PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD SINO EN TU PROPIO CORAZÓN?

domingo, 21 de marzo de 2010

EL TAMBOR Y EL DOLOR POR LA PÉRDIDA DE UN SER QUERIDO

Había una vez un niño que solía golpear un tambor todo el día, todos los días. No paraba. Algunos decían que no podía parar. Se hicieron varios intentos para acabar con el ruido.
Una persona le dijo que se le perforarían los tímpanos si continuaba haciendo tanto escándalo. Sin embargo, este razonamiento fue demasiado complicado para el niño, quien no era ni un científico ni un académico.

Una segunda persona le dijo que tocar el tambor era una actividad sagrada, la cual debería ser realizada solamente en ocasiones especiales y bajo la dirección de gente especial.
Una tercera persona ofreció tapones para los oídos a sus vecinos, para que pudieran aislar el ruido del tambor y evitar su ritmo estruendoso.
Una cuarta persona le dio un libro al niño: “toma, lee esto. Es sobre técnicas para tocar el tambor”.
Una quinta persona dio a sus vecinos libros sobre cómo lidiar con el ruido, controlar la ira y manejar la frustración.

Una sexta persona le dio al muchacho ejercicios de meditación para tranquilizarse y le explicó que la realidad estaba en su interior.
Una persona muy sabia aportó la clave para solucionar la crisis. Le dio al muchachito un martillo y un cincel y le dijo: “me pregunto qué habrá dentro del tambor”.
Todos somos tamborileros, ustedes y yo. Nuestro dolor es el rencor estridente que suena dentro de nosotros. Día tras día, y muchas veces en la noche, estamos fuera de nuestros cabales con tanto dolor que retumba en nuestro interior. Ahora estruendoso, ahora vacío, ahora haciendo eco de hueso en hueso, de tendón en tendón, de nervio a nervio, el sonido continúa.
Un amigo se nos acerca en nuestra pena y nos dice: “Si sigues así, romperás tu corazón”. Pero no sabemos lo que eso significa. Y tampoco lo sabe nuestro amigo, ya que no somos científicos que conozcamos los límites del corazón humano ni nos interesa conocerlos. “Que se rompa el corazón, decimos desafiantes. En verdad, ya está roto con tantas penas —con penas que no tienen límite— y ya está latiendo, latiendo, latiendo violentamente.
Un pariente con buenas intenciones nos visita y nos aconseja: “deberías llamar a tu sacerdote. Él sabe todo acerca del dolor”.
“Déjenlo que llore —aconseja un vecino, aquí tienes un libro. Lo último para contener el dolor. Y es para toda la familia. El dolor es un estado mental. El autocontrol es la respuesta a una pavorosa angustia. Contrólate, hombre. Basta ya.

Tu ser amado no hubiera querido verte así por tanto tiempo. Vete de viaje, toma un crucero. Conoce gente nueva. Empieza un pasatiempo. Un cambio de domicilio hará maravillas”.

Pero sólo el ritmo cambia. El ruido se desvanece, pero no por mucho tiempo. Todos los consejos son bienintencionados. Los vecinos, la familia y los amigos se preocupan tanto y quieren hacer algo por nosotros. Y por ellos mismos, para silenciar el ruido del dolor.

No obstante, no podemos bloquear el ruido de la pena sin abrirnos hacia su misma esencia y confrontar el miedo que le tenemos a sus causas; sin mirar la esencia de las relaciones y los elementos que nos detienen; sin enfrentar el recuerdo hasta que irrumpe en carcajadas y sin mirar la cara de la muerte, rondando dentro de nosotros. Pero no todavía, no todavía, no todavía…

Entonces, un día, el ruido cesa. Y la vida, el amor, el consuelo y la paz son nuestros.

Recordamos a nuestros seres queridos, sentimos su presencia, y también su ausencia. Pero debemos esforzarnos por traer a nuestras vidas el consuelo y la paz.

Cuando lo logremos, seguramente su memoria será una bendición. Y su recuerdo adquirirá nuevas dimensiones y seremos conscientes, de que el amor que había entre ellos y nosotros, la muerte no solo no se lo lleva, sino que lo hace más grande aún.

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