas dimensiones más que en otras.
LA PÉRDIDA DE SENTIDO DE LA VIDA, DE LA REALIDAD Y LA FRACTURA DE NUESTRA PERSONALIDAD NOS OBLIGAN A "COMPENSAR", MAGNIFICANDO, INFLANDO O MAXIMIZANDO LO QUE QUEDA DE CADA UNA DE ELLAS.
MUCHAS VECES NO ES MÁS QUE DARLES O DEVOLVERLES SU VALOR REAL, PUES LO PERDIDO, “SE HINCHA” TEMPORALMENTE.
Recuperar nuestra realidad, nuestro sentido de la vida, nuestra personalidad íntegra y la confianza en el mundo puede llegar a ser una de las tareas más difíciles de la recuperación. Esto significa, entre otras cosas, enfrentarse con la desorganización y la adaptación a un entorno sin el ser querido. Debido a que cada ser humano participa en mayor o menor intensidad de nuestra realidad, de nuestro sentido de la vida, de nuestra personalidad íntegra y de nuestra confianza en el mundo, un primer paso es establecer qué tanto de cada uno de estos elementos (realidad, sentido de la vida, personalidad y confianza) estaba absorbido por o dependía de nuestro ser querido perdido y, por ende, qué tanto estará afectado por la pérdida. Una vez alcanzado este objetivo, debemos entonces utilizar "lo que queda" como elemento o base para su reconstrucción.
Más énfasis deberemos poner en aquellos aspectos que más seriamente se vean afectados por su dependencia del ser querido; es decir, nuestra prioridad será retomar el trabajo de reconstruir aquello que primeramente esté más afectado.
Así, la muerte de un ser querido suele trastornar de forma más o menos grave la forma en que nos comunicamos y nos relacionamos con otros; las rutinas de la vida diaria se rompen, y ya nada suele tener sentido, pues se crea un desorden de aquellos canales de comunicación y patrones de interacción que reafirman el sentido de estabilidad y que permiten desarrollar y confirmar la identidad y la autoestima. La intensidad de esta respuesta (de este desorden en nuestro mundo) dependerá del papel que tenía el difunto en una o más áreas de esa vida en común.
Aunque la interacción social parece ser un factor clave que permite que el deudo comience a reconstruir su realidad con un significado e identidad en la vida, las circunstancias de esta interacción con el deudo reciente son notablemente complejas; al parecer los deudos son de lo opinión de que mientras ellos tratan de que su "status" pierda importancia en las conversaciones habituales, los demás creen que están obligados a basarse en tal "status" antes de entablar una conversación común.
Por otra parte, es evidente la considerable dificultad que los deudos tienen para manejar los elementos de su propia situación; como parte de la fase inicial de shock y aturdimiento, frecuentemente no saben reiniciar las actividades de la vida diaria que abandonaron antes de la muerte. Una gran parte de estos problemas deriva de su propio "status", que les deja libre la posibilidad de ser tratados con demostraciones de pesar, sin importar como haya sido su comportamiento inicial. Solo con el tiempo pierde este "status" a los ojos de los otros y deja de soportar el tratamiento de "persona de duelo" (tiempo habitualmente muy variable y en parte sujeto a la conducta manifestada por el deudo y las consideraciones particulares del otro). Con frecuencia este momento llega bastante antes de que la persona misma haya dejado de considerarse de duelo.
Habitualmente las personasen duelo, durante una interacción normal, suelen proceder, en primer lugar, a aligerar la presión que su "situación de duelo" impone sobre su interlocutor, lo cual lleva a cabo, generalmente, conversando sobre materias que no se refieran al tema del duelo; cuando el propio deudo quien inicia la conversación del "tema", la situación es vivida frecuentemente con alivio, siempre y cuando el número de palabras utilizadas en su referencia no sea muy extenso. Así, una de las ventajas de tener personas cerca de ellas, con las que comparten el “status" de deudo, es la libertad de poder hablar de "otras cosas" no relacionadas con la pérdida.
Algunos también señalan la necesidad, a menudo durante un largo período de tiempo después de la muerte del ser querido, de contestar al teléfono con un tono grave para aparecer como el receptor adecuado de las condolencias que el interlocutor le ofrecía, o de querer hablar de sus seres queridos meses después, cuando los demás ya consideran que o debe hablarse de ellos. La anticipación del trato de los otros como doliente mantiene a la persona de duelo dentro de este status, al menos en sus encuentros públicos.
La familia, por otro lado, tampoco escapa a las dificultades de interacción que la situación de duelo crea entre sus miembros. Habitualmente las personas que están asociadas con otras en términos de parentesco se consideran con derecho a enterarse de la muerte de uno de los miembros de la familia de forma directa. El círculo más íntimo, la familia inmediata -aquella serie de personas que tienen derecho al uso no calificado del "mi", como una manera de describir la relación con el muerto, cuando este uso puede emplearse como un medio de afirmar justificadamente sus derechos de recibir el tratamiento de quien ha sufrido una pérdida- tiene derecho de conocer la muerte del familiar en forma rápida y directa, minutos u horas después de su ocurrencia, esperando ser informados personalmente o por teléfono, considerándose inapropiado el hacerlo por carta o telegrama, a menos que la situación geográfica así lo demande. Así, los miembros de la familia inmediata tratan de transmitir las noticias de la muerte según un orden supuesto de información.
Aquellos que no tienen contacto íntimo con la familia, al igual que los amigos, consideran que hay un "momento oportuno" para encontrarse con el deudo reciente. Al parecer es importante asegurarse de no ser un "intruso" durante la visita de condolencias, evitando en lo posible alguna escena familiar íntima. Por otra parte, en ocasiones de aflicción aguda, suelen surgir individuos que cumplen la función de "organizar" tales visitas.
Si bien la muerte se considera un "asunto de familia", la ocasión del duelo puede constituir un modo en que se rompen las reglas generales de convivencia; con bastante frecuencia la "casa de los deudos" suele permanecer "abierta" durante los días que siguen inmediatamente a la muerte.
Así, uno se encuentra en tales circunstancias tal mezcla de familiares, amigos, conocidos, compañeros y vecinos que, en virtud de la tan extremadamente variable perspectiva que los presentes tienen del difunto, tal reunión se convierte en verdaderos "momentos sociales".
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