PARA EL ESTUDIO, COMPRENSIÓN Y DIVULGACIÓN DEL CONOCIMIENTO ESPIRITUAL Y LOS PROCESOS DE LA MUERTE

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¿DÓNDE ESTÁ LA VERDAD SINO EN TU PROPIO CORAZÓN?

martes, 30 de marzo de 2010

NO DEJEMOS QUE EL DOLOR OCUPE EL LUGAR DEL QUE NOS FALTA

El dolor a veces, acompaña al que sufre, en el mismo lugar que antes acompañaba la persona.
No importa qué lugar ni cuánto ocupaba el desaparecido en tu vida, el dolor está listo para ocupar todos esos espacios.

Y esta sensación de estar acompañado por el dolor no es agradable, pero por lo menos no es tan amenazante como parece ser el vacío. Por lo menos el dolor ocupa el espacio. El dolor llena los huecos. El dolor evita el agujero del alma.

¿Qué pasaría si no estuviera el dolor llenando los huecos? Quizás simplemente podría vivir en mi interior las cosas que el otro dejó.

A veces el proceso es el de aceptar renunciar a alguien que no murió, pero que ya no está, porque su enfermedad o el paso del tiempo lo cambiaron tanto que ya no es de la manera en que era. Puede estar aquí físicamente, tiene su misma cara pero no la misma expresión, tiene su misma voz pero no sus mismas palabras. Ya no es la misma persona. Ya no es. Y sin embargo está. No allá afuera sino aquí, adentro.

Y cuando puedo llegar a darme cuenta de eso puedo recuperar la alegría de estar vivo. Porque estar vivo significa poder sostener vivo a este otro que vive en mí.

La vida es la continuidad de la vida, más allá de la historia puntual, cada momento se muere para dar lugar al que sigue, cada instante que vivimos va a tener que morirse para que nazca uno nuevo, que nosotros después vamos a tener que estrenar.

Hace falta estrenarse una nueva vida cada mañana si es que uno decide soportar la pérdida. Pero si seguís llevando la anterior, la anterior y la anterior, tu vida se hace muy pesada.

A mí me parece que la vivencia normal de una pérdida tiene que ver justamente con animarse a vivir los duelos, con permitirse padecer el dolor como parte del camino. Y digo el dolor y no el sufrimiento, porque sufrir como veremos es, más bien, resignarse a quedarse amorosamente apegado a la pena.

Quiero poder abrir la mano y soltar lo que hoy ya no está, lo que hoy ya no sirve, lo que hoy no es para mí, lo que hoy no me pertenece. No quiero retenerte, no quiero que te quedes conmigo “porque yo no te dejo ir”. No quiero que hagas nada para quedarte más allá de lo que quieras. Mientras yo deje la puerta abierta voy a saber que estás aquí porque te quieres quedar, porque si te quisieras ir ya te habrías ido.

Hay un poeta argentino, que se llama Hamlet Lima Quintana. Y él escribió “Transferencia” que dice:

Después de todo, la muerte es una gran farsante. La muerte miente cuando anuncia que se robará la vida, como si se pudiera cortar la primavera. Porque al final de cuentas, la muerte sólo puede robarnos el tiempo, las oportunidades para sonreír; de comer una manzana, de decir algún discurso, de pisar el suelo que se ama, de encender el amor de cada día. De dar la mano, de tocar la guitarra, de transitar la esperanza. Sólo nos cambia los espacios. Los lugares donde extender el cuerpo, bailar bajo la luna o cruzar a nado un río. Habitar una cama, llegar a otra vereda, sentarse en una rama, descolgarse cantando de todas las ventanas. Eso puede hacer la muerte.

¿Pero robar la vida?… Robar la vida no puede. No puede concretar esa farsa… porque la vida… la vida es una antorcha que va de mano en mano, de hombre a hombre, de semilla en semilla, una transferencia que no tiene regreso, un infinito viaje hacia el futuro, como una luz que aparta irremediablemente las tinieblas.

Y a mí me parece que Lima Quintana tiene razón. La desaparición del otro, que uno asocia con la muerte, solamente puede ser vivida así si uno no puede interiorizar a los que ha perdido.

Si uno se anima, entonces la muerte es una gran farsante. La enfermedad es una gran farsante.

Pueden llevarse algunas cosas de ese otro.

Pero no pueden robármelo porque de alguna manera ese otro sigue estando dentro de mí.

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