PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD SINO EN TU PROPIO CORAZÓN?

jueves, 14 de octubre de 2010

EXPERIENCIAS QUE NOS HACEN CRECER

Siempre se ha dicho que la muerte es lo único que iguala a los seres humanos. Pero no estoy segura de que las personas, llegado el momento, tengamos un nivel de conciencia que nos permita percatarnos de ello.

Ahora bien: mi experiencia reciente, que con toda sencillez me apetece compartir, me habla de otros momentos en los que realmente el ser humano es consciente de esa realidad.


Cuando uno entra en un Hospital, deja en la puerta su condición social, su poder adquisitivo, y cualquier otro tipo de escalón en que la vida te ha ido colocando.


Da igual que hayas entrado con la lencería más fina o el neceser repleto de los productos de aseo y cosmética más selectos: El mismo juego de bata, zapatillas y gorro de usar y tirar, te colocan a la espera del turno para bajar a quirófano. Y ahí entra en escena algo grande para el corazón humano: La Humildad, el abandono confiado en un equipo sanitario, desconocido en su mayoría para cualquier paciente.


En los escasos instantes que dedicas a analizar tu sentimiento, adviertes el inmenso amor hacia tu familia, que sabes te espera. La evidencia de que alguien te espera a la salida de quirófano, hace que te sientas un ser afortunado. Al menos, tienes unos segundos para pensar en aquellas personas, tan dignas como tú, a las que solo les espera la soledad a los pies de la cama.


Lo que bien se aprende es muy difícil de olvidar. Esta vivencia ha afianzado en mí la convicción de que siempre debe prevalecer lo profundo frente a las apariencias. Que los maquillajes solo sirven para eso, para maquillar la realidad. Que la familia que la vida te ha dado es un anclaje fuerte en los momentos delicados.


Y dedico una línea especial a esos instantes en que contemplo a mis hijas en su papel de madres de su madre: Un inmenso regalo lleno de ternura, porque me viene el recuerdo de aquellos en que yo fui madre de la mía. No creo que haya una cadena de AMOR que se le compare.


Agradezco mucho a los que, con su testimonio, me han enseñado a sacar lo bueno de la vida. Por ello le doy valor a mi tiempo de convalecencia, dedicado a leer, a escribir… a todas esas aficiones que la vida laboral te obliga a tener aparcadas. Incluso a perder el tiempo.


Pero, sobre todo, ha calado en mí la reflexión sobre esa otra realidad que se nos escapa bajo el paraguas de las prisas cotidianas. La realidad de lo que somos en esencia: unos seres humanos en manos de alguien si se presentan momentos de debilidad; dependientes los unos de los otros.


¡Qué esencial es trabajar desde dentro de nuestro corazón el abandono confiado en el semejante, en unos tiempos en que parece no estar de moda confiar en la buena fe de la gente! Y con igual intensidad, la predisposición a acoger así a los demás, como si la salud y la vida de ellos dependiera de nosotros…

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