TODOS, O CASI TODOS, TENEMOS DUELOS SIN REALIZAR QUE SE HAN IDO ACUMULANDO CON EL PASO DEL TIEMPO. SE RELACIONAN TANTO CON LA MUERTE DE UN SER QUERIDO COMO CON UNA RUPTURA AMOROSA, LA PÉRDIDA DE UN AMIGO, DE LA TIERRA NATAL, DE UNA CASA, UN EMPLEO O UNA EMPRESA, LA LLEGADA DE LA JUBILACIÓN O LA RENUNCIA A UN IDEAL PROFESIONAL (POR EJEMPLO, LLEGAR A SER PINTOR O MÉDICO).
TAMBIÉN IMPLICAN DUELO LA PÉRDIDA DE UNA PARTE DEL CUERPO ANTE UNA ENFERMEDAD O COMO CONSECUENCIA DE UN ACCIDENTE O, INCLUSO, LA DESAPARICIÓN DE UN ANIMAL DOMÉSTICO.
EN TODOS ESTOS CASOS, ACOMPAÑADOS DE LOS CONSIGUIENTES TRAUMATISMOS, PERDEMOS NUESTRA SEGURIDAD BÁSICA, LAS RELACIONES QUE MANTENEMOS CON EL MUNDO CAMBIAN Y SE VUELVEN FRÁGILES. “RUMIAMOS” LAS PÉRDIDAS DE LAS CUALES NO HEMOS HECHO EL DUELO, Y ESO NOS IMPIDE VIVIR.
Cuanto más trabajemos este vasto tema, antes y mejor lograremos “salir” del duelo. Sin este trabajo, nunca dejamos de encontrar inaceptable lo que nos sucedió. Por lo tanto, es importante poder enfrentar nuestra pena y sobrellevar el dolor por las pérdidas que, no lo olvidemos, son inevitables en la vida de todos los seres humanos. Sería lamentable que como consecuencia de ellas nos enfermáramos o nos dejáramos morir, aunque al principio no nos faltan las ganas.
El primer entierro al que asistimos tuvo lugar, para una, a los dieciséis años: el de la hermanita de trece y, para la otra, a los veinticinco años, el de su segundo hijo, un bebé de seis meses. Ambas nos encontrábamos indefensas, “no preparadas” para la muerte y para el duelo. Agravaba los acontecimientos la edad de las dos criaturas fallecidas, ya que la muerte precoz, la de un niño, no entra en “el orden natural de las cosas”, es impensable, injusta, incomprensible.
No volveremos a cometer el error de no haber buscado ayuda, de dejarnos distraer “por nuestro bien”, de no haber sabido despedirnos ni decir suficientemente adiós… y de haber seguido “viviendo”, si puede decirse así, con un sufrimiento no expresado.
Frente a la pérdida de lo que queremos, estemos o no acompañados, el dolor y el sufrimiento quizá sean los mismos, pero los superamos mejor cuando nos dejamos ayudar. Frecuentemente, estamos sumergidos en un “mar de lágrimas”. Pero sobre todo no tenemos que “tragarlas”, ni guardarlas dentro de nosotros mismos. Es necesario hacer todo un trabajo para limpiar la herida y empezar a cicatrizarla, el trabajo de duelo.
CON FRECUENCIA ESCUCHAMOS QUE NO HAY PALABRAS PARA EXPRESAR EL SUFRIMIENTO QUE ACOMPAÑA A LA PÉRDIDA Y EL MALESTAR QUE PERDURA. LA SOCIEDAD OCCIDENTAL, RECONOZCÁMOSLO, NO AYUDA; NOS PIDE DIGNIDAD EN EL DOLOR, QUE NO NOS QUEJEMOS, QUE ENSEGUIDA NOS COMPORTEMOS NUEVAMENTE “COMO ANTES” Y NOS MOSTREMOS EN BUEN ESTADO. SIN EMBARGO, SÍ HAY PALABRAS PARA HABLARDEL DOLOR.
PERO ES PRECISO QUE ALGUIEN LAS OIGA, LAS ESCUCHE, TAMBIÉN QUE PODAMOS PRONUNCIARLAS SIN QUE NOS DISTRAIGAN, NOS CAMBIEN EL RUMBO DE LA CONVERSACIÓN O NOS INTERRUMPAN.*
Asimismo, sin que medien palabras, un gesto afectuoso puede acompañarnos. Nuestra sociedad, que sólo tiene ojos para la juventud, la belleza, la fortuna, el éxito, considera que la enfermedad, la vejez y la muerte son tabúes. Nos parece importante que, como dice Nadine Beauthéac, hagamos “evolucionar las cosas en ese campo, tan tabú, y que cada persona en duelo pueda vivir sin soledad ni incomprensión su gran sufrimiento y su lenta transformación personal”. **
Cada uno debe conocer de qué está compuesto su sufrimiento, oír que otros vivieron lo que uno está viviendo, comprender mejor los mecanismos del duelo, saber que es largo y que hace sufrir muchísimo, que se puede penar durante toda una vida por una muerte o una pérdida y que una vivencia de este tipo vuelve frágil la existencia. Pero también es conveniente saber que una vez hecho el duelo, podemos resurgir más fuertes.
Antes teníamos ritos reparadores de la separación y del duelo: los padres, amigos, vecinos acudían a velar al muerto y a decirle adiós. El ritual incluía ropa de luto, flores y coronas, rezos, adioses y el entierro. Había ocasiones de reunirse, en buena convivencia: una comida familiar, un simple almuerzo en la casa, en un restaurante o en un café cercano al cementerio. Se trataba de un momento importante que permitía recuperar las fuerzas, para no irse del lugar solo, embargado de tristeza.
Se elogiaba al difunto, se visitaba a los deudos, se enviaban cartas de condolencia y de agradecimiento, se cumplían los tiempos del luto y tenía lugar una misa de aniversario.
Se hablaba del que ya no estaba, se recordaban los buenos momentos pasados junto con esa persona. El hecho de compartir, de estar juntos, rodeados de la gente que nos quiere, puede aliviar la tensión del adiós y traer algún tipo de consuelo.
En su conjunto, estos ritos, que se encuentran en las sociedades primitivas y tradicionales, en la actualidad se practican cada vez menos.
DESDE PEQUEÑOS NOS ENSEÑARON QUE TENEMOS QUE DOMINARNOS, SER RESERVADOS, SUFRIR EN SILENCIO Y NO DEMOSTRAR NADA. LAMENTABLEMENTE, LO QUE ASÍ “ENTRA”, “SALE” A MENUDO DE MANERA PSICOSOMÁTICA.
Trastornos físicos ocasionados por factores emocionales y afectivos: asma, eczemas, úlceras, cistitis, infecciones genitales o intestinales, mononucleosis, dolores de espalda, migrañas o enfermedades graves como el cáncer. A veces uno se enferma y también se muere de pena, porque no pudo expresar o porque no pudo aprender a volver a vivir “sin”.
Nos enseñan a ganar, pero no nos enseñan a perder. Sin embargo, la vida es una sucesión de cambios y de pérdidas. Todo está en un equilibrio precario; no obstante, la mayoría de la gente imagina que todo, absolutamente todo, va a durar: la felicidad, el amor, la salud, la juventud, la belleza.
La sociedad prima y valora lo positivo, incluso en tiempo, pero no da lo mismo para las fases de duelo. Por ejemplo, en Francia, el empleador otorga al empleado dos días de licencia por la muerte de un hijo o un cónyuge, un día por la muerte del padre o de la madre y ningún día por un hermano o hermana.
En cambio, el código laboral otorga un día por el casamiento de un hijo, tres días por un nacimiento o una adopción, cuatro días por casamiento en primeras o en segundas nupcias.
POR LO TANTO, EXISTE UNA FALTA DE RECONOCIMIENTO DEL ESTADO DE SHOCK QUE PRODUCE LA MUERTE Y DEL TRABAJO QUE HAY QUE REALIZAR PARA AMOLDARSE A LA NUEVA SITUACIÓN Y APRENDER A VIVIR DE UNA MANERA DIFERENTE, ADAPTÁNDOSE A LA AUSENCIA.
* CUANDO NO NOS DEJAN HABLAR, LA EXPRESIÓN DE LOS SENTIMIENTOS SE DETIENE BRUSCAMENTE Y SE REPRIME. ASÍ, NOS TALADRA DURANTE MUCHO TIEMPO, COMO TODA TAREA INTERRUMPIDA O SIN FINALIZAR, Y SEGUIRÁ EN LA MEMORIA DE LOS CUERPOS Y DE LAS MENTES. ESTO ES LO QUE PASA CON LOS DUELOS NO ELABORADOS.
ANNE SCHÜTZENBERGER – EVELYN JEUFROY
EXTRACTO DEL LIBRO: SALIR DEL DUELO
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